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Saúl Ibargoyen

 
 




SOBRE LA ÚLTIMA COPA, DE SAÚL IBARGOYEN



Siendo abundante el número de escritores que ha tenido dependencia del licor, ese número disminuye cuando se trata de llevar tal experiencia a la literatura. Por mencionar tres ejemplos, citaré a Charles Jackson (Días sin huella, 1944), Malcolm Lowry (Bajo el volcán, 1947) y John O'Brien (Dejar Las Vegas, 1990). Tal vez una de las razones para tal encogimiento ante el tema sea la dificultad de transformarlo de autobiografía en narrativa. Sin embargo, los ejemplos dados lo declaran posible y a ellos se une, en el 2006, La última copa, de Saúl Ibargoyen.

Novela breve, que se da por consumada en 130 páginas, es novela compleja. Parte de la complejidad deriva del enfoque elegido. Porque sucede que el narrador parecería conformarse con una voz en tercera persona que, despegada del protagonista, fuera capaz de mirarlo objetivamente. Mas sucede que ciertos datos obligan a pensar que sea el protagonista quien narra mediante la escritura del texto sujeto a lectura, apoyándose para entregarlo en aquella voz en tercera persona comentada. Cito en apoyo de mi afirmación: "El hombre echó una demorada lectura sobre las narrativas que anteceden. Pero no escribió nada más" (p. 56). La estrategia consiste en que ese narrador lea por encima del hombro del protagonista y nos comunique lo leído. Ahora bien, no se piense que Saúl busca la complejidad por el gusto de impresionar al lector. Ningún escritor serio hace tal cosa. Sucede que es el método para conseguir una mirada objetiva a partir de lo subjetivo.

Porque las experiencias narradas deben brotar del interior para que fabriquen convencimiento en el lector, pero a la vez creándose cierta distancia. Son las conmociones internas del protagonista, no las del autor, las que deben llegarle a quien lee. Por ello el enfoque adoptado en la novela es el conveniente. Por otro lado, se insiste en mantener anónimo al personaje puesto que, después de todo, "los borrachos no tienen nombre". Se limita a ser "el hombre" o, en algunos capítulos, "el niño" o "el muchacho". El de menor presencia es "el niño", que aparece en tres de los 25 capítulos, las tres ocasiones muy al principio del texto. La razón de ese ordenamiento es muy sencilla: debe establecerse dónde y porqué se inicia el alcoholismo del personaje. En cuanto a "el muchacho", serán cuatro sus participaciones, todas definitivas para comprender el presente del personaje cuando adulto.

Será éste el sustentador del grueso de la trama, desde su aparición en el capítulo inicial. Capítulo que deja establecida la situación de derrota humana en que se encuentra el personaje. Cito las líneas de apertura: "El charco púrpura de la vomitada era como un espejo desmenuzado en trozos y salpicaduras brillantes y hediondas", siendo "espejo" una palabra clave. A partir de aquí se va construyendo el itinerario cubierto por ese hombre vencido. Pero no será un itinerario seguido en obediencia a las tramas convencionales. Aquí, en la novela de Saúl, la fragmentación impone su criterio. Los 25 capítulos son otros tantos fragmentos, transmisor cada uno de ellos de una anécdota. Cada anécdota tendrá significado en sí misma, para a la vez coadyuvar a transmitir el significado total. Por otro lado, hay en el orden dado a los capítulos una intención, desde luego conseguida, de llevar el desarrollo del personaje hacia un punto de crisis, para luego permitirle llegar a un estado de calma o de solución de su conflicto.

Va siendo obvio que, según avanzamos en la lectura, el personaje se adentra en una violencia progresivamente mayor, a la vez espiritual y física. Esa violencia significa la creciente desesperación del hombre, que mira con escepticismo cada vez más hondo la vida propia y la existencia humana. En tal combinación se encuentra la fuerza del texto, que mediante una escritura poética abre puertas a esa meditación sesgada hecha sobre el mundo. Por ejemplo, el considerar que "por momentos nos aproximamos a esa dudosa categoría denominada felicidad, pensando que fuera algo accesible…", donde se establece la imposibilidad de lograr tal estado. Pero no se limita a ello el cuestionamiento que se hace el protagonista, pues sucesivamente se pregunta si existe el destino (lo cual daría una excusa para lo ocurrido), si todo es cuestión de azar, si el hombre decide. Acaso se tenga la respuesta en lo siguiente: "Tal vez porque el azar es la única ley unificadora de todas las leyes, las humanas y las otras", quedando al lector averiguar a cuáles se refieren estas últimas. En otro orden de cosas, hay en el texto una profunda descreencia en la aplicación de las ideologías políticas. Por tanto, el protagonista de esta novela se encuentra sin más asidero que la prostituta ocasional y el licor omnipresente.

