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La gatomaquia    
    Editora del fonograma:    
    Entre Voces    
por José Luis Ibáñez    

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La gatomaquia (5)


SILVA V


Oh tú, don Lope, si por dicha agora
por los mares antárticos navegas,
o surto en tierra, cuando al puerto llegas,
preguntas a la Aurora
qué nuevas trae de la bella España,
donde tus prendas amorosas dejas,
y por regiones bárbaras te alejas;
o miras, en los golfos
de la naval campaña
por donde vino Júpiter a Europa,
encima de la popa,
sin velas de Mauricios ni Rodolfos,
—más traidores que fue Vellido de Olfos—,
sereno el rostro, en la dormida Tetis,
de la airada Anfitrite,
más que en Sevilla corre humilde el Betis,
cuando a la mar permite
la luna barquerola,
no por las nubes de color de Angola,
una punta a la tierra y otra al cielo
de pocas luces salpicando el velo,
escucha en voz más clara que confusa
mi gatífera musa,
y no permitas, Lope, que te espante
que tal sujeto un licenciado cante
de mi opinión y nombre,
pudiendo celebrar mi lira un hombre
de los que honraron el valor hispano,
para que al resonar la trompa asombre:
Arma virumque cano,
que como no se usa
el premio, se acobarda toda musa;
porque si premio hubiera,
del Tajo la ribera
la oyera, en trompa bélica sonora,
divinos versos, hijos del Aurora.
Por esto quiere, más que ver ingratos,
cantar batallas de amorosos gatos;
fuera de que escribieron muchos sabios
—de los que dice Persio que los labios
pusieron en la fuente Cabalina—
en materias humildes grandes versos.
Mira si de Virgilio fueron tersos,
cuya princesa pluma fue divina,
cuando escribió el Moreto, que en la lengua
de Castilla decimos Almodrote,
sin que por él le resultase mengua,
ni por pintar el picador Mosquito.
Y ¿quién habrá que note,
aunque fuese satírico Aristarco,
de Ulises el dïálogo a Plutarco?
La calva en versos alabó Sinesio,
gran defecto Tartesio;
quiere decir que hay calvos en España
en grande cantidad, que es cosa extraña,
o porque nacen de celebro ardiente.
Y también escribió del transparente
camaleón Demócrito,
y las cabañas rústicas Teócrito,
y tanta filosófica fatiga
Dïocles puso en alabar el nabo,
materia apenas para un vil esclavo;
el rábano Marción, Fanias la ortiga,
y la pulga don Diego de Mendoza,
que tanta fama justamente goza.
Y si el divino Hornero
cantó con plectro a nadie lisonjero
la Batracomiomaquia,
¿por qué no cantaré la Gatomaquia?
Fuera de que Virgilio conocía
que a cada cual su genio le movía.

Ya todo prevenido
para el tálamo estaba,
y el día estatüido
la posesión llamaba
a la esperanza de los dos amantes;
mas, muchas veces con peligro toca
el vidrio lleno de licor la boca;
alegres los vecinos circunstantes,
convidados los deudos y parientes,
y escrito a los ausentes:
que en tales ocasiones más atentos
están que a la verdad los cumplimientos.
Sólo Marramaquiz, gato furioso,
lamentaba celoso
sus penas y cuidados
por altos caballetes de tejados,
en que su voz resuena,
cual suele por las selvas Filomena
que ha perdido su dulce compañía,
con triste melodía,
esparcir los acentos de su pena,
trinando la dulcísima garganta
que a un tiempo llora y canta;
o como perro braco
que ha perdido su dueño
—o flamenco o polaco—,
que ni se rinde al sueño
ni el natural sustento solicita,
aunque en cantar no imita
el ruiseñor süave,
que una cosa es el perro y otra el ave,
y a cada cual su propio oficio cuadra,
porque si canta el ave, el perro ladra.

Tenía ya Ferrato
en un zaquizamí curiosamente
la sala aderezada
de uno y otro retrato
de belicosa cuanto ilustre gente;
que las efigies son de los mayores
el más heroico ejemplo,
de la perpetuidad glorioso templo,
como se ve del Tarbolán y Eneas,
y en Calvo, el de las fuerzas giganteas,
en Juan de espera en Dios y el Transilvano,
en Pirro, griego, y Scévola romano.
Allí estaba Gafurio,
que ganó la batalla de las monas,
de grave gesto y de nación ligurio,
y otros gatos, con cívicas coronas,
navales y murales,
y al laurel de los césares iguales.
No faltaban el Túrnire y el Mocho,
ni con él descolado Hociquimocho,
que asistía en las casas del cabildo,
y el armado Mufildo,
más de valor que acero;
ni Garavillos, gato perulero.
Estaba el rico estrado,
de dos pedazos de una vieja estera
hecha la barandilla,
de ricas almohadas adornado
en tarimas de corcho, y por de fuera
el grave adorno de una y otra silla,
con tanta maravilla,
que si un culto le viera
es cierto que dijera
por únicos retóricos pleonasmos:
“Pestañeando asombros, guiñó pasmos”.

