Tu foto de infancia se extravió en el diario.
Los duendes del taller me arrebataron
ese regalo de tu madre.
Desde ahora sólo conservaré la imagen
del niño que conocà en un carro de tren
detenido en la estación de Lautaro
ese verano del 48,
mientras don Fernando y don Tomás
se transmiten noticias
en una frecuencia difÃcil de sintonizar.
Sólo entiendo que por culpa de una Ley Maldita
las malditas enfermedades de sus mujeres
los embargos por deudas y el fantasma
de los destierros a Pisagua,
la situación tendrÃa un desenlace impredecible
como su partida de ajedrez
por el campeonato de Victoria en los años 30,
suspendida para llevar al altar sus damas blancas
que amarillean en el álbum familiar.
Asà las cosas no es raro
que tengas la edad de mi hermana mayor
a quien regalas la Historia de Chile
de Luis Galdames que llevas bajo el brazo,
despertando mi envidia
con ese gesto que a medias te hiciste perdonar
con dedicatorias y dedicatorias posteriores.
La frase “adjunto mi último libro”
se repite en tu correspondencia.
En tus Poemas Secretos el 66, anotas:
Separata de 50 ejemplares.
No es para crÃtica ni comercio.
Sólo ahora, 30 años después, descifro ese mensaje:
no viviste para la crÃtica ni el comercio
ni escribiste para el comercio de una crÃtica
que arriscó la nariz ante el aroma limpio
de tus hojas que caen con el cielo del paÃs
que está más allá de las apariencias cotidianas,
pero oculto en esas mismas apariencias
y que nunca jamás se revela a los que olvidan
las palabras heredadas de padres, vecinos, abuelos
dichas en la forma más directa,
como escribes en carta del 63.
Ya el 65 los médicos se alarman
pero a ti sólo un riesgo te quita el sueño:
ser abstemio para toda la vida,
no poder acompañar un asado al palo con un buen trago
es cosa de vida o muerte.
No sé cómo resolveré este problema.
Y no lo resolviste, o se resolvió solo —a costa tuya—
como un complejo problema de Mate en 3 Jugadas
que resolvÃas de pie junto al tablero, hablando de otra cosa
con un vaso en la mano, sin tocar una pieza.
Diez años después escribes:
tu carta la recibo en un lugar bastante apropiado
aquà se necesita compañÃa...
y lo repites diez años después, en otra clÃnica
y diez años después, un 22, suena el teléfono de abril
en esta capital tan parecida a una clÃnica siquiátrica,
donde cometo la locura de vivir
mientras tú juiciosamente regresas
a un pueblo de verdad
con calles y caminos de verdad,
donde el pie humano todavÃa deja huella.
Por uno de esos caminos polvorientos de tus poemas
te llevan al cementerio,
pero ahora las flores no son para la hermana,
son para el forastero que regresa
—habÃa que arreglar la tumba familiar—
repartida por el mundo,
mientras yo elijo estas palabras claras y tranquilas
y espero hablar contigo bajo las raÃces del aromo
o en esta misma calle Corrientes
que Ãbamos a recorrer juntos,
pero una vez más, tú volaste más alto.
Buenos Aires - Santiago, abril de 1996
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