También está el exilio. No se lo menciona directamente, pero su sombra es constante en los acontecimientos de la trama. Hay el final asentamiento en México, pero también el moverse continuo del protagonista de un país a otro, sin que se den los motivos de tales visitas. Basta que se las cumpla, como si la obligación del hombre fuera el viaje continuo. Quizás para decir que el exilio quita las raíces originales y apenas permite otras nuevas. De aquí, sin duda, el constante juego lingüístico con los nombres que en distintos países recibe un mismo objeto, oficio o persona. Se escribirá entonces "La entrada del burdel, o queco o quilombo o lenocinio o mancebía o lupanar, entre otras denominaciones" o "las majas, musas, mozas, mujeres, muchachas…", no con la intención de presumir riqueza idiomática, sino con aquella otra de establecer la acumulación de vocabulario establecida por el continuo vagar; pero también con el ánimo de fortalecer la idea del desarraigo, tan profundamente establecida por la novela. Desarraigo que parte de lo político para ir abarcando cada vez más lo existencial.

Ese titubeo idiomático se une al anonimato del protagonista y a su dificultad para precisar situaciones. Dudar respecto de las cosas es una de las circunstancias constantes que experimenta el personaje: en qué tiempo se vive, en dónde se vive, quién lo rodea a uno, quién nos mira desde el espejo. Claro, son meditaciones propias de un borracho, pero a la vez proponen la idea central de la novela: el cuestionamiento de la existencia propia. Hay un callado preguntarse sobre el propósito de la vida junto a un callado responderse que no lo tiene. Es el infierno que se vive, al cual se procura paliar mediante la ingesta de alcohol. Por ello cada episodio abre con un epígrafe, epígrafe que sin excepción proviene de alguna canción referida a las copas.

Sin embargo, la novela no concluye en la derrota, aunque se conserve el escepticismo. Hay en el capítulo XXI un momento de crisis, expresado mediante la pesadilla que el protagonista tiene, en la cual se expresan de modo simbólico todos los miedos que lo atormentan. El animal de "pútrida gelatina" que finalmente aprisiona el corazón del personaje determina que, al menos en mi lectura, allí se inicie la busca de salvación. Salvación respecto de la borrachera, que el páramo interior seguirá viviendo en el espíritu del protagonista. Por ello la importancia del capítulo final, cuando el hombre contempla la muerte sucia del personaje llamado "mulato". Pudo ser la del protagonista. Es de subrayar que al morir la madre de éste se da un momento de indagación respecto a la muerte y que, con éste, se incrementa la desazón interior del protagonista. Por tanto, la novela de Ibargoyen aprovecha el tema de la borrachera para explorar la condición humana. Es, aunque pudiera no parecerlo, una novela filosófica.

Escrita con varias hablas. Al ocurrir parte de ella en cantinas de mala muerte y lupanares, no esquiva el reproducir el agresivo idioma de esos lugares, sea en su expresión mexicana o en la uruguaya o en la peninsular. Con ello se da obediencia a uno de los mandatos de la narrativa. Pero quien escribe es poeta y, en las ocasiones descriptivas, no olvida esa condición, que aplica incluso en los momentos menos agradables. La malicia del narrador está en conseguir que no desentonen entre sí.

Por tanto, estamos ante una novela arriesgada en su temática, pero también en la estructura de la trama, en la reproducción de hablas y en los silencios que inserta para que el lector les dé palabra. Centrada como está en la vida de un alcohólico, no se queda en ello, sino que aprovecha la coyuntura para transformarse en una meditación sobre la existencia. Indudablemente, una buena novela.


FEDERICO PATÁN, sobre La última copa, de Saúl Ibargoyen. Revista de literatura mexicana contemporánea, Año 2006, Número 28



DEGUSTAR LA ÚLTIMA COPA
Apuntes sobre La última copa de Saúl Ibargoyen


¡Pum pum!, ¡bang bang!
Adiós tristeza, hola botella de licor

Los Esquizitos



1:52 p.m. Miércoles.

