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La noche que en el Sur lo velaron

                                                            A Letizia Álvarez de Toledo


Por el deceso de alguien
-misterio cuyo vacante nombre poseo y cuya reali-
          dad no abarcamos-
hay hasta el alba una casa abierta en el Sur,
una ignorada casa que no estoy destinado a rever,
pero que me espera esta noche
con desvelada luz en las altas horas del sueño,
demacrada de malas noches, distinta,
minuciosa de realidad.

A su vigilia gravitada en muerte camino
por las calles elementales como recuerdos,
por el tiempo abundante de la noche,
sin más oíble vida
que los vagos hombres de barrio junto al apagado
          almacén
y algún silbido solo en el mundo.

Lento el andar, en la posesión de la espera,
llego a la cuadra y a la casa y a la sincera puerta que
           busco
y me reciben hombres obligados a gravedad
que participaron de los años de mis mayores,
y nivelamos destinos en una pieza habilitada que mira
           al patio
-patio que est?bajo el poder y en la integridad de la
          noche-
y decimos, porque la realidad es mayor, cosas indife-
          rentes
y somos desganados y argentinos en el espejo
y el mate compartido mide horas vanas.

Me conmueven las menudas sabidurías
que en todo fallecimiento de hombres se pierden
-hábito de unos libros, de una llave, de un cuerpo
          entre los otros-
frecuencias irrecuperables que fueron
la precisión y la amistad del mundo para él.
Yo s?que todo privilegio, aunque oscuro, es de linaje
          de milagro
y mucho lo es el de participar en esta vigilia,
reunida alrededor de lo que no se sabe: del muerto,
reunida para incomunicar y guardar su primera noche
          en la muerte.

(El velorio gasta las caras;
los ojos se nos están muriendo en lo alto como Jesús).

¿Y el muerto, el increíble?
Su realidad est?bajo las flores diferentes de él
y su mortal hospitalidad nos dar?
un recuerdo más para el tiempo
y sentenciosas calles del Sur para merecerlas despacio
y brisa oscura sobre la frente que vuelve
y la noche que de la mayor congoja nos libra:
la prolijidad de lo real.

(De: Borges-Obras completas)


JORGE LUIS BORGES




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