TEMA CON VARIACIONES
Tema
De mirarte tanto y tanto,
del horizonte a la arena,
despacio,
del caracol al celaje,
brillo a brillo, pasmo a pasmo,
te he dado nombre; los ojos
te lo encontraron, mirándote.
Por las noches,
soñando que te miraba,
al abrigo de los párpados
maduró, sin yo saberlo,
este nombre tan redondo
que hoy me descendió a los labios.
Y lo dicen asombrados
de lo tarde que lo dicen.
¡Si era fatal el llamártelo!
¡Si antes de la voz, ya estaba
en el silencio tan claro!
¡Si tú has sido para mí,
desde el día
que mis ojos te estrenaron,
el contemplado, el constante
Contemplado!
VARIACIÓN I
Azules
Variaciones que enseñaban
en la escuela: Egeo, Atlántico,
Indico, Caribe, Mármara,
mar de la Sonda, mar Blanco.
Todos sois uno a mis ojos:
el azul del Contemplado.
En los atlas,
un azul te finge, falso.
Pero a mí no me engañó
ese engaño.
Te busqué el azul verdad;
un ángel, azul celeste,
me llevaba de la mano.
Y allí en tu azul te encontré
jugando con tus azules,
a encenderlos, a apagarlos.
¿Eras como te pensaba?
Más azul. Se queda pálido
el color del pensamiento
frente al que miran los ojos,
en más azul extasiados.
Eres lo que queda, azul;
lo que sirve
de fondo a todos los pasos,
que da lo que pasa, olas,
espumas, vidas y pájaros,
velas que vienen y van.
Pasa lo blanco, mortal.
Y tú estás siempre llenando,
como llena un alma un cuerpo,
las formas de tus espacios.
Cada vez que fui en tu busca,
allí te encontré, en tu gloria,
la que nunca me ha fallado.
Tu azul por azul se explica:
color azul, paraíso;
y mirarte a ti, mirarlo.
VARIACIÓN II
Primavera diaria
¡Tantos que van abriéndose, jardines,
celestes, y en el agua!
Por el azul, espumas, nubecillas,
¡tantas corolas blancas!
Presente, este vergel, ¿de dónde brota,
si anoche aquí no estaba?
Antes que llegue el día, labradora,
la aurora se levanta,
y empieza su quehacer: urdir futuros.
Estrellas rezagadas.
las luces que aún recoge por los cielos
por el mar va a sembrarlas.
Nacen con el albor olas y nubes.
¡Primavera, qué rápida!
Esa apenas capullo nube, en rosa,
en oro, en gloria, estalla.
Blancas vislumbres, flores fugacísimas
florecen por las campas
de otro azul. Si una espuma se deshoja,
pétalos por la playa,
se abren mil; que el rosal de donde suben
es rosal que no acaba.
De esplendores corona el mediodía
el trabajo del alba.
Ya se ve en brillo, en ola, en pompa, en nube
la cosecha granada.
Una estación se abrevia: es una hora.
Lo que la tierra tarda
tanto en llevar a tallos impacientes
lo trae una mañana.
¿La aurora? Es la frecuente, la celeste,
primavera diaria;
por el azul, sin esperar abriles,
sus abriles desata.
¿De dónde su poder, el velocísimo
impulso de su savia?
Obediencia. A la luz. Pura obediencia,
ella, en su cenit, manda.
Espacios a su seña se oscurecen,
a su seña se aclaran.
El mar no cría cosa que dé sombra;
para la luz se guarda.
Y ella le cubre su verdad de mitos:
la luz, eterna magia.
VARIACIÓN III
Dulcenombre
Desde que te llamo así,
por mi nombre,
ya nunca me eres extraño.
Infinitamente ajeno,
remoto tú, hasta en la playa,
que te acercas, alejándote
apenas llegas, tú eres
absoluto entimismado.
Pero tengo aquí en el alma
tu nombre, mío. Es el cabo
de una invisible cadena
que se termina en tu indómita
belleza de desmandado.
Te liga a mí, aunque no quieras.
Si te nombro, soy tu amo
de un segundo. ¡Qué milagro!
Tus desazones de espuma,
abandonan sus caballos
de verdes grupas ligeras,
se amansan, cuando te llamo
lo que me eres: Contemplado.
Obra, sutil, el encanto
divino del cristianar.
