SILVA VII
Al arma toca el campo micigriego
contra Marramaquiz, gato troyano;
viento sube, aunque oprimido en vano,
a la región elementar el fuego;
inquietan de los aires el sosiego,
con firme agarro de la uñosa mano,
bandera que con una y otra lista
trémulas se defienden de la vista,
no permitiendo, pues no dejan verse,
que las colores puedan conocerse,
respondiéndose a coros
las cajas y los pÃfanos sonoros,
y al paso que se alternan,
siguiendo el son marcial los que gobiernan;
y luego los soldados,
de acero y de ante y de valor armados,
agujas del cabello por espadas,
y sólo descubriendo las celadas,
por delante mostachos,
y por detrás plumÃferos penachos,
marchando con tal orden que la planta
donde el que va delante la levanta
estampa el que le sigue,
sin que el bastón del capitán le obligue;
y al son de las trompetas resonantes,
las picas a los hombros, los infantes,
en quien la variedad y los colores
formaban un jardÃn de varias flores,
a la manera que el abril le pinta
en cultivada quinta;
las picas de los bravos marquesotes
de varas de medir y de virotes,
y ya de los plebeyos
baquetas de Babiecas y Apuleyos,
sin escuadras gallardas
que llevaban en forma de alabardas
aquellos cucharones
con que suelen sacar alcaparrones,
y con las palas como medias lunas,
las sabrosas de Córdoba aceitunas
(Córdoba, donde nacen andaluces
Góngoras y Lucanos);
y encendidas las cuerdas en las manos,
no de Milán dorados arcabuces
llevaba la lucida infanterÃa,
mas de huesos de piernas de carnero,
que gatos de uno y otro pastelero
trujeron a porfÃa,
(que no fueron de gato de ventero,
sospechosos en tales ocasiones),
y de huesos de vaca los cañones
para batir la torre.
Con esto, Micifuf el campo corre
y pone cerco al muro,
armado de un arnés cóncavo y duro
de un galápago fuerte,
que sin salir de sà le halló la muerte;
la cabeza adornada
de un sombrero, la falda levantada,
de un trencellÃn ceñido,
el pasador y hebilla guarnecido
con pluma verde escura,
señales de esperanza con tristeza,
aunque la justa causa le asegura.
Con tanta gentileza
al caballo arrimaba
la estrella de la espuela,
y con la negra rienda le animaba
a la obediencia del dorado freno,
de espuma y sangre lleno,
que sin tocar los céspedes volaba;
ni es nuevo el ver que vuela,
pues que pintan con alas al Pegaso
volando por las cumbres del Parnaso;
que vemos en Orlando el Hipogrifo,
monstruo compuesto de caballo y grifo.
Mas, si dudare alguno de que hubiese
caballos tan pequeños,
pareciéndole sueños,
y a la naturaleza le quisiese
quitar de milagrosa el atributo,
aunque sea sin fruto,
la tácita objeción quedará llana
con irse de aquà a Tracia una mañana
que esté desocupado
de los negocios de mayor cuidado
y verá los pigmeos,
que en la región de trogloditas feos
también los pone Plinio,
que hizo de estos monstros escrutinio,
y en las lagunas del egipcio Nilo
otros autores, por el mismo estilo,
que escriben que, trayendo de EtïopÃa,
donde hay bastante copia,
dos pigmeos a Roma gente grave,
se murieron de cólera en la nave.
Homero les da patria al mediodÃa,
con su intérprete Estacio;
Mela, de Arabia en el ardiente espacio
que el sol fénix mayores monstros crÃa,
puesto que, aunque confiese tales nombres,
Aristóteles niega que son hombres.
Ni en su Ciudad de Dios pasó en olvido
el divino africano los pigmeos;
y Juvenal umbrÃpedes los llama,
sin otros que han negado y defendido
esta opinión, que divulgó la fama.
Pero, pues pintan monstros semideos,
que por los montes van de rama en rama
las poéticas trullas,
diciendo que batallan con las grullas,
no será mucho que haya semihombres.
Estos, con cierta patria y ciertos nombres,
en la misma región caballos tienen,
de donde nuestros gatos se previenen;
que hacer de solo un codo
hombres naturaleza,
como pintor que muestra la destreza,
a un naipe todo un cuerpo reducido,
y los caballos no del propio modo,
mayor monstrosidad hubiera sido
de su instrumento ilustre y poderoso;
que mal pudiera andar hombre muñeca
en el lomo espacioso
de un gigante Babieca;
asà que la objeción [no] es de provecho,
pues queda el argumento satisfecho;
demás de que el lector puede, si quiere,
creer lo que mejor le pareciere;
porque si se perdiese la mentira,
se hallarÃa en poéticos papeles,
como se ve en Homero, describiendo
a la casta Penélope, que admira,
por los amantes necios y crüeles,
tejiendo y destejiendo,
sin dejarla dormir de puro casta.
