Regresé a mi casa del reparto de Santos Suárez cuarenta años más tarde,
me dejaron subir de visita, encontré en la vitrina
del comedor los mismos platos, las copas de Purim,
la copa (Pésaj) de Elías, copas de recepción en la
luz crepuscular del comedor, platos y copas del
recibimiento.
Me dejaron abrir el mueble, olí su penumbra, el niño al niño olfateó.
Sobre un plato azul translúcido me encontré
un melocotón, intuyo por el mordisco en su
cara no visible, intuyo por su frescor, por el
gusano que de su carne asoma que es el melo-
cotón que ahí dejamos hace cuarenta años,
de espaldas.
Son ferias. Es la eterna primavera. Es la sombra del hijo que asoma a
sus propias carnes. Retoza la sombra mas retozan
también las carnes. Es la girándula y el tiovivo,
el doble columpio del portal meciéndose en su
vaivén inacabado de luz y sombra (rombos) la luz
se abalanza hacia los choznos, la sombra me
recoge.
Fue un espacio de tiempo suficiente para inclinarme a recoger el
pequeño bolso de mano de mi madre, sus reflejos
de bisutería derramados por el suelo, recoger de
mi padre una borra contigua al hilo de su dedal
deshecho, colocar la frente un momento sobre
el ejemplar de un libro que quedó tirado sobre
la mesa de noche de mi cuarto, Otelo.
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