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Luis Cardoza y Aragón. Testimonio y poesía    
    Editora del fonograma:    
    Palabra de esta América    
por Luis Cardoza y Aragón    
Colaboración: Eduardo Ortiz Moreno    
Página web de Voces que dejan huellas    

    Este poema forma parte del acervo de la audiovideoteca
    de Palabra Virtual

Raíz al aire


Yo me acuerdo de niño jugando con mis velas
sobre los mares de las sábanas y los mapas de goteras.
Su follaje, la noche misma. Un río lo cruzaba
como inmensa bofetada de luz.

No hay destierro, sueño a sueño, mi vida en el alba
eleva todavía su leal insignia de
invisible púrpura y precede mi amor
a la esperanza.

Con sed enamorada y dulce pólvora, el día
es la sin fin albura de la harina y miel se
hizo la ira y música el dolor.

Allá en mi Antigua, donde mi niñez corrió con
el agua de la fuente, en donde me engendraron
mis padres jóvenes. Tú, padre mío, cantando
en tu girasol de soles, cantando en tu caracol
de trigo. Mi madre te sonríe entre las flores,
quemándose las manos con geranios.

Polen, cal de los huesos, levadura, quiero
hablar en voz baja, a tu oído, para que no
sepas si te beso o madura calla mi voz
disuelta en un suspiro.

Poesía, reino de verdad práctica, total
sirena, crisantemo y pan. Amo: soy dueño de
la realidad, y por ello no sueño, hago soñar.

Mi pueblo, mi pueblo mío, tu olor de tierra mojada,
de caoba y de pan fresco. iOh picaflor de bengalas!

De tu recuerdo yo vivo y muero por tu recuerdo.
En su cantata el agua deja su verdín y el alma.

Como nunca, yo quisiera hablar claro, como
clama el dolor del desterrado. Una raíz no más
con los ojos abiertos en la mira del fusil
y una aurora en la garganta.

Amando, el corazón se encuentra con el mundo.
La poesía es la realidad misma: el hombre
se empina dentro de sí, con el canto se afirma.
No sé quejarme. Sufro tu cielo pisoteado,
tu azul de luto. Escribo lo que vivo y vivo
cuando canto: mundo en vilo en mi voz. La torre se
hizo añicos, y en el centro de su marfil nocturno
estabas tú, con la tierra de todos, ¡pueblo mío!,
bajo la luz de junio. El río rueda su canción
de peces, de vocales celestes y nubes
naufragadas. Ni siquiera el agua puede olvidarla,
como el día no olvida el ausente lucero. ¡Oh! voz
desnuda, ¡oh! voz rodada y pura, amapola
de luz crucificada.

El indio, como el aire. Como raíz al aire.
Como rayo dormido. Sólo un rumor guatemalteco
de pies descalzos y ruidos peristálticos.
Como un huracán apuñalado por la espalda.
Como un polen que no puede posarse.
Como una noche que no acaba. Como una
terca miel nunca parida. Como una súbita
perpetua llaga. Así suelo sentir tus ojos ciegos,
tu clara vida de sepulta agua y desollada
espiga, el beso y la injuria de tu boca.
Pira de bronce y manta, en tu mudez de espuma
y de puños cerrados. Sin tierra, desterrado,
náufrago de hojas secas, panal silvestre
destrozado siempre.

Pueblo solar de alondras y tiranos, suave de
musgo y vírgenes entrañas; de arcos desplomándose
siempre, y siempre renacientes.

Alguien corta las manos, ciega los manantiales
y condena las puertas. Alguien siempre empuja y
pone al campo cercas y alambradas de púas.
Alguien saca los ojos, viola la luz y derrama
el tintero. Alguien grita "¡no!" echando cerrojos
de hollín sobre la nieve. Alguien siempre, coronado
de abortos, se erige en rey de lastres y muñones
y pone agua en el vino, y nunca entiende.

¡Oh! dolor sordomudo, ola de piedra, ya en
tu cósmica noche de simiente es un musgo
el murmullo de mi boca. Tu voz hendida
¡la de tus huesos y mis sueños! ¡Qué atrás de tu dolor
se quedan las palabras! ¡Qué sílabas pequeñas
para dolor tan grande!



De: Quinta estación



LUIS CARDOZA Y ARAGÓN






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