Y lo contrario para ejemplo basta,
haciendo deshonesta
Virgilio a Dido Elisa por Eneas,
como le riñe Ausonio,
aunque logró tan falso testimonio,
menos las aguas que pasó leteas
donde escribió MerlÃn con cuales iras
castigan al poeta las mentiras.
Mas vuelve, oh Musa, tú, para que pueda
ayudarme el favor de tu gimnasio,
que para la que queda,
aunque parece poco,
al señor Anastasio
Pantaleón de la Parrilla invoco,
porque de su tabaco
me de siquiera cuanto cubra un taco.
Marramaquiz, aunque lo supo tarde,
habÃa hecho alarde
de sus gatos amigos,
y halló que para tantos enemigos
era su gente poca;
mas como la defensa le provoca,
las armas al asalto prevenÃa,
supuesto que tenÃa
poco sustento para cerco largo;
y cuidadoso de su nuevo cargo,
más triste y desabrido
que poeta afligido
que ha parecido mal comedia suya,
o bien la de su cómico enemigo,
andaba por la torre;
y viendo que su esposo la socorre,
Zapaquilda, más llena de aleluya,
más alegre, contenta y más quïeta
que aquel mismo poeta
si ha parecido mal, siendo él testigo,
la del mayor amigo.
Prevenido, en efeto,
de toda defensión y parapeto,
sacó sus gatos animoso al muro
por todas las almenas y troneras,
vestido de banderas,
que en alto, y de diversos tornasoles,
eran entre las nubes arreboles;
y, coronado de diversos tiros,
soldados de valor y archimargiros,
opuestos a la furia del contrario.
Como se mira altivo campanario
de aldea donde hay viñas,
para bajar después a las campiñas,
cubierto por el tiempo de las uvas
del escuadrón de tordos
que en aquella sazón están más gordos,
cuando los labradores
limpian lagares y aperciben cubas,
asà la negra cúpula tenÃa
de soldados, de tiros y a tambores,
no menos valerosa gaterÃa.
Quien viera el pie que el escuadrón ceñÃa
de Micifuf, y el chapitel armado
de uno y otro gatifero soldado,
dijera que tal vista no fue vista
de Dario ni de Jerjes,
ni tanto perdigón haciendo asperges
en ninguna conquista,
ni la vio Escipïón, ni el rey Ordoño,
como en Cártago aquél, éste en Logroño;
y aunque entre la de Ostende,
pero sin nobis dómine, se entiende.
Ver tanto gato negro, blanco y pardo
en concurso gallardo,
de dos colores y de mil remiendos,
dando juntos maullos estupendos,
¿a quién no diera gusto
por triste que estuviera,
aunque perdido injustamente hubiera
un pleito, que es disgusto,
después de muchos pasos y dineros
para leones fieros?
Prevenidos, en fin, para el asalto,
mueven a sobresalto
los ánimos valientes
las retumbantes cajas;
previenen uñas y acicalan dientes,
calando juntas las celadas bajas,
que en las frentes bisoñas
más eran de sartén que de Borgoñas;
pero en silencio los clarines roncos,
que sonaban a modo de zampoñas,
puesto a la margen de unos verdes troncos
—que no importa saber de lo que fueron—,
de pies en uno Micifuf bizarro,
cuando del sol el carro,
que Etontes y Flegón amanecieron,
atrás iban dejando el mediodÃa,
dijo a su belicosa infanterÃa
que atenta le escuchaba,
que aunque era gato, Cicerón hablaba:
“Generosos amigos,
de mis afrentas y dolor testigos:
la honra, que los ánimos produce,
a tan ilustre empresa me conduce;
ésta sola me anima:
quien no sabe qué es honra, no la estima.
Miente el que dijo, y miente el que lo estampa.
que un bel fugir tutta la vita escampa;
pues mejor viene agora,
que un bel morir tutta la vita honora.
Es la virtud del hombre
la que le inclina a los ilustres hechos;
digna es la fama de valientes pechos.
Hoy habéis de ganar glorioso nombre;
ninguna fuerza o amenaza asombre
el que tenéis de gatos bien nacidos;
que estos viles alardes
(porque en siendo traidores son cobardes),
ya están medio vencidos
con sólo haber llegado a sus oÃdos
que yo soy quien os guÃa.
A AnÃbal preguntó Scipión un dÃa
que cuál era del mundo el más valiente;
y él respondió feroz, con torva frente:
Alejandro el primero,
el segundo fue Pirro, yo el tercero.
Si entonces yo viviera
cuarto lugar me diera.
Al arma acometed, yo voy delante,
y el no tener escalas no os espante,
que no son necesarias las escalas
si en vuestra ligereza tenéis alas”.
Dijo; y vibrando un fresno en la ñudosa
mano, al muro arremete,
y con él mata siete,
Maús, Zurrón, Maufrido, Garrafosa,
Ociquimocho, Zambo y Colituerto,
gatazo que, de roja piel cubierto,
crió la mondonguÃfera Garrida,
aunque toda su vida
más enseñado a manos y cuajares
que a nobles ejercicios militares.
