I
Inútilmente fui
recorriendo senderos
entre mármoles.
                                            Luz
de prodigiosa hondura.
(Toda la noche habÃa
llovido. Al clarear
cesó la lluvia. Nubes
navegaban el cielo;
nubes blancas.)
                                        Inútil
fue recorrer senderos,
buscar tu nombre. Inútil:
no lo hallé.
Y recé una oración
por ti -¿por ti o por m�
Después te olvidé. Sean
los muertos los que entierran a sus muertos
                    II
                                  Estaba
tan olvidado todo!
Pero esta noche...
¿Por qué será imposible
verte de nuevo, hablarte,
escucharte, tocarte,
ir -con los mismos cuerpos
y almas que tuvimos,
pero con más amor-
uno al lado del otro...
(Ilusión descuajada
del espacio y del tiempo
lo sé para mi daño.)
Yo te hablarÃa lo mismo que hablarÃa,
si yo fuese su dueño
mi verso: con palabras
de cada dÃa, pero
bajo las que sonara
la corriente fluvial
de la ternura.
Como se hablan los hombres,
conteniendo las ganas
de llorar, de decirse
"te quiero". Sin llorar
ni decirse "te quiero",
que es cosa de mujeres.
Qué quedarÃa entonces
de ti, después de tantos
años bajo la tierra.
Dónde hallarte - pensé
aquel dÃa. No estamos
jamás donde morimos
definitivamente,
sino donde morimos
dÃa a dÃa.
                    III
Pero esta noche...
Te abrazarÃa, créeme,
te besarÃa,
te darÃa calor,
te adorarÃa. HarÃa
algo que es más difÃcil:
tratar de comprenderte.
Y te comprenderÃa
te comprendo ya, créelo.
Nos va enseñando tanto
la vida... Nos enseña
por qué un hombre ve rota
su voluntad, y sueña,
y vive solitario;
por qué va a la deriva
en el témpano errante
arrancado a la costa,
y se deja morir
mientras mira impasible
cómo se hunden los suyos,
la carne de su carne,
su hermoso mundo...
                    IV
Son lÃneas sin sentido
éstas que trazo.
Yo mismo no comprendo
qué es lo que dejo en ellas.
Acaso sea música
de mi alma, arrancada
de modo misterioso
por tu mano de muerto.
Tu mano viva.
Yo pensé en ella, pero
era una mano muerta,
una mano enterrada
la que yo perseguÃa.
Inútilmente fui
buscando aquella mano.
Se estaba convirtiendo
en festÃn de las flores.
En vaho tibio para
empeñar las estrellas.
En luz malva y errante
que da su son al alba.
EstarÃa mezclándose
con la tierra materna.
Se hacÃa mano viva:
lo que es ahora.
                    V
Te abrazarÃa, créeme.
Te darÃa calor.
Te comprendo ya. Entonces
no era tiempo. Fue un dÃa
de septiembre, en Ciriego,
-un cementerio que oye
la mar- el año mil
novecientos cincuenta.
Cuando vivÃas, eras
un extraño. Aquel dÃa
entre mármoles, fui
buscándote, tratando
de comprenderte. Sólo
esta noche, de modo
inesperado, al fin
he comprendido.
                        Tarde,
para mi daño.
De: Cuanto sé de mÃ
Colaboración poema con voz: Itza Moreno Gómez
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