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palabra virtual

José Z. Tallet. Poesía y prosa    
    Editora del fonograma:    
    Palabra de esta América    
por José Zacarías Tallet    
Colaboración: Eduardo Ortiz Moreno    
Página web de Voces que dejan huellas    

    Este poema forma parte del acervo de la audiovideoteca
    de Palabra Virtual

Proclama


Gente mezquina y triste,
que al par sabéis de las rebeldías vergonzantes e incógnitas
y de las renunciaciones cobardes y heroicas,
escuchad la voz de uno que habla por vosotras.

Yo soy el poeta de una casta que se extingue,
que lanza sus estertores últimos ahogada por el imperativo de la historia;
de una casta de hombres pequeños, inconformes y escépticos,
de los cómodos filósofos de "en la duda, abstente",
que presienten el alba tras la negrura de la noche,
pero les falta fe para velar hasta el confín de la noche
(¿No oís el trueno sordo de la impotencia nuestra?)

Soy uno de los últimos que dicen trágicamente, "yo",
convencido a la vez de que el santo
y seña de mañana tiene que ser "nosotros".

Yo soy el que en su día y en su medio
rompió con fiera alacridad moldes arcaicos;
al que los hierofantes tropicales ultranuevos,
a la sazón, de sibilino, desdeñosamente tildaron,
cuando el anarquismo de las imágenes aún no había cruzado
el charco,
arribando a las playas criollas
por la vía de los ajenos maestros consagrados.

Soy un hombre genuino de mi clase y mi medio,
soy el representante auténtico
de una casta que se va, que desaparece sin remedio.

Llevo hundidas hasta los tuétanos las raíces milenarias del pasado,
y clavadas en lo más hondo las saetas venenosas del ayer,
contra cuya punzadura mortífera, gallarda e inútilmente me
revuelvo,
y, aunque me cueste un triunfo, sinceramente lo confieso.

Veo mis taras y enrojezco hasta la punta del cabello;
y cegado por el resplandor de las hogueras del pasado,
no vislumbro el camino que me conduzca a donde se forja lo nuevo.

Palpo la vanidad de todos los dioses y me signo en la sombra
y a hurtadillas de mí mismo, alzo los ojos al cielo,
alimentando a la vez la sospecha de que eso, y nada más, es el cielo.

Y a sabiendas de que 2 y 2 han sido,
son y serán jamás no más que 4,
me estremecen los ruidos ignotos, de cuando en cuando.

Y ante el tumulto mayestático y positivo de las olas del océano,
me seduce la mezquina gota de agua aislada en el microscopio;
y gritando a ratos en voz alta "¡nosotros!",
repito una y mil veces en voz muy baja "yo".

Soy de la estirpe de los hombres puentes;
y justifico la obsesión del ayer, que me retiene preso,
con la preocupación, pueril y remota,
del pasado mañana, que a nadie le importa;
soy capaz del absurdo de todos los obscuros sacrificios,
sin la convicción del profeta, del apóstol o de sus discípulos.

Quise en mi tiempo romper unos cuantos eslabones,
y me expresé en mi tiempo con palabras distintas,
y fui precursor en mi tiempo de lo que era diferente y contrario de ayer.
Hoy estoy solo, absolutamente solo,
y no soy de mañana ni de ayer.
Pero los de ayer me consideran de mañana
y los de mañana me juzgan un hombre de ayer.
Mas yo me yergo, altivo y arrogante,
cual pétreo monolito en medio del desierto,
y sé quién soy, y lo que soy, he sido y seré,
y lo que se me debe y lo que hice y lo que todavía puedo hacer.
Y sé que en mi tiempo di golpes de mandarria para quebrar cadenas,
y que si no pude romperlas fue porque no podía ser.
Y que si otros vinieron detrás y las rompieron,
algo menos duras las encontraron por los golpes con que no las pude romper.

Yo he cantado las congojas del hombre que no puede ser de mañana
y no quiere seguir siendo de ayer:
angustias que a nadie interesan, mas que experimentan
cuantos, como yo, no son de mañana ni de ayer,
y que están retratados en mis cantos,
con sus debilidades, sus dudas, sus anhelos
y los frenos que no saben o no se atreven a romper.

Y si no gusto a los bardos de ayer y de mañana.
¡qué le vamos a hacer!

Es doloroso despreciar a quien se ama,
y desgarrador confesar lo que uno es
cuando otra cosa muy diferente, muy diferente quisiéramos ser.
Y es ridículo hablar de sí mismo cuando a nadie le importa.
La justificación es que yo hablo a nombre de una casta a punto de perecer.
Por eso me dirijo a la gente mezquina y triste,
de las rebeldías vergonzantes y tímidas,
de quien soy el poeta, el cantor por excelencia…
¡Oh, casta que se extingue, que naufraga
en la devastadora tormenta
que se produce al choque del ayer con el mañana!



De: Poesía y prosa



JOSÉ ZACARÍAS TALLET






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