GERARDO GUINEA DIEZ | |
Es la lluvia, la hormiga que asciende lenta en la hoja intemporal; es la hoja, la lluvia que moja el negro paraguas; es el paraguas, la sombra donde crece el delgado tallo; es el tallo, el fulminante verde que amanece en mis ojos; son mis ojos, los creadores de la página; es la página, el epitafio ... | |
¿Qué te doy de mi cuerpo?, prestado a otros cuerpos,a otras vidas. ¿Qué puedo darte de estas frases?, préstamo de otras. ¿Cómo te doy del sueño y color de otras manos, mis flores? ¿Cómo te doy mis brasas para no arderte? ¿Cómo recoges mi polvo? ¿Cómo darte mi viento, si la humedad ... | |
Honda la mano que no perdió su antiguo ánimo y en el coraje empuña la espada que hiere al polvo y éste que seesparce y niega el agua. Honda la mano hiriente que en su embriaguez se hace río y después de tantos años aún nos asombra porque ostenta unoleaje y un canto marinero. ... | |
Viva raíz del cielo, camino abierto a los frutos infames, a la fuente turbia, atropello del claro mediodía en Manhattan con mujeresque visten ropas de seda, singular belleza que mañana serán prendas que revendeun indígena de Totonicapán en pacas de ropa usada. Profunda raíz amable ... | |
Raíz sabia que me engendró en el grano de trigo, fiesta del polvo salamandra y unos azahares a tiempo, a la hora del coraje, vidrio de milagros, hábito a fuerza de su peso moral; bondad indefinible aprendida todos los días, a cualquier hora, en el desayuno compartido, en la vergüenza ajena ... | |
El ser anida en el hombre y en el joven; una daga noble con alma de Toledo duerme en la esquina del tiempo; ellos son sueño, vigilia, polvo , atónita hasta el miedo, derrama su destello de oro y plata. Ellos se ven. Permanecen callados, la avara lengua les niega el vínculo. Siguen callados. ... | |
El ser, congregación de nubes en el cielo, níveo desierto que ordena en fila las viejas batallas. Al poniente, los lobos; al oriente, las oxidadas espadas en espera de reinos y fracasadas glorias. El ser, laberinto de tiempo detrás de la errante memoria, como los estoicos, balanza de espadas y cañones, ... | |
Toma de la mano al hombre, al niño, a sí mismo; el tiempo dicta su sentencia: todos serán obligados a la valentía a pesar de su miedo. Quizá después, muy después, vendrán los demás que salven a la historia. Pero ahora, el clamor es uno: empuñarán la espada del humo, ... | |
El ser y todo yo congregado en un hondo corredor de espejos donde los sueños preceden al canto y al ingenuo entusiasmo de los hombres; el ser y todo el hedor de los prisioneros del tiempo, los que se quedaron en la orilla del reflejo; los que naufragaron y salieron a la playa ... | |
Y esas osamentas, árbol de noche, traman entre los péndulos de la voz, la más antigua, la leyenda que testimonian las piedras ciegas, reyerta del aire. Y dicen, dicen, la azarosa epopeya de la espada que empuñan otras manos; y dicen sin decir, porque la voz se ha enmudecido: ... | |
Un hombre sueña, deambula en el filo de la banqueta del mundo; aún es niño, sus ropas invocan una esperanza que resulta pretexto oportuno para dar un rodeo a su tristeza. Escruta puntual los misterios del tiempo, sabe, porque desconoce, que su hacer lleva un ex libris de interrogación ... | |
El ser resguardando lo verdadero y falso de nuestros espejos, ánimas desolladas por las hendeduras que nuestras sombras van dejando en los muros de calles de bisbiseos escatológicos, de manchas que testimonian tiempos escindidos, yugos floreados en llantos de olvidos; muros ... | |
El hombre, creyéndose niño, camina a la orilla del precipicio y se lanza en pos del viento, el que tiene forma de barrilete, ¿está en Santiago Sacatepéquez? No, está instalado en el tiempo duro, infatigable, rebelde. Está otra vez en la frontera del ser y el estar. En la eternidad del recuerdo, ... | |
El ser despojándose de su tintura, de su codicia, de su apetencia; el ser, devorándose a sí mismo; el ser y el hombre ¿el niño? apostilla de la soledad. El ser, anemia que provocó la insipidez de las horas y los días; el niño ¿el hombre? anticipo del ser, pregunta al revés, ... | |
Frente a él descubre que dejó de ser niño y el hombre, frente al niño, entiende que se volvió espejo, y el ser reclama al hombre y al niño toda la calamidad: máscaras, órganos mutilados, juguetes rotos, viejos sueños de fin de año, en fin, el arrebato de la memoria sustraída; ... | |
El niño está feliz, las manos de su madre, tibias, calientitas, lo llevan por los rumbos nuevos del país de los espejos, ella se come por él todo el dolor, toda la angustia, toda la nostalgia que ronda por la geografía de cristal. Su felicidad es grande, tanto como el espejo ... | |
El ser y un oleaje que sube, desde las paredes de la vieja casa, que sube, hasta las aturdidas torres, sitio de vigías y adormilados hombres que imaginan la ciudad, la de los perros callejeros, la de los muertos, la de las calladas avenidas, la ciudad, la del circo y sus tartamudos payasos, ... | |
El ser ha llegado, por fin, al umbral de los días nuevos, en su rostro se dibuja la ebriedad de la muerte, como la materia profunda de las piedras; ha reescrito a ciegas las señas de identidad de las heridas más profundas. Camina y calma su sed en los jardines desnudos que reflejan unos ojos ... | |
El ser y todo el yo congregado, en la orilla del fin de siglo, en la pupila de un niño que jamás descifrará el cabreo del tiempo. El ser y todo el yo congregado. En la orilla del tiempo, en el margen más lejano, en donde nace el viento que sopla con la fuerza de Hércules. ... |