Punto final. La última copa ha llegado a su postrera gota después de una lectura agria, tambaleante, fétida, real. Tan real que el lector, aturdido, de vez en cuando deseará alejar la nariz de las páginas, pues el andamiaje de la obra y las descripciones utilizadas por el autor no dan espacio a respirar fuera de los vahos alcohólicos y las ácidas regurgitaciones de los personajes.

Saúl Ibargoyen quiere llevarnos por los callejones del vicio alcohólico no de la mano sino a empujones, con los ojos vendados, empujándonos contra paredes escarapeladas, trompicándonos hasta el blando suelo lleno de miasmas para que salgamos de ahí, de la lectura, con raspones, chichones, con la cara embarrada; porque no hay forma de salir limpio de La última copa. No hay manera de vivir los despertares, los delirios, las pasiones, poemas y descensos infernales de el personaje -sin nombre, por cierto- sin sentir un fino tentáculo entrar por las pupilas y atenazar la entraña. No hay manera de alejarse del personaje, de no ver pasar las noches junto a él, de no gozar el vómito sobre la alfombra o la embriaguez desnuda bajo la lluvia.

Del personaje anónimo sólo sabemos lo que su conducta nos comunica. De niño la curiosidad, el apetito, la soledad del extranjero. De muchacho la impetuosidad, la pasión, la soledad del segregado por motu propio. De hombre la desilusión, el alma bohemia, la soledad del filósofo que es capaz de decir "los tragos todos son uno solo; tal vez como las mujeres, que todas se resumen en la que uno está amando". Asistimos a los primeros tragos de este individuo, a las atropelladas y líquidas noches de pasión de hombre nuevo, a sus experiencias delirantes de hombre viejo: puercas, llenas de poesía y ropas sucias de humores y gelatinas corporales. No es exageración. El lector tendrá la oportunidad, gracias a las descripciones del autor, de vivir en primera fila de ring side las situaciones en las que el protagonista cae -nunca mejor empleado el verbo-. Para muestra, un botón (el personaje, caminando en la lluvia, tropieza con el cadáver de una gata): "La felina era una ex mamá; el vientre acuchillado, rajado, partido, se abría impuramente bajo el aguaje que moderaba a veces sus enviones. Pegándose a él todavía, como continuándolo, los cuerpos de las crías, expulsados a filo de metal y pisoteados por paseantes con prisa o probables predadores, seguían ahogándose y desangrándose en la sordidez de las baldosas". Como esta, hay decenas de figuras a lo largo del libro. Algunas bellas, otras horrendas, pero todas con un alto grado de valor estético, pues Ibargoyen siempre busca crear su lenguaje, encontrar la metáfora propia, la imagen personal, la combinación de palabras única e irrepetible que lleve al lector a percibir exactamente lo mismo que el personaje.

Esta inmediatez entre las percepciones equívocas e imperfectas del protagonista y la experiencia del lector no sería posible sin el desempeño a tono del narrador. La voz que describe y relata las acciones es cómplice de la borrachera extrema. Pareciera que por momentos vacila, pierde la vertical. Muchas veces no sabe a ciencia cierta si lo que relata sucedió o no, como si la escena que cuenta estuviera mal iluminada o la memoria le fallara. Honesto, no lo piensa mucho para expresar sus dudas: "...una mujer todavía joven, sin rostro reconocible o conocido, lo sacudió a medias para despertarlo. ¿Cómo traspasó o traspasaron el zaguán , el vestíbulo y el antecomedor?, ¿quién lo sabrá? ¿Cómo terminó tirado en la cama doble, de pantalones desajustados, camisa arrancada y un zapato solo?, ¿quién lo podrá saber?".

Entonces, ¿quién es el narrador? ¿Por qué posee una voz imprecisa, incierta? ¿Por qué deja dudas en el aire? Porque en el sopor alcohólico por el que transitan los tragos de La última copa las certezas han sido desterradas, las acciones deben acontecerse en vértigos y las ideas, tanto las firmes como las bamboleantes, deben errar en saltos de aterrizaje forzoso.

