| CUENTO A CUENTO
 
 
 
 
  LA INSPIRACIÓN NO EXISTE, Y EL OFICIO ES EXTERNO: SAÚL IBARGOYEN CONMEMORA 45 AÑOS DE ESCRITOR
 
 Con la aparición de los libros Cuento a cuento (editorial Eón, 1996) y Versos de poco amor (Praxis, 1996) -que será presentado el próximo viernes 8 de noviembre a las 19 horas en la Casa del Poeta—, Saúl Ibargoyen celebra 45 años de oficio literario.
 En el primer volumen recoge toda su producción narrativa, reflexiones, aforismos, experiencias; en el segundo, presenta una serie de poemas que habitan diversas formas en el amplio espacio del lenguaje. De hecho el protagonista de este libro es el amor, y su factura está trabajada en base al desencanto, después de varios años de ilusiones y desilusiones. Aquí, el sueño se convierte en un 'yo" que trata de conquistar la interioridad. El reto lo lanza Ibargoyen, las conclusiones pertenecen al lector.
 
 Desde sus anteriores libros de poesía: Erótica mía, Epigrama a Valeria, Basura y más poemas, entre otros, hasta Versos de poco amor, ¿qué cambios importantes percibe o cuáles han sido sus hallazgos dentro del lenguaje?
 —Los dos primeros que mencionas, más una buena parte de los otros, están sostenidos por una perspectiva erótica bien marcada pero, al mismo tiempo, señalan una postura de desgarramiento. Es decir, la voz poética, más que el autor, asume de modo narcisista el acontecer de cada poema: se trata de la descripción metafórica no de una relación de pareja, sino del efecto de una relación sobre una de las partes.
 Una visión muy limitada del amor, que en mi libro reciente resulta superada o, al menos, corregida. La presencia de la mujer -persona o personaje— es la que guía la escritura, al punto de que algunos textos se vuelven centrífugos, se abren en espiral más allá de cualquier propuesta personal. Es un cambio casi definitivo: en poesía y en el amor siempre se aprende, aunque nunca sabemos bien qué ni cuánto.
 
 —En estos 45 años de trabajo literario, ¿cree que la poesía es cómplice de la vida, o viceversa?
 —La palabra cómplice sugiere un delito, y el delito de la poesía es estar contra la vida en lo que ésta tiene de rutinario, de "normal", de establecido. También la poesía debe estar en contra de sí misma para realizarse, así como el amor debe estar en contra del amor para que amor sea.
 
 —Desde su primer libro, ese "infeliz poemario" según sus propias palabras, abordaba la poesía de una forma extensa. En sus textos recientes vemos todavía esa fuerza, ¿cuál es el motivo de la poesía: inspiración u oficio?
 —Los motivos de la llamada creatividad poética no están en nada de eso: la inspiración no existe, y el oficio es algo externo. Lo que hay, sí, es un núcleo muy al interior del poeta donde todavía no se forman las palabras, como hace poco lo confesaba a una persona muy querida por mí. En un sitio donde se aglutinan los sueños personales, las pulsiones, los sanares de la especie, la sed de uno mismo, las hambres primigenias, el deseo de quebrar el propio límite, los miedos a la oscuridad, etcétera. Cuando ese núcleo se ve afectado por ciertas situaciones, movimientos, amenazas, emociones, estímulos diversos, pueden comenzar a moverse y mezclar los factores mencionados. Pequeñas o grandes, las convulsiones se desatarán hasta encontrarse con las palabras que el poeta, ya "inspirado", buscará ordenar por medio de su oficio. Pero es mejor que el oficio domine al poeta. Con respecto a esa fuerza en mí, se acrecienta con los años.
 
 —Quisiera que hablara de la usurpación de las imágenes en sus textos, ¿cómo se dan en la poesía y en la narrativa?
 —Si entiendo bien la pregunta, esa usurpación implica, claro, violencia; y más que ésta, lo que debe haber entre los géneros es un acuerdo ú un conflicto, pero no un afán depredador. Por ejemplo, en mis cuentos o novelas utilizo procedimientos de mi lenguaje poético, y al revés, pues se trata de estructurar un espacio común cuya superficie es la anécdota, el tema, la descripción, lo discursivo; y cuya profundidad está dada por la densidad metafórica y el libre discurrir del inconsciente creativo.
 
