Sólo en algunas tardes,
resulta que Dios es evidente.
Tendido sobre el césped,
los ojos atesoran la luz total que confunde.
Siento de pronto,
cuán musical es el cielo,
¡qué sencillos, qué dulces,
y qué precisos los árboles!
ceñidos por el postrer rayo solar.
Escucho el viento,
¡mágico, revelador!
su mansa costumbre,
envío de los celestes confines,
donde hoy adivino el presagio
de la sorpresa inminente.
Así ocurre que ahora
muevo en el espacio las manos
y las advierto tangibles
para la plenitud prodigiosa,
para lo cierto invisible,
que a mi lado se cierne,
moldeando.
¡Oh súbita presencia,
del mundo núbil del milagro!
Trémulo todo:
vientos, árboles, cielo, luz,
contornos que apenas podéis
en la tarde albergar
el invasor misterio.
¡La invisible presencia
de Dios, en todas las cosas!
De: Sobre la tierra
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