He mencionado que el personaje es un bohemio. Y lo es, pero no debe confundirse el espíritu libre con la falsa alabanza al espíritu etílico. Quien busque en La última copa un pretexto para embriagarse y contar al alcohol entre los elementos necesarios e indispensables para la labor del poeta, se verá decepcionado. El protagonista es un adicto. Nadie lo juzga, y asimismo nadie lo venera. Lo encontramos chapoteando en vómitos, entre gozos putañeros efímeros e intensos, con compañeros de farra que no saben distinguir si se han desnudado o no al orinar; abandonado, sucio, vagando en cueros, buscando sus poemas entre la basura, en perpetuo conflicto con los sobrios -como muchos otros borrachos-. No hay, como en Baudelaire, una loa al sabor y las propiedades del vino; no hay un Chinaski ingenioso que muestre sus mejores destellos de humor y alegría estando beodo. No. El personaje es un poeta pedo; no más, no menos.

En cuanto a la estructura... éste es uno de los libros por los cuales vale la pena seguir leyendo y escribiendo; con los que uno se pregunta qué es en realidad una novela. Los episodios se suceden sin un orden cronológico claro (tal vez al final sí se acomoda un poco). Los únicos encabezados existentes son "el hombre", "el muchacho" o "el niño", los cuales nos permiten conocer el momento al que nos acercamos en la vida del personaje. De ahí en fuera, las partes podrían leerse en cualquier (des)orden sin impactar en demasía el efecto final (excepción hecha del último capítulo, que cierra con certeza el libro).

Un detalle que no puedo dejar de mencionar es la enorme diversidad de formas de describir una vulgar guacareada. El autor despliega una gran cantidad de recursos poéticos aplicados a la descripción de este fenómeno que van del extremo de casi provocar la náusea o de plano ver al vómito como una región de belleza recién descubierta. Van dos ejemplos: 1. "El charco púrpura de la vomitada era como un espejo desmenuzado en trozos y salpicaduras brillantes y hediondas" (pausa); 2. "El efecto se produjo rápidamente; las tripas se revolvieron como víboras en un fuego implacable y estallantes emitieron vinos y licores en fermentación. Una sola explosión gástrica alcanzó para higienizar brutalmente el triperío; el piso de la cocina recibió en sus equilibradas baldosas aquella acerba hediondez" (Qué feo ¿no?).

No estamos, pues, ante la "novela" que encontraríamos en la mesa de novedades de Sanborn's, pues desde la estructura plantea riesgos al lector, quien debe andar como entre pirañas, con cuidadito si quiere degustar la profusión de metáforas con que Saúl Ibargoyen, sin deseos de ocultar su destino de poeta, pincela su prosa. Si no, ¿por qué llama al espacio debajo de una mesa de madera "región sagrada de estambres y carnes de árbol", o describe el bajarse de una silla así: "descendió de la inmóvil bestia vegetal"? Puede deducirse entonces que el autor apunta y espera hacer blanco en un lector ágil, atento, con deseos de sumergirse y dejarse llevar por las corrientes, a veces espesas y a veces torrentes vertiginosos, de estos licores.

Espero en serio que sean muchos los atrevidos que quieran brindar con nosotros, que deseen libar, degustar con tiento La última copa, y que cuando lo hagan tengan en cuenta, como escribió Saúl Ibargoyen, que "en la cuestión de los tragos, como en la guerra o en el amor, sabemos -si es que sabemos- cuándo empieza pero no cuándo termina".


(DÁN LEE, Apuntes sobre La última copa de Saúl Ibargoyen)



DÍAS DE VINO Y ROSAS


"…El hombre no podía encontrarse con su historia de horas atrás, de instantes atrás; ni reconocer el desgarramiento de las tripas al expulsar los incontables tragos de la última copa. La siempre última, o primera, o única copa..."


Así describe Saúl Ybargoyen uno de los dolorosos despertares del protagonista de su novela más reciente. La última copa es un acercamiento a la realidad del alcohólico, ese personaje atormentado que deambula por pasillos oscurecidos, prostíbulos malolientes y vigilias envilecidas por los vapores del alcohol; en eterna fuga, huyendo de las propias emociones, buenas o malas, porque para él, sentir es causa de sufrimiento; por tanto, su meta es anestesiarse, lograr el total desarraigo de una realidad que no acepta, pensando quizás que "…Olvidar es a veces vivir, porque así podemos inventar los recuerdos…"


-¿Cómo te llamas?
-Nadie, me llamo Nadie… soy hijo de la madre Nada.