 —Einstein decía que el espacio, el tiempo, la materia, la energía y la luz son un todo, ¿podríamos hablar en su poesía de la "teoría de un campo unitario"?
 —El planteamiento de la unidad tiene, tal vez, un resabio místico. Pero, ¿puede la luz transformarse en materia? Lo que subyace en esta concepción es la humana imposibilidad de concebir la nada, que sería la gran unificadora; como si el silencio fuera el gran unificador de la poesía. Puedo decir solamente que en mis versos siempre intento, y más que por vocación, por algo inevitable, entretejer la creatividad verbal con la vida cotidiana del autor y, si es posible, con la de los demás. Así, lo que unifica Versos de poco amor no es el amor sino la capacidad de que el crecimiento espiritual de dos personas se ahonde en ellas mismas y se amplíe a los demás; aunque esas personas lleguen a separarse. Si ese crecimiento unificador se produce, su resonancia va mucho más allá de una ruptura o una separación. Un hecho espiritual de este tipo no deja marca, como un golpe o una pasión, sino que impregna ciertas zonas de la sensibilidad, de la identidad.
 
 —Ahora, con la recopilación de sus cuentos completos, ¿se presentan cambios de estructura con relación a la concepción original?
 —Tuve que releer casi 300 páginas para la corrección de pruebas, y sólo pude hacer, por manía perfeccionista y por una idea utópica de la creatividad, algunas enmiendas. Y aparecieron dudas sobre la estructura de ciertos cuentos, pero decidí respetarla, porque un cambio estructural significaría escribir otro cuento; una especie de reciclaje de nunca acabar. Padezco de la impunidad de ser un poeta que desarrolla metáforas con intención narrativa, y eso me ayuda a ser laxo, aunque no desprolijo, en el "armado" de un relato.
 
 —Los protagonistas de sus cuentos podrían ser una vía de descubrimiento del texto, ¿cuál es su intención al dejar ver desde las primeras páginas los motivos de sus personajes?
 —Es un procedimiento casi explícito el que tú señalas; pero mostrar algo en literatura, puede incluir el ocultamiento de otro algo. Una cosa es lo que llamas "motivos" y otra es cómo se descubren e interpretan esos motivos, tanto por las acciones físicas o verbales de los personajes, como por los movimientos no efectuados o por los silencios que cada discurso incluye. A veces resulta en mí que texto y personaje son lo mismo, aunque mi propia ficción es una realidad colectiva muy concreta.
 
 —En estas cuatro décadas de producción, ¿cómo se siente con el regalo de una edición de sus cuentos completos, más el reciente volumen de poesía?
 —Regalo no es, en primer lugar. Puedo definirlo simplemente como el fruto concreto de un largo trabajo históricamente acumulado. Por supuesto, hay un arriesgado editor que saca los 24 cuentos, presentados por el crítico cubano Alejandro Expósito; mis personajes agradecen al editor Rubén Leyva por este esfuerzo, que les permite notarse en la confusa luz de otras fronteras. Por su parte, tal vez la musa-mujer-muchacha que diera impulso a los Versos de poco amor agradezca secretamente al editor de Praxis la posibilidad de contemplarse en el sonido de mis fugaces metáforas. Porque también la poesía es una manera de autoconocimiento.
 
 (MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ, “ La inspiración no existe, y el oficio es externo: Saúl Ibargoyen”, Novedades Bibliográficas, El Financiero, 28 de octubre de 1996 )
 
