Te encontraron detrás de tu sombra,
el sol del ocaso a la espalda
y por eso tu derrota.
Si el sol está en tu pecho,
pies y cabeza dorados,
no te vencen hombres,
dioses y elementos.
Ya caído miras sin ojos,
oyes sin oídos, sientes sin tacto,
hablas sin lengua,
condenado a silencio
sin más alarido que la sangre en las heridas.
¿Qué hierbas sostienen tan adentro
tu aliento de tinaja y agua dulce?
Sacas tu mañana a la ceniza
y la revuelcas entre plumas
de pájaros helados que gorjean
esperando que rías. No la mueca. La risa.
La, ¡ay!, perdida risa de tus dientes bellos.
El sol volverá a tu garganta,
a tu frente, a tu pecho,
antes que anochezca definitivamente
sobre tu raza, sobre tus pueblos,
y qué humanos serán el grito, el salto,
el sueño, el amor y la comida.
Estás hoy tú y mañana
otro igual a ti seguirá en la espera.
No hay prisa ni exigencia.
Los hombres no se acaban.
Aquí había un valle, ahora se alza un monte.
Allá había un cerro, ahora hay un barranco.
El mar petrificado se convirtió en montaña
y se cristalizaron relámpagos en lagos.
Sobrevivir a todos los cambios es tu sino.
No hay prisa ni exigencia. Los hombres no se acaban.
De: Obras completas
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