Ya las sombras cayendo
de los mayores montes
a los humildes valles,
enlutaban los claros horizontes,
y el mecánico estruendo
en las vulgares calles
cesaba a los oficios;
tráfagos y bullicios,
encerraba el silencio en mudos pasos,
y a diferentes casos
la ronda y los amantes prevenían
las armas que tenían,
cuando, a la luz huyendo la tiniebla,
de alegres deudos el salón se puebla.
Vino Clavillo, de fustán vestido,
de patas de conejos guarnecido,
griguiesco y saltambarca,
más amante de Laura que el Petrarca
por una gata deste nombre propio,
aunque parezca en gatos nombre impropio;
pero si llaman a una perra Linda,
Dïana, Rosa, Fátima y Celinda,
bien se pudo llamar Laura una gata
picebruñida como tersa plata.
Maús, de bocací trujo griguiesco,
cuera de cordobán, gorrón tudesco;
y de negro con mucha bizarría,
Zurrón, gato mirlado,
de medias y de estómago colchado;
Ranillos, que bajó de Andalucía,
de conejo en conejo,
por la Sierra Morena,
a ver del Tajo la ribera amena,
con el cano Alcubil, su padre viejo;
Gruñillos y Cacharro,
la nata y flor del escuadrón bizarro;
Marrullos y Malvillo,
uno de raso azul, y otro amarillo;
Garrón, Cerote y Burro,
gatos de un zapatero...
Mas, ¿para qué discurro
con verso torpe y proceder grosero
cuando lo menos de lo más refiero,
si me aguardan las damas, que aquel día
mostraron cuidadosa bizarría?
Vino Miturria bella,
Motrilla y Palomilla,
la flor de la canela y de la villa,
y cada cual, en la opinión, doncella,
cosa dificultosa;
por eso es bien que la mujer hermosa,
cuando honesta se llama,
tenga por obras el perder la fama.
Y entre todas fue rara la hermosura
de la bella y discreta Gatifura;
y vestida de nácar Zarandilla,
la gata más golosa de Castilla.
Ocupadas las sillas y el estrado,
salió Trebejos, gato remendado,
y sacando a la bella Gatiparda,
comenzaron los dos una gallarda,
como en París pudiera Melisendra;
y luego, con dos cáscaras de almendra
atadas en los dedos, resonando
el eco dulce y blando,
bailaron la chacona
Trapillos y Maimona,
cogiendo el delantal con las dos manos
si bien murmuración de gatos canos.
Mas ya, Musas, es justo
que me deis vuestro aliento y vuestro gusto,
canoro, si, mas claro,
que parezca de un nuevo Sanazaro;
denme vuestros cristales en los labios,
que de ignorantes me los vuelvan sabios;
que Zapaquilda de la mano sale
de doña Golosilla, su madrina:
saya entera de la tela columbina
de perlas arracadas,
en listones de nácar enlazadas;
la cabeza, de rosas primavera,
más estrellada que se ve la esfera
el blanco pelo, rubio a pura gualda,
y un alma en cada niña de esmeralda,
de cuyos garabatos
colgar pudieran las de muchos gatos;
chapines de tabí con sus virillas,
entre una y otra descubriendo espacios
de la roja color de los topacios,
de nuestra edad y siglo maravillas;
que lo que ser solía
un medio celemín con ataujía,
un pirámide es hoy de tela de oro,
y cuestan sus adornos un tesoro,
que ponen miedo de casarse a un hombre,
subiendo el dote a un número sin nombre
si piensa sustentar traje tan rico.
Sentóse, al fin, mirlándose el hocico,
y prosiguió la fiesta de la danza
contra la posesión de la esperanza.
Mas ¡quién dijera que saliera incierta!
Marramaquiz, entrando por la puerta,
vencido de un frenético erotismo
enfermedad de amor, o el amor mismo.