Acerca del porqué el autor decide dejar huérfano de nombre al personaje, Ibargoyen, con su franqueza habitual, responde: "A partir de mi experiencia personal en Alcohólicos Anónimos me dije: un borracho es un borracho, el borracho no tiene nombre, al no tener nombre no existe, es decir: soy y no soy, entonces el personaje de esta historia tampoco lo tiene".

Para describir este ser y no ser, el escritor hace un desdoblamiento, se desdobla en el Niño, el Muchacho, el Hombre; en algunos capítulos los tres forman una Trinidad, un triángulo de inseguridades, negación y abrumadora inconsciencia: "…Ya ni veo lo que estoy chupando -se dijo el mozo- y sintió de un madrazo que el cuerpo se le achicaba, que había entrado con aprestos de hombre, para luego pasar a mero muchacho y después a casi niño, un niño que se agarraba del borde de la barra, mientras las náuseas le estallaban hasta por los ojos y narices…" Al despojarlos de identidad, Ibargoyen nos introduce de lleno en la problemática del alcohólico: al negarse a sí mismo y a la vida que lo rodea comienza a destruirse, y en esa caída hacia un fondo, que a su vez no tiene fondo, va contaminándose de suciedades propias y ajenas. El alcohólico se convierte en una especie de hoyo negro, un receptor de basura que lo llevará a la destrucción de su personalidad.

La última copa es una serie de relatos breves que dan forma a un ámbito novelístico y que pueden leerse como historias independientes sin perder la trama. Una novela que, según el autor, ya se separó de la escritura netamente vinculada con las temáticas anteriores, aunque sigue sin salirse de la narración que él llama de fronteras: sociales, culturales, biológicas, físicas, afectivas. En La última copa predomina la frontera de los estados provocados por el alcohol, que hacen que el personaje viva en diferentes realidades: con un pie está en el mundo de la propia realidad y con el otro en una muy diferente contra la que no existe amparo posible.

Como ya nos tiene acostumbrados a lo largo de su obra, el poeta Ibargoyen juega con el lenguaje; de pronto nos encontramos ante un párrafo de palabras encadenadas en las que prevalece una letra que se repite una y otra vez hasta dejarnos sin aliento: "…En la barra de una cantina o en un bar hirviente de ruidos, risas, reflejos, rechazo, recaídas, respiros, renuncias, relajos…" Porque como él dice: "Sé que algunos piensan que mi prosa es muy barroca, excesiva, demasiado metafórica, pero es lo que yo hago; no puedo escribir una prosa normal, siempre necesito buscarle algo; ese barroquismo, la metaforización, buscarle algo más a la palabra".

En uno de los capítulos se narra la pérdida de la inocencia a través de la mirada lúdica de un niño, precoz lector del Quijote: "…El niño no entendía por qué aquel anciano de ropas metálicas, con su escudo de latón y su lanza rajada, trepaba y bajaba o se caía de su frágil cabalgadura, pero no abandonaba los caminos polvosos de La Mancha…" En este capítulo, la descripción es lenta, musical, amorosa; las imágenes limpias, igual que la mirada infantil. "…El niño vio una silla sin nadie encima; dos varoniles zapatos desorientados al pie de un pálido ropero; una mesa desnuda de manteles y jarrones: sobre su tapa de existencia cotidiana, dos vasos delgados, el uno puro de vidrio transparente y el otro con una mitad plena de fulgor amarillo. Dos vasos casi pegados a la botella madre...."

La última copa está relatada a través de varias voces; fiel a las palabras dichas por Saramago, (…no importa quiénes sean los narradores, no importa cuántas voces haya, lo que importa es que el relato fluya…) Saúl Ibargoyen construye su historia al amparo de esa multiplicidad de voces, que al mismo tiempo son múltiples puntos de vista.


-"Nunca digas la última: nunca hay una última" (dice la voz embigotada)
-"Pero si es un tango… de Gardel" (responde el muchacho)
-"Puro tango nomás: músicas son músicas, tragos son tragos".


