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Capricho de la tarde

La tarde está sentada en una silla
cosiendo la mortaja de su entierro
y el gato de la noche va enjaezando
su red por la montura  de las tejas.

Nada es igual cuando el silencio aguarda
como el cadáver roto de un geranio
la injuria del gusano y de la ameba,
cuando adivinas
que en  un salón desnudo en la distancia
se  agrupan los murciélagos del miedo.

Ocurre a veces
que  algún atardecer se nos entrega
como un muñeco viejo y destripado
en el rincón sin luz de una almoneda.

Y ocurre a veces
que el tiempo se nos cuelga en la nostalgia
y vaga la esperanza como un viejo
paquete de Ducados
mecido a sus caprichos por el viento.

Tengo un aguamanil que sabe historias
de abrazos que le cuentan los espejos
cegados de intimísimas alcobas.

Y, en un reloj de péndulo que llora
su  luna emasculada,
escritos hay silencios de mil citas
que nunca se cogieron de la mano.

También tengo,
en no sé qué cartera de mi padre,
cien mil ajusticiados de la guerra,
y fotos de un Marcial que fue torero,
y el cuadro en la pared de un rey carlista
y boinas coloradas,
                                      y esos sellos
que siempre despegábamos al agua
al poco de cenar…,
y una tristeza
de bordes desgastados y amarillos
que no puedo guardar en ningún banco,
y lágrimas callando su impresencia
que vienen de una fuente  que me mana
de algún zaguán  perdido en la memoria.

Os decía
que alguna vez la tarde se me queda
como un  rosario viejo  entre las manos
y el sueño de la luz va desgranando
recuerdos  de mi padre en sus misterios.


JUAN JOSÉ ALCOLEA




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