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La alucinación de una mano, o la esperanza póstuma y absurda en la caridad de la noche

          A Isa-belle Bonet


          Una mujer se acercó a mí y en sus ojos
          vi todos mis amores derruidos
y me asombró que alguien amase aún el cadáver,
alguien como esa mujer cuyo susurro
repetía en la noche el eco de todos mis amores aplastados
          y me asombró que alguien lamiese en las costras todavía
tercamente la substancia que fue oro,
aquello que el tiempo purificó en nada.

           Y la vi como quien ve sin creerla
          en el desierto la terrible sospecha del agua,

la amé sin atreverse a creerlo.

          Y la ofrecí entonces mi cerebro desnudo,
          obsceno como un sapo, obsceno como la vida,
          como la paz que para nada sirve
          animándola a que día tras día la tocase
          dulcemente con su lengua repitiendo
          así una ceremonia cuyo sentido único
          es que olvidarlo es sagrado.


LEOPOLDO MARÍA PANERO




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