Amor mío, los árboles son falos que recuerdan al cielo lo que fui,
y todos los hombres son monumentos de mi ruina.
De qué sirve llorar, en este crepúsculo en que el amor empieza
si estás tú frente a mí, como lo que un día
fuiste: presagio de mí mismo, no de mi destrución, última rosa
para levantar la tumba,
para ponerla en pie como árbol
que contará de nuevo los cielos
mi vida, mi historia que el ocaso vuelve perdida, como
embalaje en manos de extraños
como excrementeo que a tus pies coloco o
abrumador relato fantástico: que yo era un perro
vagando donde no había vida,
lamiendo día a día la lápida que me sugiere
u ahora seré si quieres, fuego fatuo
que alumbre por las noches tu lectura, y ruido
de fantasmas para alejar el silencio, y canción en la sombra,
y mano
que no supo de otra, y hombre
bucándote en el laberinto, y allí gritando cerca del monstruo
tu nombre, e imaginando tus ojos.
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