Ruega por mí, que tengo pasta de santo y de bandido.
Mi corazón es tierno como un niño dormido.
Ruega por mí, que tengo alma de evangelista, sangre de aventurero.
¡Ruega por mí, que nunca tuve un smoking!
Por mí que heredé el perro de Carlitos Chaplin
y amo las altas torres florecidas de trinos
y creo en Norte América, y en la voz de los órganos,
y en el cinematógrafo, y en el box, y en ti.
Hoy quiero ser creyente y llegar a tu lado
apartando la gente y apartando la rima, y cantarte con una
voz tan simple y tan alta como la de la luna.
Ni damas ataviadas ni autos alucinantes,
ni la luz de los focos que aplastan el asfalto;
nunca fustiga el viento tu grandeza minúscula,
tu lucecilla humilde que aman los elementos
como los piratas aman a las mascotas.
Eres la cruz de luz,
el retrato de mi madre de luz,
un gran perdón de luz,
boquete abierto en una esperanza de cielo,
sin reglamentos y con pájaros pintados.
Quiero creer, dulcísima señora, aún más breve
que el zapatito de la Cenicienta,
que una pequeña felicidad me espera
cuando haya traspuesto el umbral luminoso
del último poniente,
y que desprecias a los burgueses
y a los jurados del municipio
que por la noche pinchan los globos de los niños.
Me he despertado anoche reclamando a mi madre.
Sólo el viento respondió
con su eterno arrastrar de papeles inútiles,
de esos que arrojan al alba los filósofos.
En tu encrucijada convergen todas las perspectivas
y eres la inmensa luz de Buenos Aires en una lamparita
que nada tiene que ver con la C.H.A.DE.
Siento esa luz en mi alma, tal como a ti en el mundo.
Cuando el del Barber Shop, junto con el sol,
cuelga su distintivo de latón,
todavía
tu luz
brilla
en mi
corazón.
De: El violín del diablo: Miércoles de Ceniza
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