Espío en el edificio
que tengo más a mano
el movimiento que comienza
en los balcones,
como reflora
en las tareas primeras del amanecer
con gestos sin estilo aún, de repertorio,
la rutina,
y yo que me enamoro sólo en esta hora
en que la gente es más repetitiva,
más inconexa interiormente,
más llena de depósitos antiguos,
observo a una mujer que siempre sale en bata
en el octavo piso con su taza de café,
rubia matrona amante de la vida
que echa una ojeada al mundo mientras toma
dos o tres sorbos breves
y después, con gesto erótico,
sacude la tacita para remover
el fondo azucarado que le ofrece
el mejor sorbo, el último, el más dulce,
antes de despertar del todo.
Antes de despertar del todo
tú, rubia del amanecer,
te atienes a tu rito de degustación,
de intimidad contigo
y desde ahí, de tu balcón,
saliendo ya del sueño,
entras de verás a tu casa
con tus gestos,
no con los que heredaste de los tuyos
De: Ocho poemas
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