I
¿Quién creó el fundamento, el verbo sacro
del existir? ¿La luz del mal o del bien?
¿El inicio y final del simulacro?
¿Quién hizo que yo busque siempre el Quién?
II
Una vez en la noche, Ella, a mi lado,
con voz tenue, al morir las horas bellas,
los dos frente a un gran círculo dorado,
me preguntó: ¿Quién hizo las estrellas?
Más tarde, con el tiempo, otra a mi lado,
y trémulos los dos de amor diverso,
confundiendo lo ideal con lo creado,
me preguntó: ¿Quién hizo el universo?
Hacia el amanecer, otra a mi lado,
desde el balcón, después de largas horas
de amor, ella turbada y yo cansado,
me preguntó: ¿Quién hizo las auroras?
III
Bajo luna, en la torre de una cumbre
unos ojos, tras húmedas pestañas,
me hundieron en tenaz incertidumbre
preguntando: ¿Quién hizo estas montañas?
Otra vez, junto al mar convulso y grave,
Ella u Otra, enturbió mi amor suspenso,
al preguntarme con temor de ave:
¿Quién hizo el mar inmenso?
Y otra, mientras estábamos mirando
los jardines, los mundos, los umbrales
de una ciudad, vino ante mí temblando:
Amor mío: ¿Quién hizo a los mortales?
IV
Alguna que agotó sabiduría
y fue en mi amor beldad, luz y portento,
pues la idea en el canto fue poesía,
me interrogó: ¿Quién hizo el pensamiento?
Al morir de un otoño y separarnos
por mucho tiempo, aún mi oído alcanza
a escucharla, entre llanto, al alejarnos:
Amor mío: ¿Quién hizo la esperanza?
Y las mismas, u otras, en instantes
en que el amor tornábase tormento,
o un gran éxtasis era, y más que antes,
preguntaron: ¿Quién hizo el sufrimiento?
V
Dónde el temblor de aquella voz distante,
que al beber con la boca estremecida
las sombras de lo eterno y del instante,
me preguntó: ¿Quién hizo que haya Vida?
Y cuándo, y bajo qué estupor profundo
del morir, o en qué abismo y de qué suerte
escuché, y en qué límites del mundo:
Amor mío: ¿Quién hizo que haya Muerte?
VI
¿Hallé así el Fundamento, el Verbo sacro
del existir, la luz del mal o el bien?
¿El inicio y final del simulacro?
¿El esplendor y el cántico del Quién?
De: Ars Magna
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