¿Dónde, santa amistad, tu pura llama
anima a los mortales? ¿qué dichoso
clima ilustra tu rayo generoso,
o en cuál región tu fuego se derrama?
¿En qué pueblo el luciente
Febo de cuantos dora
de la remota aurora
hasta do muere el día,
oye aclamar tu nombre dulcemente
en himnos de alegría?
Tú del piadoso cielo fuiste dada
al mundo, con tu influjo soberano
en grata paz el venturoso humano
gozó los años de la edad dorada.
El odio enfurecido
y el interés inmundo
aún no el Orco profundo
lanzara sobre el suelo,
y vivió el hombre con el hombre unido,
digno de ti y del cielo.
Mas ¡oh! cual leve sombra el inocente
siglo pasó y el tiempo afortunado:
la negra envidia el hierro despiadado
puso en la mano a la sencilla gente.
Viendo brillar su filo
contra el inerme pecho,
de tu altar, ya deshecho,
elevas temerosa
el presto vuelo, y al celeste asilo
te refugias llorosa.
Hija de la virtud esclarecida,
¡oh! vuelve, vuelve al olvidado trono,
que profanó el mortal, cuando el encono
tiñó en sangre su mísera guarida:
vuelve y la infanda guerra
doma y la triste ira:
tu suavidad inspira
en tiernos corazones,
y adore ya feliz la inmensa tierra
tus cándidos pendones.
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