El muchacho aprende rápido a desenvolverse en cantinas de agrios olores y lugares nocturnos apenas ventilados: "… Un hombre más, anegado en lluvia por dentro y por fuera, aferrándose a un vaso con doble o triple ron y dos piedras de hielo, al que le siguen varias raciones más, ya sin hielo…" Ese hombre arrastra su realidad de borracho por cada rincón de cualquier escalera preguntándose al despertar cómo terminó tirado en la cama doble con la camisa arrancada, los pantalones desajustados, sin lentes, sin dinero, sin llaves, sin pluma, sin dignidad.


-"Escúchame: guiski, ron, grapa, vino, cerveza, brandi, tequila, ¡todos son lo mismo, te empedas y chau! Somos una sola copa adonde cae cualquier cosa que sea alcohol…"


Y el alcohólico vuelve a zambullirse en la falsa alegría, en la excitación que le provoca el pensar en el próximo trago; camina obsesionado hacia ese vaso de cualquier licor, aún sabiendo que después del primero, o el segundo, o ya no sabe cuál, volverá a ser un Sin Nombre con la misma carga de incertidumbres, recelos, culpas. "… Porque la culpa, falsa o no, no se ahoga en el licor: bebe contigo la cabrona…"

Ibargoyen no escribió una novela con fondo moralista; no hay mensaje en sus páginas, salvo el que el lector quiera encontrar. El autor de La última copa es consciente de que la catarsis sólo puede darse desde lo más profundo de cada individuo.

"Me costó mucho escribir esta historia" dice el escritor "pues tenía que resolverla sin que fuese autobiográfica, porque a fin de cuentas no importa que sea verdad o invención, lo importante es que esté bien escrita, más allá de la anécdota Es verdad que durante mucho tiempo conté incidencias de mi vida de alcohólico, sobre todo las que tenían cierto chiste, no las trágicas. Y las seguí contando hasta que de pronto me di cuenta que las modificaba y al final ya no sabía qué era lo que había pasado exactamente, porque la confusión que produce el alcohol cambia los tiempos; el espacio es un vínculo con otra realidad pero que al mismo tiempo te separa de ti mismo, te aísla, pasas de de la euforia a la tragedia. En mi obra anterior hay algún personaje que se emborracha, incluso en la poesía hay algunas imágenes de chupe pero nada más. Al comenzar esta novela, me di cuenta que tenía un bloqueo que me impedía hablar sobre este tema, y tuve que romperlo; cuando lo conseguí empezó a fluir todo lo que estaba ahí apretado durante años; después de escribir esto, que lo hice en dos meses, quedé vacío, como en estado catatónico durante un tiempo".

El escritor uruguayo, afincado en México desde hace treinta años, narra esta historia desde su experiencia con el alcohol (que puede ser la de muchos otros) al mismo tiempo que convierte en universales los elementos autobiográficos que pueda haber en La última copa. "… Porque casi todo lo malo que salía de mí, se debía al alcohol…" Escribe el Hombre, en esa hora de sobriedad, a una de sus mujeres, o quizás a todas las que lo acompañaron durante su vida de alcohólico. "… Sé que no habrás olvidado mis salidas a cualquier hora o mis regresos de desesperante irregularidad… Ni aquella reunión de borrachos tristes en la casa que duró exactamente catorce horas, donde aquel fulano vomitaba para arriba y volvía a tragarse aquello, o el otro que no sabía donde estaba su propia boca y los cacahuates quedaban sembrados por la alfombra y hasta quería fumar el cigarrillo contra la frente… O aquella ocasión que me tragué un litro de ron con escaso hielo, ¿era ron?, y los espasmos nocturnos no paraban… Y tú, dormida, que solito arreglara mi desarreglo… A la mañana, con feos temblores y dolorosas náuseas, trasladé mi cuerpo hasta el servicio de urgencias de un cercano sanatorio. Un enfermero de tremendos brazos me colocó dos feroces inyecciones cuyas mágicas resonancias y efectos antiespasmódicos permitieron que, de camino a la casa, adonde tú seguías durmiendo, me echara tres roncitos para no cambiar de trago y comprobar así mi asombrosa mejoría…"

Hasta que, en algún momento de la historia, el Hombre enfrenta su propia muerte mirándose en el despojado cuerpo del amigo, atado a la cama de una sala de cuidados especiales de un hospital público… A partir de ese instante, el Hombre cargará sin remedio con esa muerte, seguirá enfrentándose a ella en las dolorosas mañanas, en las solitarias noches, a la hora del lobo "… Esa hora en que los niños nacen, los viejos mueren y los borrachos resucitan..."