 
 LA BOCA DE LA MUJER DE JOAQUIM COLUNA
 Cuando escuché por primera ocasión las frases que referían la boca de aquella mujer, me resultaron enigmáticas y, por lo mismo, atractivas. Desde entonces (hace unos veinte años) vuelven a mí en ciertos momentos sin que las llame; sólo emergen en una sensación de misterio, una emoción que me conmueve en lo profundo. Se las escuché decir a un personaje del cuento "Este hotel es de respeto”, el que cierra el libro titulado Fronteras de Joaquim Coluna, incluido ahora en la reunión de relatos Cuento a cuento, de Saúl Ibargoyen Islas. Cuando el hotelero recuerda a la mujer describe los labios de ella: "...boca era beso de amor, lo demás más eso, mucho para cualquiera.”  Dos páginas atrás había dicho: "La boca no era gorda, beso tal vez y silencio.”
 El hotel se encuentra en algún pueblo de Uruguay frontera con Brasil; digo que escuché las frases porque el encargado del hotel las dice ante rostros desconocidos en tono coloquial fronterizo, mezcla de español y portugués, de ahí el ritmo y el habla extraños del personaje, extraños al castellano de otras partes de América Latina, pero dueños de una musicalidad medio mágica que, al pasar los años, resuena de nuevo en mi memoria. Esta mujer especial, cuyo nombre desconocemos, va al encuentro de Joaquim Coluna. El hotelero dice: "Para el hombre, el señor Coluna, parecía lo justo”. Es decir que, de alguna manera, habría un “cualquiera” que podría enamorarla. Sin embargo, a decir verdad, no sabemos a ciencia cierta si la mujer con boca de beso de amor era amante de Coluna, o sólo una compañera de militancia política con la que acordó reunirse en el hotel para luego llevar a cabo una acción que, en rigor, sucede en la penumbra de lo enigmático. Lo que puedo concluir es que el encargado del hotel habla frente a probables policías que andaban tras los pasos del impresionante Joaquim Colluna.
 Intuí, por otro lado, que ese tipo de mujer, visible es cierto pero huidiza, puede mover a un hombre, como Coluna, incluso al duelo, a la aventura donde la vida está en riesgo, a realizar lo indecible. Este vínculo fatal que se desprende de la mujer es el símbolo de lo no dicho en el cuento, pues ella significa "beso tal vez y silencio”; es lo que se hace y no pude decirse porque su ser es el de la ocultación, en otro nivel del erotismo.
 Las frases que señalan a la mujer, al venir de la combinación del español y el portugués, me desplazan de mi recto decir y me demandan un nuevo entendimiento si quiero pensarla en mi contexto lingüístico. Expresan la vida de una frontera, donde se besan y se separan dos culturas y dos lenguas, donde los acontecimientos no pasan en el espacio abierto del territorio. La historia que nos narra el cuento es esto también: en lo visible hay un beso, pero en el misterio se gesta una separación, un desencuentro.
 El hotelero pudo haber dicho que la mujer era bella, pero el narrador sabía que ante la mujer bella-bella los hombres se postran o la contemplan a la distancia, alejándose. En cambio, dijo "…boca era beso de amor, lo demás más eso, mucho para cualquiera”; lo de “mucho para cualquiera” resultó quizás un énfasis del habla, porque si la boca era beso y silencio, la mujer, en sí, era beso. Es decir el beso era la mujer, aunque la acción de besar implicara a dos personas. Los primores de la mujer conformaban un beso visible y el silencio indicaba hacia la interioridad de ella, hacia sus características espirituales, las cuáles sólo podían expresarse en el silencio de una boca que era beso. Los labios están abriendo el ser de la mujer. El beso es en ella la base sobre la que se levantará los demás sumado y aquí cito las palabras del hotelero: (pag 121-122+125). Para el administrador del hotel el beso-beso se daría en su  lejanía, resultando un beso no visible en la probabilidad de mujer que besa a Coluna o a la inversa; de ahí que el hotelero pusiera desde antes el beso en los labios de la mujer. Ya que él se encontraba imposibilitado de atestiguar el beso de las existencias que se da a través del silencio que es una boca de beso de amor. El beso-beso se apaga en la proximidad; el otro beso permanece encendido, el beso de las espiritualidades. Se trata de la fusión de dos fuegos que se llamara que se mantienen encendidos en la distancia porque se llaman.
 El beso que era la mujer o la mujer, beso, era el lugar de lo incandescente. La mujer llega al hotel, es la que anda, la que va por el camino hacia el hombre, ella es el basamento; al contrario, la mujer bella-bella espera, aguarda, está quieta en su belleza, van y la encienden. La otra, la “imperfecta/perfecta”, sabe, intuye, reconoce con fatalidad que contiene el beso de las existencias, un fuego que le da vida a sí misma y que da vida, erotismo, y entonces puede caminar su camino, porque sus labios son “beso tal vez y silencio”, “beso de amor”.
 
