Llamo y nadie responde.
Pregunto a la piedra y a los árboles.
Canta un pájaro y me doy cuenta
de que las casas no tienen ventanas:
demasiado débiles para tumbas,
demasiado fuertes para moradas.
Beso al leproso y a la niña con caspa.
Y a ti, violento geranio; y a ti, crepúsculo.
¡Se dirÃa que va a llover sangre
de cómo se afanan las hormigas!
Volcán, ¡si supieras cómo te quiero
niño mÃo! ¡cómo suspiré al verte!
¡Qué ella también te hubiese visto
con ojos de mi niñez! ¡Por la que muero
de no soñar juntos sobre la misma almohada!
¿Dónde mis amigos? ¿Qué se fizieron?
Otra vez en tu reino, soledad.
Ya las estrellas enciendo y las espigas.
Perenne horror de caÃda sin término
y pirámide trunca y vena abierta.
Mi alma, leal, en ti se acendra
y fortifica, soledad. Despierto
y muero al recuperar mi cuerpo.
Asà te imaginaba, con ruinas y volcanes
y una lluvia invisible en los cristales.
Desperté, y yo, Deseo, ya no estaba.
HabÃa partido de nuevo en sueños.
Tú me reconociste por el anillo de mi dedo.
SÃ, soy el legÃtimo. Y no encontré
la felicidad. ¡Diabólica es toda belleza!
¡LÃbrame de la peor de las fiebres!
Ahora te sueño tan fuertemente
que le saco los ojos a la noche.
Ansias de ciegos pozos olvidados
encuentran con mi arado los luceros.
SÃ, pero tu silencio de nocturna piedra.
SÃ, pero tu voz de tan pura nunca oÃda.
SÃ, pero tu sangre que deflagra
mi voz vencida, tu luz asunta: mi vida.
Partà por la puerta de atrás
y torné por la puerta señorial:
le di la vuelta al mundo y a mà mismo.
Llegué tarde para charlar con los hermanos.
Sordos estaban y hablaban ya otra lengua.
Desplomóse el roble. Nacieron tumbas
y el becerro cebado tuvo nietos.
Abracé fantasmas. Y los presentes
estaban más lejanos que los muertos.
RÃo de sueños siguió mis pasos
y borró mis huellas, padre Adán.
¿Cómo llegar si nunca me he marchado?
¿Qué hacer para quedarme si no he vuelto?
Desperté, y yo, Deseo, ya no estaba.
“Duerme y no reposa”, dÃjome el Hijo Pródigo.
“Deja lo que no tienes ni tendrás.
No hay casa, ni patria, ni mundo.
Somos de otra parte.
¡Al carajo!”
La voz del Hijo Pródigo era hermosa como el Deseo.
Vi el anillo de mi dedo. Soy el legÃtimo.
¡Oh, mi voz antigua, Ãgnea y vaticinante!
Yo quiero algo más que acciones y virtudes.
Y me marché por el portón trasero
para volver jamás.
Antigua Guatemala, 19 de febrero, 1945
De: PoesÃa
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