JUAN DOMINGO ARGÃœELLES | |
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Para mi hijo Está bien, te lo diré: no pensaba en la muerte, pues si he bajado a los infiernos era por ver la maravilla que hasta hace poco era la vida. Entre el azufre y el espanto probé otra vez de aquella culpa para poder seguir viviendo. Y ya he pagado mi tributo. Lo que vivÃ... | |
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Tiene el cabello negro y los ojos que, desde ahora, son mis ojos. Despierto y la contemplo, o tal vez duermo y sueño al filo de su... | |
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Aquà están los rencores. Los escribà pensando en ti. Creà por un momento que eran flores que amanecÃan en abril. Pero al poner la mano me han herido, ¡puta, si me han herido!, me han lastimado hasta sangrar, hasta aullar de dolor, hasta quejarme inmensamente en la noche... | |
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La ola de Dios del mar de Dios azota. En la playa de Dios, clavado, hundido, hijo y padre de Dios, migaja suya, azotado y cansado y malherido. JAIME SABINES I Aquà estaban los muertos dijo mi padre y el rugido del viento... | |
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El mar siempre regresa; sus montañas saladas se alejan, pero vuelven; abren las cicatrices de la arena; rebosan de infinito los ojos que lo miran. El mar regresa siempre porque siempre está solo; vuelve a buscar las playas. Regresa... | |
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tener un lugar en la vida,un destino entre los hombres. ALVARO DE CAMPOS Mi padre ha abierto el libro de su corazón y me habla de la furia y el resplandor del mar. Yo lo escucho y el cuarto en la noche del sueño se llena de las olas más inmensas; las gaviotas no duermen, lo sé yo que, a punto de dormirme, oigo sus gritos en los riscos... | |
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Mientras los buitres trazan cÃrculos alrededor del sol, como planetas, los poetitas con sus versos tiernas romanzas acompasan; buscan el más elaborado de los silencios y ordenan a sus tripas que no gruñan; los buitres no quisieran comer carne tan flaca, tan desabrida como yeso, tan... | |
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Con piedras y maderas hago mi casa bajo el sol, la visto de ventanas para que el sol entre a habitarla. Cierro sus puertas luego de que ha partido el ocaso. Mi casa cruje bajo la lluvia que ha venido a mirarla. Mi casa es una tumba cálida en donde vivo yo mi muerte... | |
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Tiembla el hielo del sol y la calle se llena con su rojez. El aire se congela y es piedra. En la mitad del dÃa el corazón se agolpa y la sangre levanta su torrente de espuma. Caen, lentas, las nubes calcinadas y comienzan a rodar en la vereda. El mundo aquà es el principio del mundo,... | |
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Solamente la música, la melodÃa que viene y va como mi boca, ávida, de pezón en pezón, de un monte a la otra cima; solamente la música, tu música, me hace dormir, feliz, mece mi corazón y lo estremece y después lo serena y lo detiene, y lo quema y lo apaga, lo hace ceniza, ¡oh,... | |
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Al mar dije que no. Dije también ya no más cielo, ya no más canto al manantial ni al eco grácil y purÃsimo de sus aguas que bajan de la más alta inmensidad. Ahora solamente nombraré la desgracia, dije y le puse nombre. Para que arda más la herida le puse sal y miel silvestre... | |
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Dejo en su tumba unas cuantas palabras húmedas y silenciosas como un gato. Para la tumba de Anaïs Nin. Para su pelo que nunca conocà y sus muslos que un dÃa fueron hermosos,lo aseguro. Para sus sueños donde solÃa hablar despacio en lo redondo de una oreja, cuando subÃa a la corola del amor... | |
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La torcaza volaba y tú la contemplabas. Era luz en la luz del mediodÃa, calor en el calor de la mañana, aire en el aire y tú la contemplabas. Tú la veÃas y eras libre, porque la libertad de ver se aprende, porque ser libre de mirar se aprehende como el rÃo a cantar aprende de los... | |
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Otra vez para ella, la que sabe por qué I Ella, la más salaz, sangra en la luna, y sabe del honor de merecer la gracia de los dioses y el castigo de ser mujer. II Ella, la más salaz, bebe esta gracia y goza el paraÃso del infierno: entre las llamas arde, se consume, y es esta... | |
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Lo mejor del amor es la distancia y el encuentro otra vez, cuando ya nada tengo que decirte y los dos recordamos aquellos años que se han ido, aquel tiempo feroz que temblaba en tus manos y esa imagen de ayer (recordarla es vivirla) marcada para siempre en la memoria, impresa a fuego... | |
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Tú me pedÃas poesÃa como quien frutos desespera del olmo viejo del camino. Cada mañana amanecÃa y el árbol peras no arrojaba. Cuando vivir no es necesario escribe el cerdo, lee el puerco y se emocionan los marranos. Escucha bien: no hay moraleja: es otra voz la... | |
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Sobre esta piedra, junto a este árbol retorcido ya harto de la vida ellos fundaron la ciudad. Tal vez vinieron, ellos, tras las cosas; tras las casas vendrÃan otros, los postreros. Luego vendrÃan los amores y los primeros nombres de la vida, tenues apenas, inseguros, pero certeros ya... | |
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Yo sé que no podrás ayudar a tu hijo, como ayer, a tratar las palabras como si fuera hoy el primer dÃa que las descubre y las pronuncia: no podrás evitarme la ingrata piedra del lugar común con que tropiezo y caigo como todos tropiezan y todos caen ante la risa infame de la... | |
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Toco la piel del tigre y el tigre vibra, ronronea, se hace el dormido bajo la palma de mi mano, como un trompo que zumba: mitad madera, mitad punta acerada. Hablo de un libro: en su espesura encuentro la fauna de mis dÃas, los árboles que a diario me cobijan y los saurios y helechos... |