Editora del videograma: TEA Imagen por José Saramago Colaboración: Emilio Cartoy Díaz
Este poema forma parte del acervo de la audiovideoteca
de Palabra Virtual
Se lavaron sus heridas en el agua del mar...
Se lavaron sus heridas en el agua del mar y ahora están sentados en la arena mientras los centinelas vigilan desde lo alto de las dunas.
Es éste el precio de la paz cuando el amanecer se acerca y el miedo de morir es ese más humano de no vivir bastante.
La penumbra que aún esconde las aguas huele a algas pisadas y a agallas y tiene el poder inesperado de hacer hinchar los músculos pobres.
Si apartásemos el casi inaudible batir de la ola podríamos decir que el silencio cierra todo el horizonte y enseguida es absoluto cuando el primer arco del
sol comienza a alzarse.
El mundo durante el minuto siguiente va a quedar rojo cereza y los hombres y las mujeres parecen flotar en el interior de un horno y son inmortales.
Distante creeríamos el año de 1993 y sin embargo aún es su tiempo.
Pero sueltas dispersas esperanzas sobreviven a los muertos interminables y a la sangre tanto que el sol encuentra en la playa una tribu que reposa entre dos
batallas.
Y no ya como tantas veces antes un rebaño de carneros fugitivos con llagas de vergüenza en el lugar de los cuernos arrancados.
Oh, elocuentemente diríamos, oh, si no fuera preferible que recorriéramos la playa manchada de sangre diciendo algunas y discretas palabras en voz baja
amigos míos.
Tanto más que desde el lado del mar se acerca volando el primer bando de gaviotas que desde hace mucho tiempo se ve en esta tierra ocupada.
Señal de que tal vez nos reconozca finalmente la vida y de que no todo se ha perdido en las humillaciones que consentimos algunas veces cómplices.
Están ahora sobre nosotros las gaviotas mirándonos desde lo alto y suspenden un poco sus cabezas para contemplarnos mejor y decidir quienes somos.
Entre tanto el sol ha salido completo de la madrugada mientras malheridos nos erguimos y los centinelas gritan porque el enemigo se acerca.
k k k
Lavaram as feridas na água do mar e agora estão sentados na areia enquanto as sentinelas vigiam no alto das dunas.
É este o preço da paz quando o amanhecer vem perto e o medo de morrer é esse mais humano de não viver bastante.
A penumbra que ainda esconde as águas cheira a algas pisadas e a guelras e tem o poder inesperado de fazer inchar os músculos pobres.
Se afastássemos o quase inaudível bater da onda poderíamos dizer que o silêncio fecha todo o horizonte e logo é absurdo quando o primeiro arco do sol começa
a erguer-se.
O mundo durante o minuto seguinte vai ficar rubro cereja e os homens e as mulheres parecem flutuar no interior de um forno e são imortais.
Distante julgaríamos o ano de 1993 e contudo é tempo dele ainda.
Mas soltas esparsas esperanças sobrevivem aos mortos intermináveis e ao sangue tanto que este sol encontra na praia uma tribo que repousa entre duas
batalhas.
E não já como tantas vezes antes um rebanho de carneiros fugitivos com chagas de vergonha no lugar dos cornos arrancados.
Ó eloqüentemente diríamos ó se não fosse preferível que percorrêssemos nós esta praia manchada de sangue dizendo algumas e discretas palavras em voz baixa
meus amigos.
Tanto mais que do lado do mar se aproxima voando o primeiro bando de gaivotas que desde há muito tempo é visto nesta terra ocupada.
Sinal de que talvez nos reconheça enfim a vida e de que nem tudo se perdeu nas abjecções que consentimos algumas vezes cúmplices.
Estão agora sobre nós as gaivotas pairando e deixam pender um pouco a cabeça para melhor nos fitarem e decidirem quem somos.
Entretanto o sol saiu inteiro da madrugada enquanto mal feridos nos erguemos e as sentinelas gritam a reunir porque o inimigo vem perto.
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