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La primavera, dices...

La primavera, dices, y escojo madreselvas,
geranios y begonias.
A casa vuelves con los pies mojados,
la falda llena de guisazos ásperos.
Begonias sin olor en los cabellos
y entre las manos, romerillo y malvas.

Dices, el aire, y cierro las ventanas,
busco el sillón más próximo a la esquina
donde libros y lámpara me esperan.
Y el aire es la mañana del sol, blanca,
la loca expedición de las hormigas,
pájaros y caguayos de astuta, fina lengua.
Tu canto por el patio saliendo del brocal,
los baldes y las piedras.

El sol, dices tranquila, y presuroso escalo
los templos más antiguos. Arenales recorro.
Duermo a la sombra ámbar de un dátil.
Y el sol es la ventana limpia donde te acodas,
sueltos, la blusa y el cabello,
y es el camino al mar los viernes de la Pascua;
recoger gajos santos que ahuyentan los ciclones;
café que huele a cuaba ardiendo y sabe a madrugar
de plátanos, anones y ciruelas.
Son mis brazos, ciñendo tu cintura
sin que lo sepa yo.

Y cuando dices, es la noche, sueño
con países que anduve,
a los que vuelven mis pisadas
lentas y oscuras, para recobrarte.
Pero la noche no es lo que me pone
el corazón a repartirse en tiempos
que fueron míos. Pues la noche es tu voz
conversadora, tu voz que quiere ser
una palabra sola.



I de Suite para Maruja


PABLO ARMANDO FERNÁNDEZ




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