Y aquí en este nombre rompe
mansamente tu arrebato,
aquí, en sus letras arenas,
como en playa que te hago.
Tú no sabes, solitario,
sacramento del nombrar
cuando te nombro,
todo lo cerca que estamos,
VARIACIÓN IV
Por alegrías
¡Cuántas, cuántas tiene el mar,
cuántas alegrías!
Seres de luz, sobre el agua,
bailan, en puntillas.
¡Qué bien acaban las ondas:
mueren bailarinas!
En las azules tramoyas
fiestas se perfilan.
Ni olas, ni reflejos son
todo lo que brilla.
Ni espumas son las que juegan,
ya desvanecidas.
Es la comedia que el gozo
monta cada día.
La constancia en lo feliz.
Sí, las que se obstinan
felicidades, en ser.
¡Tesón, en la dicha!
Las alegrías, al mar,
nunca se le quitan.
Entonces, ¿por qué estoy yo
con mano en mejilla?
¿Suyas, mías, qué más da,
si están a la vista,
al aire, al sol, refulgiendo
sus cuerpos de ondina?
¿Si todos los gozos suyos,
todos, me los brinda,
como la vida, a diario,
me ofrece mi vida,
con sólo aceptar la luz
que otra aurora envía?
Alegrías que me falten,
él me las fabrica.
Desde sus lejos profundos
a mí se encaminan.
Y aquí en los ojos, las suyas
se vuelven las mías.
VARIACIÓN V
Pareja muy desigual
¡Qué pareja tan hermosa
esta nuestra, Contemplado!
La mirada de mis ojos,
y tú, que te estoy mirando.
Todo lo que ignoro yo
te lo tienes olvidado;
y ese cantar que me buscan
las horas, sin encontrarlo,
de la mañana a la noche,
con blanquísimo estribillo,
tus olas lo van cantando.
Porque estás hecho de siglos
me curaste de arrebatos;
se aprende a mirar en ti
por tus medidas sin cálculo
dos, nada más: día y noche
gozosamente despacio.
No quieres tú que te busquen
los ojos apresurados,
los que te dicen hermoso
y luego pasan de largo.
No ven. A ti hay que mirarte
como te miran los astros,
a sus azules mirandas
serenamente asomados.
Tú, Lazarillo de ojos,
llévate a estos míos; guíalos,
por la aurora, con espumas,
con nubes, por los ocasos;
tú solo sabes trazar
los caminos de tus ámbitos.
Con las señas de la playa,
avísales de la tierra,
de su sombra, de su engaño.
A tu resplandor me entrego,
igual que el ciego a la mano;
se siente tu claridad
hasta en los ojos cerrados,
presencia que no se ve,
acariciando los párpados.
Por tanta luz tú no puedes
conducir a nada malo.
Con mi vista, que te mira,
poco te doy, mucho gano.
Sale de mis ojos, pobre,
se me marcha por tus campos,
coge azules, brillos, olas,
alegrías,
las dádivas de tu espacio.
Cuando vuelve, vuelve toda
encendida de regalos.
Reina se siente; las dichas
con que tú la has coronado.
¡De lo claro que lo enseñas
qué sencillo es el milagro!
Si bien se guarda en los ojos,
nunca pasa, lo pasado.
¿Conservar
un amor entre unos brazos?
No. En el aire de los ojos,
entre el vivir y el recuerdo,
suelto, flotando,
se tiene mejor guardado.
Aves de vuelo se vuelan,
tarde o temprano.
Los ojos son los seguros;
de allí no se van los pájaros.
Lo que se ha mirado así,
día y día, enamorándolo,
nunca se pierde,
porque ya está enamorado.
Míralo aunque se haya ido.
Visto o no visto, contémplalo.
El mirar no tiene fin:
si ojos hoy se me cerraron
cuando te raptó la noche,
mañana se me abrirán,
cuando el alba te rescate,
otros ojos más amantes,
para seguirte mirando.
VARIACIÓN VI
Todo se aclara
En el confín te nace de tus aires
un pensamiento vago.
Nube parece, por lo vaporoso;
más nube, por lo cándido.
No se entiende; le guardan las distancias
en misterio velado.
La mañana, que asciende hacia su colmo
esplendor paso a paso,
en contornos se goza y en perfiles,
rechaza lo enigmático.
