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Soneto III

Era mi corazón piedra de río
que sin saber por qué daba remanso,
era el niño del agua, era el descanso
de hojas y nubes y brillante frío.

Alguien algo movió, y se alzó el río.
¡Lástima de aquel hondo siempre manso!
Y la piedra lavada y el remanso
liáronse en sombras de esplendor sombrío.

Para mirar el cielo, qué trabajos
ruedan los ojos turbios, siempre bajos.
¿Serán estrellas o huellas de estrellas?

Era mi corazón piedra de río,
una piedra de río, una de aquellas
cosas de un imposible tuyo y mío.



De: Cuatro canciones de horas de junio


CARLOS PELLICER




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