| Ella duerme despaciocon un lento galope de gacelas
 reclinado en su frente. Es hermosa
 como una fruta fresca, como un ágata,
 como un tallado capitel. Escucho
 la lejana andadura de sus párpados,
 el navegar inmóvil de su olvido,
 su exacta placidez de hierbabuena.
 Una fragancia leve
 de ocultos hontanares
 me descubre su cuerpo, esa clara campiña
 de juncos y laúdes
 donde mis labios posan su algarada
 fluvial, perseguidora. No hay distancia
 más corta hacia la llama
 ni amanecer más puro. Se adivina
 una alquimia voraz, un burbujeo
 debajo de su piel,
 como una permanente sembradura
 de vides y crisoles.
 
 Y sin embargo, el tiempo
 maneja oscuramente sus cinceles,
 su taladro tenaz:
 Yo sé que el triunfo
 será suyo, que nada puede huir
 de su terca presencia.
 Y sin quererlo, veo
 la yedra recubriendo los alcores
 de sus pechos, su boca desolada,
 abatida y sumisa su cintura,
 arrasado su vientre luminoso,
 y un surtidor de hielo
 sobre esa isla bruna que ahora emerge
 feraz y retadora
 sobre su mar de ópalos ardidos.
 Pero ella duerme, cálida y ajena,
 albergada de espumas.
 La contemplo
 serena mi palabra, confiado:
 porque jamás el tiempo
 derrocará su sueño,
 y seguirá su frente con un lento
 galope de gacelas,
 por el amor salvada, redimida.
 
 
 
 
 
 (De El clavicordio ante el espejo)
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