Entra en la playa de oro el mar y llena
la cárcava que un hombre antes, tendido,
hizo con su sosiego. El mar se ha ido
y se ha quedado, niño, entre la arena.
Así es este eslabón de tu cadena
que como el mar me has dado. Y te has partido
luego, Señor. Mi huella te ha servido
para darle ocasión a la azucena.
Miro el agua. Me copia, me recuerda.
No me dejes, Señor; que no me pierda,
que no me sienta dios, y a Ti lejano...
Fuimos hombre y mujer, pena con pena,
eterno barro, arena contra arena,
y sólo Tú la poderosa mano.
De: Sonetos por mi hija
Colaboración poema con voz: María Teresa García-Nieto
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Blanca Orozco de Mateos / desarrollo del sitio Marisa Mateos / digitalización de audio y video Patricia Orozco y Dina Posada / recopilación de textos C. Feito, H. Rosales y E. Ortiz Moreno / colaboración digital
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