Ordena que lo expliquen, sucesivos
intérpretes, espacios.
Se alzan arrebatadas, velocísimas
olas a descifrarlo.
El mucho afán les ciega; quejumbroso
retumba su fracaso.
¿Qué claridades se hallan por la prisa?
La breve del relámpago.
Tarda noches la noche en ser auroras,
la luz se hace despacio.
Ya frentes más serenas ondas, onda
a onda, le van pensando.
Suave curva lo entrega a suave curva,
camino de lo diáfano.
Dulcemente lo llevan a la playa
donde esperan los anchos
pliegos dorados su mejor destino:
que llegue el texto mágico.
¡Triunfo, revelación! La última ola
prorrumpe en signos blancos.
A este fulgor de playa en mediodía
no resisten arcanos.
Y en impolutas láminas, la espuma
sin prisa, rasgo a rasgo,
el pensamiento aquel nacido oscuro,
lo pone todo en claro.
La luz traduce incógnitas lejanas
a gozos inmediatos.
VARIACIÓN VII
Las ínsulas extrañas
¡Felices inmortales!
¡Las islas, qué felices son las islas!
Altas cunas, los riscos. ¡Bien nacidas!
Torva guardia les hacen soledades,
ventarros, nubes grises. Niñas, cimas.
En luz, en aire tibio, en aves, sueñan,
las, del mundo de abajo, maravillas.
Suavemente se escapan, encubiertas
con manto de pinar. Bajan sin prisa
en sosegadas curvas, verdeciéndose,
peldaños erigiéndose, colinas.
Cuando tocan al valle todo es claro:
empiezan a sentirse sus delicias,
mil pájaros, cien chopos, un arroyo;
espejo, en él se encuentran, sorprendidas.
Estas frondas, sus paces, tantas aves
y sus cantos, ¿son ellas, ellas mismas?
¡Felicidad! Lo que empezó en roquedos
ahora tierra es pradera, florecida.
Estrenan, encantadas, sus bellezas,
Venus verdes, tendiéndose en la umbría;
menea un airecillo sus cabellos,
herbazal, juncos, altas margaritas.
Breve sueño feliz. Aun queda el último
por descubrir, prodigio: es la marina.
Se detienen las islas, asombradas,
al llegar a los bordes de su vida.
¿Qué tierra es ésta, suya, y toda nueva?
De oro parece, dócil, suavísima
al pensar que la piensa, al pie desnudo
que la pisa, a los ojos que la miran.
Intacta. Virginal. Arena. ¡Playas!
Fronteras del asombro. Empieza aquí
un mundo sin otoño y sin ceniza.
Refulgen gozos, júbilos destellan.
No hay soledad, es todo compañía.
Ola tras ola sigue a ola tras ola,
persigue espuma a espuma fugitiva,
dádivas sobre dádivas ofrecen
felicidades siempre repetidas.
Todo, alegre, se rinde, cielo, espacio:
¡imposible escapar a tanta dicha!
Esa blancura alzada, ¿es de la espuma
o aleteo de ángeles que invitan?
Invitan, sí, a las islas son sus ángeles,
a dejarse su tierra en las orillas,
a un porvenir de azules paraísos,
a vida, allí, sin piedra y sin espina,
en canto, en salto, en albas hermandades,
bajo el cielo del mar, gloria infinita.
Si la tierra se acaba algo se empieza;
las olas que sin pausa se lo afirman,
angélicas sirenas, les convencen.
Y ellas arena abajo se deslizan.
Los ojos se equivocan en las playas:
se figuran que así mueren las islas.
Fingida muerte es. Van a su cielo:
su cielo el mar, que azul, cielo duplica.
Innumerables gracias por el agua
señas son de las gracias sumergidas.
Si ya no quedan hojas en sus álamos
¿no son hojas las ondas que rebrillan?
El canto de los pájaros que fueron
las olas en susurro lo terminan.
De pluma puede ser, que vuela abajo
ese blancor de espuma estremecida.
Por el haz de lo azul, cuando el sol sale
se abre, refleja, primavera vivida;
flores son marchitadas en los prados,
que ahora al mar se le vuelven alegrías.
Y ese verdor que el agua transparenta
es de Arcadia que abajo se eterniza:
en los hondos del mar viven, salvadas,
almas verdes, las almas de las islas.