Mas, son tan eficaces las razones
formadas de los Ãnclitos varones,
como Alcïato escribe, cuando asidos
llevaba de una cuerda de los labios
el anfitrïonÃades Alcides
cuantos hombres prestaban oÃdos
a la elocuencia de los hombres sabios.
Pero ya los agravios
de Micifuf la guerra comenzaban:
ya los gatos trepaban
la torre por escalas de sus uñas,
más fuertes garabatos
que los de tundidores y garduñas;
ya por la piedra entre la cal metidas,
sin estimar las vidas,
subÃan gatos y bajaban gatos,
los unos como bueyes agarrados,
que clavan en las cuestas las pezuñas;
los otros, como bajan despeñados
fragmentos de edificio que derriban,
que de su mismo asiento se derrumba.
A cual sirven de tumba,
después que del vital aliento privan,
las losas que le arrojan;
a cual de vida y alma le despojan
en medio del camino.
No despide en obscuro remolino
más balas tempestad de puro hielo,
que bajan plomos de la torre al suelo.
Allà murió Galván, allà Trebejos,
que le acertó la muerte desde lejos
dándole con un cántaro en los cascos,
y otros con ollas, búcaros y frascos.
Asà suelen correr por varias partes
en casa que se quema los vecinos
confusos, sin saber a dónde acudan.
No valen los remedios ni las artes:
arden las tablas, y los fuertes pinos
de la tea interior el humor sudan;
los bienes muebles mudan
en medio de las llamas;
estos llevan las arcas y las camas,
y aquellos, con el agua, los encuentran;
estos salen del fuego, aquellos entran;
crece la confusión, y más si el viento
favorece al flamÃfero elemento.
Mas como el alto Júpiter mirase
desde su Olimpo y estrellado asiento
la batalla crüel de sangre llena,
temiendo que quedase
en competencia tan feroz y airada
la máquina terrestre desgatada,
justo remedio a tanto mal ordena.
“Dioses, no es justo —dijo— que la espada
sangrienta de la guerra
se muestre aquà tan fiera y rigurosa,
aunque es la misma de la griega hermosa,
y que, muertos los gatos, esta tierra
se coma de ratones;
porque se volverán tan arrogantes
que ya considerándose gigantes,
no teniendo enemigos de quien huyan
y el número infinito disminuyan,
serán nuevos Titanes,
y querrán habitar nuestros desvanes.”
Con esto luego envÃa
de obscuras nieblas una selva espesa,
y la batalla cesa,
revuelto en sombras de la noche el dÃa;
y desde aquel, con inmortal porfÃa,
los unos y los otros prosiguieron,
aquellos en la ofensa,
y estos en la defensa;
pero, durando el cerco, no tuvieron
remedio ni sustento los cercados;
tanto, que a Zapaquilda desfigura
el hambre la hermosura,
vueltas las rosas nieve:
por onzas come, por adarmes bebe.
Marramaquiz, que ya morir la vÃa,
con amante osadÃa,
pero sin que le viesen los soldados,
salió, por un resquicio, a los tejados,
de una tronera que en la torre habÃa,
para coger algunos pajarillos.
Iba con él Malvillos,
que a este sólo fió su atrevimiento,
y por partir la caza del sustento;
y estando, ¡oh dura suerte!,
acechando a la punta de un alero
un tordo que cantaba,
la inexorable muerte,
flechando el arco fiero,
traidora le acechaba.
¿Qué prevenciones, qué armas, qué soldados
resistirán la fuerza de los hados?
Un prÃncipe que andaba
tirando a los vencejos
—¡nunca hubieran nacido,
ni el aire tales aves sostenido!—
le dio un arcabuzazo desde lejos.
Cayó para las guerras y consejos,
cayó súbitamente,
el gato más discreto y más valiente,
quedando aquel feroz aspecto y bulto
entre las duras tejas insepulto;
pero muerto también, como era justo,
a las manos de un César siempre augusto.
Llevó Malvillos, pálido, la nueva,
que de su fe y amor llora[n]do en prueba
se mesaban las barbas a porfÃa,
como tudescos, muerto el que los guÃa;
mas deseando verse satisfechos
del sustento forzoso,
rindieron las almenas y los pechos
al héroe sin victoria victorioso;
y Micifuf, con todos amoroso,
porque le prometieron vasallaje,
hizo luego traer de su bagaje,
con mano liberal, peces y queso.
Alegre Zapaquilda del suceso,
mudó el pálido luto en rico traje;
diole sus brazos, y a su padre amado,
y el viejo a ella en lágrimas bañado;
y para celebrar el casamiento
llamaron un autor de los famosos,
que estando todos en debido asiento,
en versos numerosos,
con esta acción dispuso el argumento,
dejando alegre en el postrero acento
los ministriles, y de cuatro en cuatro
adornado de luces el teatro.
De: La gatomaquia del Licenciado Tomé de Burguillos
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