I
¿Ves, caminante? En esta triste pira
la potencia de Jove está postrada;
aquà Marte rindió la fuerte espada
aquà Apolo rompió la dulce lira;
aquà Minerva, triste, se retira;
y la luz de los astros, eclipsada,
toda está en la ceniza venerada
del excelso Colón que aquà se mira.
Tanto pudo la fama encarecerlo
y tanto las noticias sublimarlo,
que sin haber llegado a conocerlo
llegó con tanto extremo el reino a amarlo,
que muchos ojos no pudieron verlo,
mas ningunos pudieron no llorarlo.
II
Moriste, duque excelso, en fin moriste,
sol de Veraguas claro y refulgente,
que apenas ilustrabas el oriente
cuando en fatal ocaso te pusiste.
¡Tú, que por tantas veces te ceñiste
el desdén vencedor del sol ardiente,
apareciste exhalación luciente,
llegaste aplauso, ejemplo feneciste!
Moriste, en fin, pero mostraste, osado,
el valor de tu pecho no vencido,
de la propia nación tan venerado,
de las contrarias armas tan temido;
moriste de improviso, que aun el hado
no osara acometerte prevenido.
III
Detén el paso, caminante; advierte
que aun esta losa guarda enternecida,
con triunfos de su diestra no vencida,
al capitán más valeroso y fuerte:
al duque de Veragua, —¡oh triste suerte !—
que nos dio en su noticia esclarecida,
en relación, los bienes de su vida,
y en posesión, los males de su muerte.
No es muerto el duque, aunque su cuerpo abrace
la losa que piadosa le recibe,
pues porque a su vivir el curso enlace,
aunque el mármol su muerte sobreescribe,
en las piedras verás el Aquà yace;
mas en los corazones, Aquà vive.
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