VARIACIÓN VIII
Renacimiento de Venus
Donde estuvo la nube ya no hay nube;
los ojos, que la piensan.
Absoluto celeste, azul unánime
sin ave, sin su anécdota.
Al célico sosiego otro marino
sosiego le contesta.
Las últimas congojas de la ola
playa se las consuela.
Tanto sollozo en leve espuma acaba,
y la espuma en la arena.
Le basta un color solo a tanto espacio,
sin vela que disienta,
El mar va por el mar buscando azules
y a un azul los eleva.
Está el día en el fiel. La Luz, la sombra
ni más ni menos pesan.
Dentro del hombre ni esperanza empuja
ni memoria sujeta.
El presente, que tanto se ha negado,
hoy, aquí, ya, se entrega.
¡Presente, sí, hay presente! Ojos absortos
felices le contemplan.
El tiempo abjura de su error, las horas,
y pasa sin saberlas.
Aves, ondinas, callan, y de voces
vacío el aire dejan.
La dilatada anchura del silencio
de silencio se llena.
Es el vivir tan tenue, que no ata;
la cautiva se suelta.
Por las campiñas, ya, del puro ser
viene, va, se recrea.
Está el mundo tan limpio, que es espejo:
la escapada lo estrena.
Radiante mediodía. En él, el alma
se reconoce: esencia.
Segunda, y la mejor, surge del mar
la Venus verdadera.
VARIACIÓN IX
Tiempo de isla
I
¿Quién me llama por la voz
de un ave que pía?
¿Qué amor me quiere, qué amor
me inventa caricias,
escondido entre dos aires,
fingiéndose brisa?
La palmera, ¿quién la ha puesto
la que me abanica
con soplos de sombra y sol
donde yo quería?
La arena, ¿quién la ha alisado,
tan lisa, tan lisa,
para que en rasgos levísimos
la mano me escriba,
de amante que nunca he visto,
de amante escondida,
entre pudores de espuma,
mensajes de ondina?
¿Por qué me dan tanto azul,
sin que se lo pida,
el cielo que se lo inventa,
el mar, que lo imita?
¿Cuál fue el dios qué un día octavo
me trazó esta isla,
trocadero de hermosuras,
lonja sin codicia?
Aquí tierra, cielo y mar,
en mercaderías
de espuma, arena, sol, nube,
felices trafican;
sin engaño se enriquecen,
ganancias purísimas,
luceros dan por auroras,
cambian maravillas.
Tiempo de isla: se cuenta
por mágicas cifras;
la hora no tiene minutos:
sesenta delicias;
pasa abril en treinta soles,
y un día es un día.
¿Quién, llevándose congojas,
dio forma a la dicha?
2
Nadie te quiere, o te busca.
¿Caricias? Mentira.
En el aire no hay amor;
hay mirlos que silban.
Lo azul nadie te lo da,
gracia es indivisa,
belleza a nadie negada,
a nadie ofrecida.
No quiere la luz, por dueña,
ninguna pupila;
el sol nace para todos,
y en nadie termina.
Y esa amante misteriosa,
fugaz, entrevista,
desde los aires la sílfide,
desde el mar la ninfa,
no es nunca amante, es la amada
total. Es la vida.
VARIACIÓN X
Circo de alegría
Tanto sol, tanta curva, tantos blancos
a mucho más aspiran.
Estas esbeltas formas que las olas,
apuntes de Afroditas,
inventan por doquier, ¿van a quedarse
sin sus diosas, vacías?
No; por numen secreto convocadas
acuden las olímpicas.
Vuelve el mar a su tiempo el inocente,
ignorante de quillas,
sin carga de mortales, suelo undoso
de las mitologías.
Con verdes curvas, con espumas vagas,
la luz, primera artista,
modela para diosas inminentes
hechuras fugitivas.
Un gran hervor de cuerpos en proyecto
alumbra la marina.
No hay onda que no sueñe en dar su carne
transparente a una ninfa.
Viento tornero en blanda masa verde
redondeces perfila.
Juntos surten la diosa, y a su lado
afán que la persiga.
Gozosa crin despliega el hipocampo:
va en su grupa, cautiva,
altas quejas de espuma dando al aire,
Nereida estremecida.
