Universo minúsculo,
desplegable al tamaño de tu dios.
Te pareces a un puño de cazador que exprime hasta la
sombra de su presa,
o quizás a la bolsa del avaro repleta de monedas sin
comunión y sin destino.
Ni crueldad ni riquezas.
Es a ti a quien apuntan y no tienes más oro que la
borra de alguna alucinada primavera.
Entonces tal vez seas, lo mismo que en los cuentos,
el corazón de alguien que está lejos y debo custodiar
como el dragón,
lo mismo que en los cuentos,
para que nada puedan la espada ni el veneno contra
las orfandades de su dueño.
Sí, sí. Sepultado de un tajo en lo más hondo de la
selva nocturna,
debajo de unas aguas que se entreabren al soplo del
amor
y se cierran de golpe al roce de la piedra,
así estás, como un pájaro en exilio, en la jaula del
pecho.
¿Y el corazón de quién?,
grito hacia el tiempo todo, vuelto columna helada
hasta las nubes.
¿De quién sino de todas las remotas criaturas que pro-
longan tu credo, sin saber;
que exhiben una máscara, un número, una especie, lo
mismo que un estigma de la separación?
¡Esa sangre dispersa e infranqueable, multiplicada en
tantas divisiones!
¡Esos muros errantes, con sus puertas tapiadas y su
consigna de olvidar!
¡Ese dialecto inútil para todo posible paraíso!
Y tú aquí, corazón, cerrado laberinto,
con tu monstruo interior como un rehén perdido,
arrojando tus hilos en una red que choca contra la
misma costa,
recogiendo tan sólo tus pequeños guijarros tu soledad
insoluble-,
encendiendo fogatas invisibles a modo de señal detrás
de estas murallas,
tu Jericó al revés, sin paz y sin reclamo.
¿Y el corazón de quién?,
pregunto en esta noche que pasa con sus velas fantas-
mas sobre el mundo.
¿De quién sino de quienes escarbaron en ti, con uñas
y con plumas,
un lugar a su imagen y a su tan pasajera semejanza;
de quienes erigieron sus torres de cal viva junto al
abismo y sobre la corriente
para oficiar la luz y las tinieblas?
¡Fundaciones insomnes, que vagan todavía con sus
ojos de fiebre por todos los rincones!
¡Ceremonias sonámbulas en las que aún se exhuman
reliquias y cuchillos sepultados en las arcas de
todas las alianzas!
¡Tatuajes e inscripciones como esas llagas pálidas
que deja el desarraigo!
Y tú aquí, corazón, residencia hechizada,
con tu guardián demente y sin relevo,
convocando con tu oscuro tambor las procesiones de
vivos y muertos,
vistiendo a los desnudos con corona de rey,
transformando tu confuso inventario en un oleaje
donde naufraga la cabeza,
distribuyendo un filtro que absorbe la distancia y
acrecienta la sed de todo lo imposible
hasta perder la piel y acampar en el alma.
¡Y estos cielos que crecen y se alejan en rojo o en azul,
en terror o en delirio,
debajo de tu estruendo, debajo de tu rayo!
Sí, tú, corazón, talismán de catástrofes,
posado en este yo como el vampiro de todo el por-
venir,
siempre a punto de abrir y de cerrar y arrojarme hacia
afuera en cada tumbo,
en cada contracción con que me aferras y me precipitas
entre salto y caída.
De: Museo salvaje