Oh, tú, que me subyugas. ¿Por qué has llegado tarde?
¿Por qué has venido ahora cuando el alma no arde,
cuando rosas no tengo para hacerte con ellas
una alegre guirnalda salpicada de estrellas?
Oh, tú, de la palabra dulce como el murmullo
del agua de la fuente; dulce como el arrullo
de la torcaza; dulce como besos dormidos
sobre dos manos pálidas protectoras de nidos.
Oh, tú, que con tus manos puedes tomar mi testa
y hacerle brotar flores como un árbol en fiesta
y hacer que entre mis labios se arquee la sonrisa
como un cielo nublado que de pronto se irisa.
¿Por qué has llegado tarde? ¿Por qué has venido ahora
cuando he sido vencida por llama destructora,
cuando he sido arrasada por el fuego divino
y voy, cegada y triste, por un negro camino?
Yo quiero, Dios de dioses, que me hagan nueva toda.
Que me tejan con lirios; me sometan a poda
las manos del misterio; que me resten maleza.
Tus labios no se hicieron para curar tristeza.
Para tus labios, agua de una pureza suma.
Para tus labios, copas de cristal y la espuma
blanquísima de un alma que no sepa de abejas,
ni de mieles, ni sepa de las flores bermejas.
Para tus manos, esas que nunca amortajaron;
para tus ojos, esos, los que nunca lloraron;
para tus sueños, sueños como cisnes de oro;
para que tus pupilas persiguieran mis rastros.
Oh, si luego mis pétalos, que estrujaran tus manos,
adquirieran por magia poderes sobrehumanos
y hechos luz se aferraran a la luz de los astros
para que tus pupilas persiguieran mis rastros.
Bienvenida la muerte que al sorberme me dieras;
bienvenido tu fuego que agosta primaveras;
bienvenido tu fuego que mata los rosales:
que todas las corolas se acerquen a tus males.
Oh, tú, a quien idolatro por sobre la existencia,
Oh, tú, por quien deseo renovada mi esencia.
¿Por qué has llegado ahora cuando no he de lograr
el divino suplicio de verme deshojar?...
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