Lejana y victoriosa
desde tu ensueño al que no llega el rumor del mundo,
me miras,
criatura de llama
y dueña de mi descanso.

Ascensión de la forma liberada
por escaleras y mensajeros de los dioses,
marinos pájaros te siguen
hacia la incorruptible morada vacía
de las horas que construyen el tiempo.

Sobre la orilla en sombra
queda el clamor del hombre que aspira a tu silencio
y un mar originario que borra las pistas del retorno.
En sus desnudas aguas,
barca desarbolada y sin señales
absorta en el meridiano de los olvidos.

Reina de Babilonia,
entre esculturas pálidas y tesoros cautivos,
envuelta en la purpúrea soledad de tu sangre,
al festín de inadvertidas cenizas
asistes.

La copa de las libaciones derramada,
las manos pensativas
reposan sobre el vaticinio de sus palmas.
Y tus ojos, color de lejanía,
se abren a un puro cielo sin leyendas.

Intacta y venturosa,
dentro y fuera del tiempo,
contemplas el balcón de las rosas adolescentes,
mientras en los pasillos solitarios
el esqueleto acecha la agonía de los besos.

Imagen de una imagen,
custodia de mi esencia trascendida en tu llama,
te miran los despojos futuros de la ausencia.
Rostro definitivo rescatado a la tierra,
tú quedas
                 y yo paso.


De: La cabellera oscura