He bajado a los infiernos, a los fijos,
a los reales como una piedra en el rostro,
los que se nombran países, naciones,
territorios que en mi cara tornan
sus nombres en exilio, en tránsito, en ajeno.
He conocido buenas gentes, a qué negarlo,
que me han ayudado, que se han acercado
a la tripulación con un vaso de vino,
con carne seca, con una manta en buen estado.
Son esas gentes las que hacen un puerto,
las que al momento de comer ven al mar,
a la puerta, al marino hambriento,
a algún hijo olvidado de su tierra.
Por esas gentes soy hombre en reino extraño,
yergo la frente y veo al océano, grande
como una jaula donde sin tino corro.
He bajado a los infiernos, a los pétreos
donde el barro quema, el agua no cala.
He soñado con mapas. He querido acertar
en los filos de las piedras señales,
augurios, voces de aliento. El mar
me hiende mil caminos. El mar me lleva
a pueblos que relucen como escamas,
me confunde en la maraña de las formas.
Una tarde encendida hará que el rumbo olvide;
una joven de voz sedosa me entretendrá.
He soñado con mapas. He visto trazos
en las ánforas, en las máscaras trágicas.
En un templo asolado quise atinar
las iniciales de mi padre. Un rectángulo
no es más que un nítido concierto
si en él no se quiere ver una estampa.
He bajado a los infiernos y he vuelto.
He ido a lo hondo del mar, al sol mismo.
He tratado con los muertos y los astros.
Una diosa prometió estar a la diestra,
otras me arrojaron estrellas en los ojos.
Vagué por el mar; di un millar de vueltas
a las islas. Y volví. Por arte de embrujo
vuelvo a Itaca, Penélope, agradecido.
De: Crisol del tiempo
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