I
Tú como yo, viajero, en un día cualquiera
Llegamos al camino sin elegir acera.
Nos pusimos un traje como el que llevan todos
Y adquirimos su aspecto, sus costumbres, sus modos.
Hemos andado mucho, sujetados por riendas
Invisibles, los ojos fatigados de vendas.
Tenemos en las manos un poco de cicuta,
Perdimos de la lengua el sabor de la fruta
Y sabemos que un día seremos olvidados
Por la vida, viajero, totalmente borrados.
Y tú y yo conocimos las selvas olorosas...
Y tú y yo no atinamos jamás a cortar rosas.
II
¿Sabes, viajero? Tarde voy haciendo proyectos.
De tentar nuevos rumbos desandando trayectos.
Tengo sed tan salvaje que me quema la boca
Y ansío beber agua que brote de la roca.
Persigo las corrientes para bañar la piel,
Alimentarme quiero de rosas y de miel,
Dormir sobre los musgos, ignorar la palabra,
Y tener dos amigos: un cisne y una cabra.
Si a mi fresco retiro te allegaras un día
Tu viejo escepticismo quizá me encontraría
Sentada bajo el árbol de la Sabiduría.
III
Oh, viajero, viajero, conversa con la Muerte
Y dile que no impida mi camino, de suerte
Que me allegue a la roca, que conozca la gruta,
Que retorne a mis labios el sabor de la fruta.
Oh, viajero, viajero, conversa con la Muerte
Y dile que me deje cortar flores, de suerte
Que mis manos se vean bellamente cubiertas
Por capullos de rosas y por rosas abiertas.
Como ella me dejara, lentamente, viajero
Coronada de mirtos, bajo sol agorero,
Emprendería marchas hacia el nuevo sendero.
De: El dulce daño
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