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Sudánica

Llovía en Khartum:
desaparecía en barro la ciudad
y la silueta de tu cuerpo bajo la lluvia.
Nos abrazamos como si fuéramos el agua
de los días de sequía.

En casa, una vaca con joroba
masticaba ante la comedora vacía.
El menú del hambre
era rebañar un hueso para comer,
y cenaríamos los labios que al mediodía lo habían rebañado.
Inútilmente soñaban los cubiertos
bocas.

En el diario una noticia
hablaba de un turista muerto en un safari
atropellado por un rebaño de cebras:
en sus últimas fotografías
patas y pezuñas.
-"¿Y si tu no existieses?"
-"Otro vendría
con los labios llenos de espinas a encontrarte
para sanar y reconciliarse con el polvo
y el hedor a león muerto de estas calles."

En los pies de la estatua sin cabeza
del general Charles Gordon,
me dijiste que eran mentira las revoluciones:
-"Fue breve la libertad
como el celo de los animales en primavera.
Y el caudillo de los rebeldes,
Sulayman ibn Zubayr,
murió dentro de una mosquitera
llena de mosquitos.
Todo es irreconciliable:
mira esta ciudad partida por un río."

Por lo que se refiere a la esclavitud,
lo habíamos decidido:
iríamos al país de los hombres Dinka,
tú, a deshacerte de los grilletes,
y yo, a darme cuenta de que también los llevaba
en mis muñecas y tobillos.
Pero después de arrastrar las cadenas
por las montañas de Kassala
desistimos. Dijiste:
-"Mira atrapado entre músculos
el esqueleto". Un pájaro arrancó a volar:
el cielo cabía en una jaula.

Son distancias iguales recorridas que por recorrer,
los caminos: el viaje nos llevó a ningún lugar.
En Port Sudan
los barcos dormían quietos en el agua-aceite
y vimos a gente pagar por una sombra.
Unos hombres santos, en Fakia Kingui,
nos ofrecieron pociones mágicas
y oímos como los babuinos se reían.
En al-Junayna el sultán nos recibió en el palacio:
era de lata de Coca-Cola su corona,
pero llevaba en el cuello
una fila de siete prepucios
y hacía cumplir las órdenes
con los ojos. En Atbara
un frágil puente de cuerdas con tres hombres
cayó en el río de cocodrilos
y se enrojeció la espuma.
En Méroe, la antigua capital,
el tren no para ya,
y a su paso por la necrópolis
las tumbas de los faraones nubios tiemblan.
¿De qué sirven a una ciudad
mil años de imperio?

Siempre era de noche en las junglas de Kossinga.
Hacíamos trayecto: éramos palabras
pero no decíamos nada.
Nos daba miedo Mokele Embembe,
el monstruo chupa sangres que sigue
cada vez más cerca
la espalda del que va el último en la fila.
Tan cerca del ecuador
no reconocíamos ninguna estrella.
La selva nos confundía
y los poblados llevaban nombres en un alfabeto
que no entendíamos.
La pila de la linterna se consumía:
no decía nada de nosotros dos
el mapa.

Una vez dormimos dentro de un tanque abandonado
de una de aquellas guerras que nunca fueron
pero que todavía continúan.
Le había entrado un misil por el cañón
y el interior estrecho, de golpe,
se había hecho amplio.
"Este país, como tu cuerpo,
está lleno de pólvora."

Cuando te inventas el camino
cada paso es peligroso.
Las flores más vistosas
crecen solamente en los campos de minas:
de vez en cuando alguna oveja
revienta en una nube de pétalos de colores.

Nuestro amor era un árbol
en medio de un campo de mijo.
A lo lejos
vimos acercarse un guardia de frontera:
¿Buscaba una sombra?
Llevaba un hacha.



Traducción de Juan Francisco Jiménez

De El tren de Bagdad


MANUEL FORCANO




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