| 
	 I  
 
¡Oh, mi ciudad querida!, hoy tan lejana 
y tan inaccesible a mi deseo, 
que al evocarte en mi memoria creo  
que fuiste un sueño de mi edad temprana. 
 
Te evoco así, como a quimera vana, 
y al evocarte, sin cesar te veo 
resplandecer bajo el ardor febeo 
sobre la gran quietud de la sabana. 
 
Y al pensar que en ti van, hora tras hora, 
sucumbiendo los seres que amé tanto 
y que la tierra sin cesar devora, 
 
surges bajo la nube de mi llanto, 
no como ayer: alegre y tentadora, 
sino como un inmenso camposanto. 
 
II 
 
¡Oh mi bella ciudad! Cómo en tu seno 
vibró mi ser y aleteó mi rima 
cuando en tu corazón hallé la cima 
que asalta el rayo y que apostrofa el trueno. 
 
Te poseí bajo tu azul sereno, 
entre el halago dulce de tu clima, 
y te ofrendé mi juventud opima 
con tanto ahínco y con amor tan pleno, 
 
que en las tinieblas de tus noches frías 
y hasta en tus más recónditos rincones 
deben sonar, cual ecos de otros días: 
 
los sollozos de todas mis canciones, 
los estruendos de todas mis orgías 
y los gritos de todas mis pasiones! 
 
 
 
De: Oro y ébano 
 
	 |