Hay torsos verdes, hay abrazos truncos,
todo son tentativas,
deseos que se alzan, casta espuma;
ugas hay, ligerísimas.
Cuerpo saltante de una cresta en otra,
escápase la ondina
de un ansia que se muere en mil cristales,
monstruo que la quería.
Hay blancuras que logran entenderse,
amores que se inician;
en la mañana estrenan sus idilios
fábulas, a la vista.
¿Olas? Tetis, Papone, Calatea,
glorias que resucitan.
Resurrección es esto, no oleaje,
querencia muy antigua.
Si el agua que dio bulto a ninfa rápida
muere, apenas erguida,
si espuma que soñaba en durar mármol,
desfallece en la orilla,
de entre tanto fracaso, ellas, las diosas,
se salvan, infinitas.
Se hunden las cien, las mil, las incontables
figuras cristalinas;
de una en otra, evadiéndose, ligeras
permanecen las ninfas.
Tejiendo, destejiendo, permanecen
sobre fúlgida pista,
juegos de raudo amor, las figurantas
de la ópera divina.
El mar se ciñe, más y más redondo,
cerco de la alegría.
Y se colman de asombro, en una playa,
dos ojos, que lo miran.
VARIACIÓN XI
El poeta
Hoy te he visto amanecer
tan serenamente espejo,
tan liso de bienestar,
tan acorde con tu techo,
como si estuvieses ya
en tu sumo, en lo perfecto.
A tal azul alcanzaste
que te llenan de aleteos
ángeles equivocados.
Y el cielo,
el que te han puesto los siglos
desde el día que naciste
por cotidiano maestro,
y te da lección de auroras,
de primaveras, de inviernos,
de pájaros con las sombras
que te presta de sus vuelos,
al verte tan celestial
es feliz: otra vez sois
inseparables iguales,
como erais a lo primero.
Pero tú nunca te quedas
arrobado en lo que has hecho;
apenas lo hiciste y ya
te vuelves a lo hacedero.
¿No es esta mañana, henchida
de su hermosura, el extremo
de ti mismo, la plenaria
realización de tu sueño?
No. Subido en esta cima
ves otro primor, más lejos:
te llama una mejoría
desde tu posible inmenso.
El más que en el alma tienes
nunca te deja estar quieto,
y te mueves
como la tabla del pecho
hay algo que te lo pide
desde adentro.
Por la piel azul te corren
undosos presentimientos,
las finas plumas del aire
ya te cubren de diseños,
en las puntas de las olas
se te alumbran los intentos.
Ocurrencias son fugaces
las chispas, los cabrilleos.
Curvas, más curvas, se inician,
dibujantes de tu anhelo.
La luz, unidad del alba,
se multiplica en destellos,
lo que fue calma es fervor
de innúmeros espejeos
que sobre la faz del agua
anuncian tu encendimiento.
Una agitación creciente,
un festivo clamoreo
de relumbres, de fulgores
proclaman que estás queriendo;
no era aquella paz la última,
en su regazo algo nuevo
has pensado, más hermoso
y ante la orilla del hombre
ya te preparas a hacerlo.
De una perfección te escapas
alegremente a un proyecto
de más perfección. Las olas
más, más, más, más, van diciendo
en la arena, monosílabas,
tu propósito al silencio.
Ya te pones a la obra,
convocas a tus obreros:
acuden desde tu hondura,
descienden del firmamento
los horizontes los mandan
a servirte los deseos.
Luces, sombras, son; celajes,
brisas, vientos;
el cristal es, es la espuma
surtidora
por el aire de arabescos,
son fugitivas centellas
rebotando en sus reflejos.
Todo lo que mundo tiene
el día lo va trayendo
y te acarrean las horas
materiales sin estreno.
De las hojas de la orilla
vienen verdes abrileños
y en el seno de las olas
todavía son más tiernos.
Llegan tibias por los ríos
las nieves de los roquedos.
Y hasta detrás de la luz,
voladamente secretos
aguardan, por si los quieres,
escuadrones de luceros.
En el gran taller del gozo
a los espacios abierto,
feliz, de idea en idea,
de cresta en cresta corriendo,
tan blanco como la espuma
trabaja tu pensamiento.
Con estrías de luz haces
maravillosos bosquejos,
deslumbradores rutilan
por el agua tus inventos.
Cada vez tu obra se acerca
ola a ola,
más y más a sus modelos.