 (GUILLERMO SAMPERIO, “ La boca de la mujer de Joaquim Coluna”)
 
 
 SAÚL IBARGOYEN, SU MUNDO, SU FRONTERA.
 Uno  de los más lúcidos aciertos que ha tenido el  célebre novelista y teórico checo Milán Kundera, ha  sido  afirmar, cual lo hace  en su Arte  de  la  novela, que el narrador es  un explorador de la existencia. Vista así, la dimensión del narrador podría diferir  sustancialmente de la del poeta, en el  que primaría, en todo caso, un aspecto subjetivo   que puede llegar a limitar su percepción exacta del todo existencial; su  afán exploratorio   tendría necesariamente que atravesar el barniz personal que puede rehuir la capacidad   expositiva y analítica concomitantes al hecho narrativo. No obstante, el poeta estadounidense Carlos Williams aseveró siempre que "todo arte es objetivo" y, en su caso, se refería fundamentalmente  a la poesía. Es indudable, pues, que aún falta un largo trecho por andar  para  llegar a una conclusión definitiva sobre aspecto  tan cuestionable.  Creo  que   desde  la  antigüedad  hasta nuestros días, ha sido un  tema agudamente  controversial, que hasta cierto   punto   —sólo hasta cierto punto— quedó resuelto cuando el italiano Juan Bautista Vico,  en el   siglo XVIII, estableció la teoría del "pensamiento lógico" y el "pensamiento por imágenes". De acuerdo con Vico, en el narrador  sobresaldría el pensamiento  lógico, mientras  en  el  poeta sería el  pensamiento   por  imágenes el que  tendría primacía.
 Pero esta teoría de Vico, que ha sido analizada hasta la saciedad en los últimos tres siglos, no llegaba a plantear una definitiva conclusión de, un tipo —o forma— de pensamiento por el otro, sino que es dable advertir subyacentemente que ambos pueden, eventualmente, coexistir. Véase si no, el caso de Shakespeare, cuyo teatro netamente narrativo (no importa que  fuese escrito en verso) y hurgador de y en las pasiones  humanas,  no  está para nada en contradicción con sus   antológicos sonetos;  o el  caso  de  Goethe; o Puslikin. Y, para   traerlo a zonas y tiempos  más cercanos a nosotros, hombres latinoamericanos de este fin de  milenio, el  caso de  Jorge Luis Borges, José Lezama Lima, entre otros:  Fervor de Buenos Aires  no excluye a  “El   jardín de senderos que se bifurcan”  o  a  “Hombre de  la esquina rosada",  como  Paradiso   no excluye a Muerte de Narciso o  Enemigo rumor. Más bien yo diría que se incluyen, se  complementan, forman parte de un corpus  orgánico cuya razón primigenia está en la acentuada  necesidad  de  devenir  soportes de una  macroestructura literaria abarcadora, no de  lo humano pero  sí  de  un ser humano .
 Pienso  que algo similar sucede con Saúl Ibargoyen, un uruguayo pleno de sueños y ausente   de rencores,  que nació en Montevideo en 1930  (él   suele   llamarle Montevidéu, para  aproximarse  al  origen del nombre de su ciudad al  ser encontrado el lugar por los navegantes portugueses). Saúl  comenzó  atraído  por  la narrativa, y comenzó a  escribir cuentos; pero  luego, la síntesis de la poesía, así como su notable capacidad para, transmitir emociones y  estados de ánimo en una apretada  sucesión de  imágenes, lo sedujo a   tal   punto,  que  hoy en día es  conocido mucho más como poeta (en esta  zona  Saúl ha publicado más de 30 títulos en  los últimos 40  años) que como narrador, aun cuando  en otra faceta,  de  su  obra   ya   cuenta    con tres novelas  (La sangre   interminable,   publicado   originalmente   en México;   Noche   de   espadas cuya  primera  edición  es   cubana  y Soñar la  muerte,   salida   de   los  prensas mexicanas  hace  tres años)   y tres   libros  de cuentos: Fronteras de   Joaguim  Coluna,  ¿Quién manda   aquí?   y  Los  dientes del sol; el primero de   los   cuales   apareció   inicialmente en Caracas y los otros dos en Montevideo.
