La luz tendió en la tarde ligeros gobelinos,
se hizo pronto un incendio en que el mundo iba a arder,
cayó después en lluvia de azul por los caminos:
yo la he visto variar como alma de mujer.
La luz con unas nubes hizo encendida fragua,
disfrazó a los torreones con un amplio albornoz;
alzó náyades diáfanas de la paz de las aguas:
la luz formó de nada sus mundos, como Dios.
Vi al arroyo jugando con la luz del Oriente,
en pupilas de niño sorprendí su claror,
entró a la pieza triste de una convaleciente:
la luz se ha dado a todos, como Nuestro Señor.
Por la luz los botones me enseñaron dulzuras,
una tarde violeta me dijo que llorara
y los astros formaron frases claras y puras:
sin la luz toda cosa su misterio guardara.
¡Mensaje que de lo hondo del misterio camina
y dilata los pechos como rosas abiertas,
y que deja temblando una estrella divina
en la inmovilidad de las pupilas muertas!
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