(Auguste Rodin)
Piedra fuera en los labios, pulimentada, sobria,
como un panal de abejas siempre al aire.
La torsión de los cuerpos,
enredadera frágil de rosas en hilera.
Apenas leve roce de tu carnalidad herida;
apenas mis caderas como un telar de viento
que, abatiéndose,
hicieran huracán de tus manos abiertas.
Qué no daría el viento por un beso.
Qué no daría yo,
pobre roca de aljibe soñándote en la sombra.
Qué no daría el dios por robar a los hombres
ese sagrado fuego.
Pero qué sombra guarda nuestros pasos,
qué dejadez, el tiempo que nos convierte en pétreas
criaturas ancladas.
Qué barro pretendiendo
la creación azul de todas sus miserias,
la hábil recreación de tu rostro en el mío,
la despetrificación de los espacios,
el delicado hueco de una boca
llenándose de barcos, de nubes y de hogueras.
Por un beso la roca
deja el acantilado y es el mar.
Por un beso, la mar se funde y se confunde
en las blanquísimas olas de las velas.
Por un beso, las guerras pierden todos sus hierros
y el fusil es un bosque donde el viento se arroja
como cascada ígnea de flores y lianas.
Por un beso delgado,
del color de la grama de tu beso.
Por el sencillo beso
de tu larga alcazaba de palabras.
Por un verso, tan sólo, qué daría.
Hecha de mármol firme,
cruzaría la luz por ese beso.
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