 Saúl   hace   indistintamente   poesía y narrativa:  sabe   que   cada   tema   requiere de    un  tratamiento   diferente:  hay el  que demanda una   cadencia  expositiva y un desarrollo   épico y de personajes  que   no  pueden brindarle   los  recursos netamente asignados al  poema; sabe igualmente que lo fugaz (que curiosamente puede ser eternamente perdurable),  la  sensación del momento,   una   frustración  o   un éxito pasajeros, reclaman un pequeño, un mínimo espacio  donde   reflejar  su  hondura,   que   se   explica   por sí  misma.  Parafraseando  un tanto  a  Kundera  y a Williams,   con los que comencé, estas  líneas,   Ibargoyen es un explorador de   la   existencia para el que toda manifestación  estética es objetivamente viable.  En su conducta   estética (aparte del compromiso   con "los  pobres  de la  tierra",   como   dijera   el   gran José Martí) hay la suerte de   escritor  que   complacería a Vico,   el  que   logra   conjugar  los  pensamientos  lógico   y por imágenes,   para  devolver una   realidad   enriquecida, transmutada en oraciones  o  versos,   pero   siempre de sincero y contumaz aliento que  perentoriamente   reclama  un  lector cómplice   que   no   se   acerque como  advenedizo   de   esquina   al  mensaje   que   trasunta   las  noticias  de   su corazón, para   recordar  a un buen amigo   de  Saúl,   el  poeta   bonaerense   Juan  Gelman.
 Cuento a cuento agrupa, íntegras,  las tres   colecciones  de   relatos  que   Ibargoyen ha  publicado, más tres narraciones   no  incluidas  en  libro   y que   han aparecido en revistas   especializadas.  Hay   algunos  marcos   denominadores   en ente   feliz   conjunto:   uno  de   ellos  es   su   sorprendente   coherencia.  Debo   aclarar  qué   esta, condición nunca la   he   considerado   sine qua non para   hallar  un  libro   de   buena   factura, pero  acuso   su presencia   en Cuento a cuento  porque   en  este  caso  deviene   indicativa de un muy personal   universo   qua   ha  ido   paulativamente integrándose,   formándose   con voces  y personajes, con giros   lingüísticos  fronterizos  (de la frontera de Brasil con Uruguay)   amalgamados  con  experiencias semánticas de otras latitudes, mexicanas,  nicaragüenses, cubanas. Un universo  que  piensa en mulato, "mixturanza” dice Ibargoyen, de credos  religiosos africanos diversos y la  presencia  católica; que piensa también como  únicamente se piensa  en la  frontera, con le. certeza  de su estabilidad  inestable, con  "el  dolor de dos  patrias",  como  dijera  la espléndida  poeta   hebrea  Lea   Goldberg,   refiriéndose a otra  realidad pero   aplicable  a ésta;  que  piensa también en la injusticia, que la  sufre   y le amarga,  en las persecuciones,   en  el   contrabando   transfronterizo;   un universo   que   no   se   polariza maniqueamente   en policías y ladrones, sino que se autoproblematiza por el  poder de la palabra y  resulta eficazmente denunciante   de   un mundo   atropellado   en sus derechos, sangrante  y fiero,  en busca de su  propia e irreductible   dignidad   y reconocimiento; un universo de amor y muerte, de antiguas familias señoriales y, asesinos a sueldo, de juegos  de azar y prostíbulos olorosos a jabones y perfumes baratos, semen, whisky adulterado  y violencia, de premoniciones y aparecidos,  de   circos  trashumantes  y caballos   viejos   y  leones desdentados, de payasos que no hacen reír y de trapecistas sin trapecio, de supersticiones  ocultas  y misas  descubiertas; un universo, en fin, tan mágico y real como  cualquier otro, que ha sido dotado de vida genuina. Porque   no   puede   caber la menor duda  de   que al igual  que   la Yokna-patawpha  de   Faulkner,  o  el  Comala   de   Rulfo   la Santa  María   de   Onetti, el más real (éste sí, pero tan abrumador cómo los otros)  Dublín de   Joyce,   el Rivamento de Ibargoyen tiene   arterias   propias.