Marisa D´Santos. Presentación del libro La última copa de Saúl Ibargoyen. Palacio de Bellas Artes. 6 de agosto de 2006. México



LA ÚLTIMA COPA EXPLORA LA NATURALEZA HUMANA POR MEDIO DE LA BORRACHERA


Para celebrar los 30 años que lleva elpoeta y narrador uruguayo Saúl Ybargoyen radicado en México y presentar su más reciente novela, La última copa, los escritores Marisa D'Santos, Samuel Gordon y Federico Patán, junto con el autor,se dieron cita este domingo en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes

Publicada por Ediciones Eón, la novela gira en torno al tema de "la borrachera para explorar la condición humana".

Es un acercamiento a la realidad del alcohólico mediante un personaje atormentado que deambula por pasillos oscurecidos, prostíbulos malolientes y vigilias envilecidas por los vapores del alcohol, huyendo de las propias emociones, buenas o malas, porque para él sentir es causa de sufrimiento, por tanto su meta es anestesiarse, lograr el total desarraigo de una realidad que no acepta, pues en palabras del personaje: "Olvidar es a veces vivir, porque así podemos inventar recuerdos".

Ybargoyen "no escribió una novela moralista", destacó D'Santos. "No hay un mensaje en sus páginas, salvo el que el lector quiera encontrar. El autor es consciente de que la catarsis sólo puede darse desde lo más profundo de cada individuo." Con este libro da inicio una nueva colección de la casa editora denominada Días de vino y rosas en homenaje a la película del mismo nombre, dirigida por Blake Edwards, en 1962.

La última copa despliega en 25 breves capítulos -a veces de una página y media o dos- las secuencias narrativas que conforman la historia. Es una ficción que "a ratos se antoja realista y en otros un laboratorio lingüístico y sintáctico nada despreciable", explicó Gordon.

Con más de 50 libros publicados, Ybargoyen, en su más reciente volumen, "sigue sin salirse de la narración que el autor llama de fronteras: sociales, culturales, biológicas, físicas o afectivas". El uso de arcaísmos, así como la conjunción de la lingüística sudamericana con mexicanismos, "delatan el doble corazón del autor, con reminiscencias uruguayas a las que aún es fiel, y el habla característica de México que hace muchos años adoptó, junto con la ciudadanía. También el francés, el portugués y el 'portuñol' fronterizo revelan los antecedentes de una cultura vasca y largas temporadas en Brasil".

A Ybargoyen le costó mucho escribir esta historia, citó D'Santos al autor.

"Tenía que resolverla sin que fuese autobiográfica, porque a fin de cuentas no importa que sea verdad o invención, lo importante es que esté bien escrita, más allá de la anécdota.

"Durante mucho tiempo conté incidencias de mi vida como alcohólico, sobre todo las que tenían cierto chiste, no las trágicas. Las seguí contando hasta que me di cuenta de que las modificaba y al final ya no sabía qué era lo que había pasado exactamente, porque la confusión que produce el alcohol cambia los tiempos y el espacio es un vínculo con otra realidad pero que al mismo tiempo te separa de ti mismo: pasas de la euforia a la tragedia.

"Al comenzar esta novela me di cuenta de que tenía un bloqueo que me impedía hablar sobre este tema, y tuve que romperlo. Cuando lo conseguí empezó a fluir todo lo que estaba ahí apretado durante años. Después de escribir esto, que lo hice en dos meses, quedé vacío, como en estado catatónico durante un tiempo."

A lo largo de la historia de la literatura, explicó Patán, ha sido abundante el número de escritores que han dependido del licor; sin embargo, ese número disminuye cuando se trata de llevar dicha experiencia a la literatura. La última copa "es una novela arriesgada en su temática y estructura que no termina en la derrota, aunque el personaje conserve cierto escepticismo. Y aunque pudiera no parecerlo, es una novela filosófica que aprovecha el tema de la borrachera para explorar la condición humana".


CARLOS PAUL. La última copa explora la naturaleza humana por medio de la borrachera. Publicado en La Jornada. 7 de agosto de 2006. México






 

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