La decadencia añade verdad, pero no halaga.
Ah, la vicisitud
no se cancelará, pues todo es el tiempo.
Más sí su doloroso error, su poso triste. Más bien su torva imagen.
su residuo imprimido: allí el horror sin máscara.
Pues no es el viejo la máscara sino otra desnudez impúdica;
más allá de la piel se está asomando,
sin dignidad. Desorden: no es un rostro el que vemos.
Por eso, cuando el viejo exhibe su hilarante visión se ve entre rejas,
dgradado el recuerdo de algún vivir, y asoma
la afilada naríz, comida o roída, el pelo quedo,
estopa, la gota turbia que hace el ojo, y el hueco o sima
donde estuvo la boca y falta. Allí una herida
seca aún se abre y remeda algún son: un fuelle triste.
Con garfios cogidos a los hierros, mascúllandose
sonidos rotos por unos dientes grandes, amarillos,
que de otra especie son, si existen. Ya no humanos.
Allí tras ese rostro un grito queda, un alarido
suspenso, la gesticulación sin tiempo...
Y allí entre hierros vemos la mentira final. La ya no vida.
De: Poemas de la consumación
Colaboración poema con voz: María Eugenia Liceaga
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