 Otro  de   los   elementos   que   confluyen de manera definitoria en estas narraciones  es  de   otro   orden,   lingüístico   y sintáctico:   mundo   de   frontera entre   dos países  de   idiomas   diferentes, los   lugareños  han  adquirido  una   forma   dialectal  muv peculiar  y  sui  generis   para expresarse. No es español ni portugués  (y  nótese además que el uruguayo   no  es precisamente el español ni le brasileño es el portugués),   es   simplemente portuñol, según es  conocido   y considerado   cómo  de   baja estofa, como una suerte   de   caló  digno   de   ser empleado   sólo  por gentes  sin educción,   de   dudosa moral   y menos   conocimientos.  Saúl hace   suya  esta  forma  de   comunicación,  con lo que reivindica  el  derecho  de   los  pueblos,   cualesquiera  que sean,   a expresarse   en la  lengua que han adoptado   como  propia.  Es un caso,   si bien no nuevo en la literatura, uruquaya, sí muy acusado en este libro (y en toda la obra narrativa de Ibargoyen, en general). Lo que ha sido tratado de forma esporádica por otros narradores uruguayos, Alfredo Gravina, Garlos Reyles, José Monegal, Juan José Morosoli,   con la   rara   excepción de   Agustín  Bisio   y de   Aldyr   García Schlee,   no  ha   sido   incorporado   tan  fehaciente   y orgánicamente   como   lo   ha   hecho Saúl.  Casi   siempre   el  portuñol  ha   servido  para   "dar  color local",   para  "ambientar";   pero  muy  rara   vez  lo   que   el   autor  de  Cuento   a   cuento realiza, es  decir,   hacerlo  efectivamente   recipendiario  del mundo  en el  cual  transcurren sus historias que   justamente   fue   creado   en  esa  mítica realidad,   como   ha   dejado  dicho   García Schlee.  Pienso,   paro   buscar un correlato   con la  extensa   literatura   latinoamericana,   en la hermosa   simbiosis  que   logra   José  María   Arguedas  entre   el  quechua  y el español,  bien lejos del color  local de  Ventura  García Calderón y hasta  de cierto  Ciro   Alegría,   que   lo   intentaron  también en Perú.   No   creo   que   haya   un  real bilingüismo,   aun cuando   las   familias  de   clase   media   y  alta   de   la  zona   hablen español   y portugués.   Se   trata   de   otra   cosa,   prácticamente   de   monolingüismo,   sólo que,   por cierto   como   todas   las   lenguas,   fruto   de la    confluencia   de   dos  troncos diferentes. ¿Qué   pódenos   decir  los   que   hablamos   castellano,   que   no   —-en puridad— español,   pues  en España,   se   hablan  muchas   lenguas,   idioma,  en  cuyas   raíces  están visigodo,   el   latín ,   el árabe y, en estas tierras de América nuestra, las lenguas africanas y autóctonas?.
 Otro  aspecto   a considerar es  el sintáctico; como es anticipar el   adjetivo   y concluir la  frase   con  el   verbo.   Hay  quien ha señalado, en un acucioso  estudio   sobre la obra   narrativa del  uruguayo   (Rosa  María   Grillo,   en  “El portuñol. De   espacio fronterizo a  espacio   literario")   que   se   vale de  mayor musicalidad   y  ritmo.  Yo,   por mi   parte,  no   creo que sea ése el objetivo,   sino  que,   unido   a   la  profusión de   gerundios  y a   la  constante   calificación de los   sustantivos,   Saúl  deja   constancia   de   signos  sintácticos  y  semánticos  propios  del  portugués que   en la   frontera son trasladados al  portuñol  como   aportes a su   representación  en  tanto   habla  fecunda   y  en  constante   transformación.   Sobre   esta  característica   del   portugués  que   se   habla en  Brasil,   o   sea,   el  brasileño,   basta   remitirse   a   Graciliano Ramos,   Dionélio  Machado,   João   Guimarães  Rosa, Caetano  Veloso...   Es  más,  creo  que   es   su   justificación literaria   pues  ciertamente no  logra   —si   fuese   buscado   ex  profeso— los  efectos  de   musicalidad   y ritmo que  anota   la  crítica   italiana   Grillo,   sino  más bien una afectación arcaísta  que tanto  rechaza  Saúl.
