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Ajena

Ajena a la cordura, con la pasión al hombro ensangren-
          tado por breves mordeduras de placer, camina.
Nadie le ha dado un nombre. Todavía retumban en la plaza
          las aguas silenciosas del olvido, ciegas en la distancia de
          los cuerpos.
Nadie la ha despojado. No hay más verdad que la que lleva a
          cuestas con los ojos abiertos y la palabra humilde.
                                                                                                              Porque
          nunca en el hartazgo del amor conoció el límite, el
          resplandor inmóvil del ahorcado.
Ella sola es un cuerpo y su pregunta.
Ella, una ofrenda y una túnica de esparto.
Ella, la menor de todas las hermanas de la tierra, la que
          acaba de nacer y pide un canto, la que teje de día
          los hilos translúcidos de las mareas, la que teje de noche
          el manto negro del amor inmóvil.
Ella, los pezones erectos, implora una vasija donde albergar
          la leche que un fauno va extrayendo con un diente de
          oro.



Selección: Manuel Francisco Reina.


MARÍA ROSAL




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