¡Qué gozoso es tu quehacer,
qué apariencias de festejo!
Resplandeciente el afán,
alegrísimo el esfuerzo,
la lucha no se te nota.
Velando está en puro juego
ese ardoroso buscar
la plenitud del acierto.
¡El acierto! ¿Vendrá? ¡Sí!
La fe te lo está trayendo
con que tú lo buscas. Sí.
Vendrá cuando al universo
se le aclare la razón
final de tu movimiento:
no moverse, mediodía
sin tarde, la luz en paz,
renuncia del tiempo al tiempo.
La plena consumación
al amor, igual, igual
de tanto ardor en sosiego.
VARIACIÓN XII
Civitas Dei
1
¡Qué hermosa es la ciudad, oh Contemplado,
que eriges a la vista!
Capital de los ocios, rodeada
de espumas fronterizas,
en las torres celestes atalayan
blancas nubes vigías.
Flotante sobre el agua, hecha y deshecha
por luces sucesivas,
los que la sombra alcázares derrumba
el alba resucita.
Su riqueza es la luz, la sin moneda,
la que nunca termina,
la que después de darse un día entero
amanece más rica.
Todo en ella son canjes ola y nube,
horizonte y orilla,
bellezas que se cambian, inocentes
de la mercadería.
Por tu hermosura, sin mancharla nunca
resbala la codicia,
la que mueve el contrato, nunca el aire
en las velas henchidas,
hacia la gran ciudad de los negocios,
la ciudad enemiga.
2
No hay nadie, allí, que mire; están los ojos
a sueldo, en oficinas.
Vacío abajo corren ascensores,
corren vacío arriba,
transportan a fantasmas impacientes:
la nada tiene prisa.
Si se aprieta un botón se aclara el mundo,
la duda se disipa.
Instantánea es la aurora; ya no pierde
en fiestas nacarinas,
en rosas, en albores, en celajes,
el tiempo que perdía.
Aquel aire infinito lo han contado;
números se respiran
El tiempo ya no es tiempo, el tiempo es oro,
florecen compañías
para vender a plazos los veranos,
las horas y los días.
Luchan las cantidades con los pájaros,
los nombres con las cifras:
trescientos, mil, seiscientos, veinticuatro,
Julieta, Laura, Elisa.
Lo exacto triunfa de lo incalculable,
las palabras vencidas
se van al campo santo y en las lápidas
esperan elegías.
¡Clarísimo el futuro, ya aritmético,
mañana sin neblinas!
Expulsan el azar y sus misterios
astrales estadísticas.
Lo que el sueño no dio lo dará el cálculo;
unos novios perfilan
presupuestos en tardes otoñales:
el coste de su dicha.
Sin alas, silenciosas por los aires,
van aves ligerísimas,
eléctricas bandadas agoreras,
cantoras de noticias,
que desdeñan las frondas verdecientes
y en las radios anidan.
A su paso se mueren ya no vuelven
oscuras golondrinas.
Dos amantes se matan por un hilo
ruptura a dos mil millas;
sin que pueda salvarle una morada
un amor agoniza,
y Iludiéndose el teléfono en el pecho
la enamorada expira.
Los maniquíes su lección ofrecen,
moral desde vitrinas:
ni sufrir ni gozar, ni bien ni mal,
perfección de la línea.
Para ser tan felices las doncellas
poco a poco se quitan
viejos estorbos, vagos corazones
que apenas si latían.
Hay en las calles bocas que conducen
a cuevas oscurísimas:
allí no sufre nadie; sombras bellas
gráciles se deslizan,
sin carne en que el dolor pueda dolerles,
de sonrisa a sonrisa.
Entre besos y escenas de colores
corriendo va la intriga.
Acaba en un jardín, al fondo rosas
de trapo sin espinas.
Se descubren las gentes asombradas
su sueño: es la película,
vivir en un edén de cartón piedra,
ser criaturas lisas.
Hermosura posible entre tinieblas
con las luces se esquiva.
La yerba de los cines está llena
de esperanzas marchitas.
Hay en los bares manos que se afanan
buscando la alegría,
y prenden por el talle a sus parejas,
o a copas cristalinas.
Mezclado azul con rojo, verde y blanco,
fáciles alquimistas
ofrecen breves dosis de retorno
a ilusiones perdidas.