 Quiero,   por  otra   parte,   señalar en   su   narrativa  lo   que   advierto   como  un simbolismo   nominativo,   si   bien   no  a   la  manera  de   los  "Mundono vistas"   (Rómulo Gallegos,   Jorge   Icaza,   José   Eustasio Rivera...); sí,   igual  que   aquéllos,   fatalista  y,   por  tal,    definitiva.   Presiento   que   en el  caso   específico   de   Ibargoyen,   está dictado  por la   atmósfera   opresiva  de la  frontera,   que   él  quiere   acentuar.   0 sea,   si   bien,   por ejemplo   en Doña Bárbara   el personaje central  es   Barbarita (lo  que   sugiere   ingenuidad, limpidez, lo que unido a la  función, del  agua  será determinante),   luego  del drama,  será la Doña así,  con mayúscula,   con sequedad, con brío,   con vengatividad.   Santos Luzardo   (donde   es   fácil  leer  el   santo   de   la luz que arde)  será el  abanderado de las buenas acciones,  el reivindicativo,   el hacedor de nuevas esperanzas  y expectativas;  y todo esto es muy claro   para el lector  avezado; en Saúl,  en sus  narraciones,  hay un nombrar, un designar;  no funciones dramáticas, sino más bien sentimientos o hasta pondríamos decir, alegorizaciones. Por ejemplo, un  personaje se llama Doña Pelona Morte; en otro cuento, será el  protagonista Ángel Siemprestá; en otro,   Nenguno   Naide.  En este sentido,   lo   aproximaría   más a Miguel  Cara  de   Ángel,  de  El   señor  presidente,  de Asturias,  o quién sabe si al  Fulgor Sedano,  de  Pedro  Páramo,  y hasta al mismo Pedro  Páramo,  de   lugar seco y  polvoso,  yerto y agreste. Me refiero, claro, a la función,   siempre,   del   simbolismo   nominativo   que   asumo   en muchas   de   las  narraciones   de Ibargoyen.
 Falta considerar el papel que desempeñan en la narración algunos recursos poéticos, como es, digamos, la fuerte aliteración en “r” del cuento “ el blanco cielo”, cuando se expresa: “rememoradas repeticiones de cerros serruchados”, con  lo que se   evoca   efectivamente   él  hecho  mismo  de   serruchar algo por la onomatopeya; o  la alusión franca  un  mundo como de   serpientes, cuando  el  narrador dice en ¿Quién manda aquí, Ninguno Naide?: “subterráneos sitios  de   severas  reclusiones".  Lo   sibilante,   en  este   cuento,   va a ser transmisor de   lo   bajo,   lo   oculto, lo   serpenteante.   Otra   circunstancia   a considerar  —y que   ya   apunté   antes, cuando dije,   pero   no soslayé su explicación, que Saúl constantemente calificaba los   sustantivos— es la proliferación adjetival. Una  aproximación ligera  pudiera suponer  que se   trata   de   una   transposición del   hecho   poético   al   narrativo;   pero otra,   más  serena,   puede   evidenciar que  se   acude   a  ella  en tanto  demostración de que   se   trata   de   un mundo   otro,   de   una otredad que   precisa  ser  perfilada,     definida,   en fin,   nombrada   y especificada.  Es  el  caso   de   "cacerías  planificadas, repensadas  designaciones,   esperados   suplicios"; de   "delgadísimas   tripas   o metales  filudos  en su  cilíndrica  mudez   sonorante";   de   "sábanas  conyugales  y trapitos de   infantil   incontinencia ".