Suspenso y como atónito el senado
de ver de acero y de furor armado
un gato en una boda,
donde es propia la gala y no el acero,
alborotose todo;
y Zapaquilda, viéndole tan fiero,
humedeció el estrado, y con mesura
comunicó su miedo a Gatafura,
si bien consideraba
que entonces Micifuf ausente estaba;
porque sólo esperaban que viniese,
y que la mano práctica le diese,
de que ya la teórica sabía,
que confirmase tan alegre día.
En esta suspensión, todos turbados,
Marramaquiz abrió los encendidos
ojos, vertiendo de furor centellas;
los dejó temerosos y admirados;
y imprimiendo esta voz en sus oídos,
al aliento feroz de sus querellas:
“Villanos descorteses,
más falsos y traidores
que moros y holandeses,
porque siendo fautores
no sois en las maldades inferiores;
escuadrón de gallinas,
junta de gatos viles,
que no de bien nacidos;
bajos habitadores de cocinas,
entre asadores, ollas y candiles,
donde como a cobardes y abatidos
la más humilde esclava os apalea,
no trocando jamás la chimenea
por la guerra marcial y sus rebatos;
lamiendo lo que sobra de los platos,
y durmiendo el invierno, cuando eriza
los cabellos el hielo,
revueltos en la caída ceniza,
hasta que, ardiente, el sol corona el cielo.
Yo soy Marramaquiz, yo soy, villanos,
el asombro del orbe,
que come vidas y amenazas sorbe;
aquel de cuyos garfios inhumanos,
león en el valor, tigre en las manos,
hoy tiemblan justamente
las repúblicas todas
que desde el norte al sur, por varios mares
miran de Febo la dorada frente;
y el que ha de hacer que tan infames bodas
y con tantos azares
sean las de Hipodamia,
está en vosotros resultando infamia”.

¡Oh Musas!, Este gato había leído
a Ovidio, y por ventura
de la fábula de Hércules quería
el ejemplo tomar, pues atrevido
Hércules se figura,
y los gatos, centauros que aquel día
murieron a sus manos;
porque no fueron pensamientos vanos
los de sus celos locos,
pues de sus manos se escaparon pocos,
llamándolos traidores Mauregatos;
que levantando una cuchar de hierro,
a eterno condenándolos destierro,
fue Taborlán de gatos,
haciendo más estragos su arrogancia,
que en Cartago y Numancia
el romano famoso.
A un gato que llamaban el Raposo,
más que por el color, por el oficio,
la cara, que no tuvo reparada,
quitó de una valiente cuchillada,
imposible quedando al beneficio;
y de un revés que sacudió a Garrullo,
dio el último maúllo;
cortó una pierna al mísero T[r]ebejos,
gran cazador de gansos y conejos;
desbarató el estrado,
que pensaron guardar gatos bisoños,
con cuchares de palo por espadas,
que de galas quedó todo sembrado:
naguas, jaulillas, guantes, ligas, moños,
rosetas, gargantillas y arracadas,
chapines, orejeras y zarcillos;
y porque defendió llegar Malvillos
a robar a la novia, dio dos cabes,
como Hércules a Licas,
y quebrando con él a dos boticas,
desde una claraboya,
cuanto componen purgas y jarabes.
Ni a vista de sus naves
fue más furioso Aquiles, cuando en Troya
le dijeron muerte de Patroclo,
ni con mazo y escoplo
tantas astillas quita el carpintero,
como vidas quitó, celoso y fiero;
ni más sangriento Nero
la mísera plebeya
gente miró quemar desde Tarpeya.
En fin, llegando donde ya tenía
Zapaquilda la vida por segura,
le dijo: “Tente, ¿dónde vas, perjura?”
Ella temblando, respondió turbada:
“Huyendo el filo de tu injusta espada,
que se quiere vengar de mi inocencia
con tan fiera insolencia,
quitándome mi esposo;
pero yo me sabré quitar la vida,
Polifemo de gatos”.
“Ojos hermosos siempre y siempre ingratos
—le respondió furioso—,
¿desa manera habláis en mi presencia?
¡Oh gata la más loca y atrevida!
Yo sólo soy tu esposo, fementida;
y al villano que piensa que a sacarte
con este casamiento será parte,
destas enamoradas uñas mías,
que vencen las arpías
verás, si no me huye,
y el bien que me quitó me restituye,
cómo le mato, y desollando el cuero
le vendo para gato de dinero.”
“Si tú —le respondió— mi dulce esposo
me matares, tirano,
yo con mi propia mano
me quitaré la vida”.
Furioso entonces, sobre estar celoso,
de donde estaba, ¡ay mísera! escondida,
trasladola a sus brazos, inhumano,
cual suele hiedra a los del olmo asida
trepar lasciva a la pomposa copa
vistiendo el tronco de su verde ropa,
de tiernos lazos y corimbos llena.
Así París robó la bella Elena,
las naves aguardando, en la marina;
y así fiero Plutón a Proserpina.
Ella entonces llamaba
a Micifuf a voces,
que no la oía, porque ausente estaba.
Al fin, tirando coces,
se le cayó un zapato,
mas ni por eso se dolió el ingrato,
viendo correr las lágrimas por ella;
y él, corriendo con ella,
que ni deudo ni amigo la socorre,
la puso de su casa en una torre,
como tuvo Galván a Morïana.
Tal es del mundo la esperanza vana,
porque quien más en los principios fía
no sabe dónde ha de acabar el día.



De: La gatomaquia del Licenciado Tomé de Burguillos



FELIX LOPE DE VEGA






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