Lo que la orquesta toca y ellos bailan,
son todo tentativas
de salir sin salir del embolismo
que no tiene salida.
Mueve un ventilador aspas furiosas
y deshoja una Biblia.
Por el aire revuelan gemebundas
voces apocalípticas,
y rozan a las frentes pecadoras
alas de profecías.
La mejor bailarina, Magdalena,
se pone de rodillas.
Corren las ambulancias, con heridos
de muerte sin heridas.
En Wall Street banqueros puritanos
las escrituras firman
para comprar al río los reflejos
del cielo que está arriba.
3
Un hombre hay que se escapa, por milagro,
de tantas agonías.
No hace nada, no es nada, es Charlie Chaplin,
es este que te mira;
somos muchos, yo solo, centenares
las almas fugitivas
de Henry Ford, de Taylor, de la técnica,
los que nada fabrican
y emplean en las nubes vagabundas
ojos que no se alquilan.
No escucharán anuncios de la radio;
atienden la doctrina
que tú has ido pensando en tus profundos,
la que sale a tu orilla,
ola tras ola, espuma tras espuma,
y se entra por los ojos toda luz,
y ya nunca se olvida.
VARIACIÓN XIII
Presagio
Esta tarde, frente a ti,
en los ojos siento algo
que te mira y no soy yo.
¡Qué antigua es esta mirada,
en mi presente mirando!
Hay algo, en mi cuerpo, otro.
Viene de un tiempo lejano.
Es una querencia, un ansia
de volver a ver, a verte,
de seguirte contemplando.
Como la mía, y no mía.
Me reconozco y la extraño.
¿Vivo en ella, o ella en mí?
Poseído voluntario
de esta fuerza que me invade,
mayor soy, porque me siento
yo mismo, y enajenado.
VARIACIÓN XIV
Salvación por la luz
Los que ya no te ven sueñan en verte
desde sus soterrados soñaderos,
lindes de tierra por los cuatro lados,
cuna del esqueleto,
Sed tienen, no en las bocas, ni de agua;
sed de visiones, esas que tu cielo
proyecta azules tenues en su frente,
y tú realizas en azul perfecto.
Este afán de mirar es más que mío.
Callado empuje, se le siente, ajeno,
subir desde tinieblas seculares.
Viene a asomarse a estos
ojos con los que miro. ¡Qué sinfín
de muertos que te vieron
me piden la mirada, para verte!
Al cedérsela gano:
soy mucho más cuando me quiero menos.
Que estos ojos les valgan
a los pobres de luz. No soy su dueño.
¿Por cuánto tiempo herencia me los fían?
¿Son más que un miradero
que un cuerpo de hoy ofrece a almas de antes?
Siento a mis padres, siento que su empeño
de no cegar jamás,
es lo que bautizaron con mi nombre.
Soy yo. Y ahora no ven, pero les quedo
para salvar su sombra de la sombra.
Que por mis ojos, suyos, miren ellos;
y todos mis hermanos anteriores,
sepultos por los siglos,
ciegos de muerte: vista les devuelvo.
¡En este hoy mío, cuánto ayer se vive!
Ya somos todos unos en mis ojos,
poblados de antiquísimos regresos.
¡Qué paz, así! Saber que son los hombres,
un mirar que te mira,
con ojos siempre abiertos,
velándote: si un alma se les marcha
nuevas almas acuden a sus cercos.
Ahora, aquí, frente a ti, todo arrobado,
aprendo lo que soy: soy un momento
de esa larga mirada que te ojea,
desde ayer, desde hoy, desde mañana,
paralela del tiempo.
En mis ojos, los últimos,
arde intacto el afán de los primeros,
herencia inagotable, afán sin término,
Posado en mí está ahora; va de paso.
Cuando de mí se vuele, allá en mis hijos
la rama temblorosa que le tiendo
hará posada. Y en sus ojos, míos,
ya nunca aquí, y aquí, seguiré viéndote.
Una mirada queda, si pasamos.
¡Que ella, la fidelísima, contemple
tu perdurar, oh Contemplado eterno!
Por venir a mirarla, día a día,
embeleso a embeleso,
tal vez tu eternidad,
vuelta luz, por los ojos se nos entre.
Y de tanto mirarte, nos salvemos.
De: El contemplado