¡Ay primavera, primavera suave!
Érase una mujer que compartía
el humus de la tierra, la armonía,
el árbol fácil y el nidal del ave.
Érase una mujer como una llave
con la que abrir un mundo de alegría,
una mujer, fugaz sabiduría,
pacífica guerrera, beso en clave.
Y érase un hombre así, de todas suertes
hombre y señor, total naturaleza,
puño gigante, lumbre de mil muertes,
abismo terminal, conciencia ilesa,
con el llanto interior, porque eran fuertes
sus ojos de metal color tristeza.
De: Estación sin nombre, 1972
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