 Es   necesario,   siquiera,   hacer mención  a  otro   recurso  que   utiliza   el  escritor. Es  lo  que   yo   llamaría   neologismos,   o  en realidad   lo   son para   mí;   pero   no   para una   realidad   que   historia,   narra   y  recrea  Saúl   y en la   que   vivió  muchos   años. Son ejemplos:   "administración inteligentil”, “sala reunionística” “instrumento metrallístico, “lujiento prostíbulo”.  No   hay perífrasis,   lo  usual  en español, hay contracción funcional,   recurso   del   que   se   vale   el  narrador para indicar,   una ves más,   a   su  lector,   que   su   obra   debe   y tiene   que   ser  asumida   desde   una   perspectiva   diferente.   Saúl  ha   tomado   los giros  característicos  del   portugués  y también los  ha   recreado   en  sus   cuentos,   de   forma  tal  que   nunca,  sabremos  con certeza  absoluta  hasta   dónde   llega   el   autor  como   creador de   un metalenguaje   ficcional y hasta qué precisa   frontera   llega   el   lenguaje   de   la   frontera...   Pero  este   enigma, lejos  de   constituir una   falla   estética,   deviene   enriquecedor  del  mundo   narrado.
 También  quiero   abordar  un  aspecto   algo espinoso que ha suscitado   polémicas diversas   y  al   cual   han echado   mano muchos   de   los  teóricos  de   la   ciencia   literaria,   bien para   sustentarlo,   bien  para   contradecirlo.   Lévi-Strauss,   Tynianov, el Círculo   de   Praga,   Kushnet,   Angenot,   han defendido   o   atacado   la   teoría   de   origen  estructuralista   de   la   frase   motriz  a   partir  de   la   cual  es  posible   diseñar un texto   y resumir  su  alcance.   Otros   le   han  llamado   "frase   gancho",   "inicio  de estructura", "motivo  multiplicador".   En síntesis,  se   trata  de   la   frase   —o  las frases  iniciales  del  texto   narrativo—  que   debe   acumular una   dosis  de   información y  suspenso  programado   para   que   el   lector  encuentre   en  el   desarrollo  de   la pieza narrativa   la   justificación  y  sirva    como acicate   para   la   lectura,   que,   subliminalmente,   estará   motivada   por  la —o las—frase en cuestión.   Advierto   en prácticamente   todos   los   relatos   de   Ibargoyen ese   feliz hallazgo.   Voy  simplemente   a mencionar  algunas   breves   (el   lector  encontrará   probablemente   sensibles   correlatos   en  autores   copo   O'Henry,    Poe,   Maupassant,    Borges,   Cortázar,   Rulfo…; que de   cierta   forma   pueden  explicar,   lo  más   científicamente   posible,   buena,  parte   de su éxito):   "Así   que   usté   quiere   que   yo   le   hable   de   Joaquim  Coluna",   de   Otro traguito,   Joaquim Coluna;   "Pueden empezar  así:   él   hombre   llegó   a   Rivamento, hace bien poco, durante una tarde sin ningún cielo", de Este hotel es de respeto; "El Chapulín Negro sintió que las frecuentes manotas de Pancho Amargo le punzaban la espalda", de Los gladiadiores; "Duro era, ahora no es más, Alfonsiño",   de   El   caballo   de   Alfonsiño…
 Cuento   a   cuento   es   recorrer  el   mundo   creado   y  recreado   por  Saúl   Ibargoyen, pero   no   de la nada,   no   de   la  fantasía,  sino   de  una   lacerante realidad  que   merece ser asumida  en toda   su  diversidad:   la  de   la   frontera  entre   Brasil   y Uruguay,   que se   extiende   por  kilómetros   y  kilómetros,  con discriminaciones,   sudores,   amores, desafíos,   contrabandos,   mujeres, hombres,  idioma, ciudades,   poderes  de   las  naciones  colindantes,   burocracia,   mentiras,   fidelidades  y  sueños,   muchos   sueños.  Como   bien  sentencia  Ibargoyen al inicio   de   uno   de   los  cuentos más conmovedores  de  este libro,   El   vuelo de Bagualdino  Cuervo:   "En toda   su largura indecisa y en toda su enajenada anchura, la frontera entró a llorar.” Nosotros, pues, entramos junto a ella, a llorar y también a luchar por su identidad propia, por sus caricias y temblores, por su perennibilidad y todo su amor, de la mano de Saúl Ibargoyen.
 
 (ALEJANDRO EXPÓSITO, mayo de 1996)
 
 
 
 
 
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