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palabra virtual

Renacimiento    
    Editora del fonograma:    
    Alhambra Longman    
por Adolfo Marsillach     

    Este poema forma parte del acervo de la audiovideoteca
    de Palabra Virtual

Una cena jocosa


          En Jaén, donde resido,
vive del Lope de Sosa,
y diréte, Inés, la cosa
más brava dél que has oído.

          Tenía este caballero
un criado portugués...
Pero cenemos, Inés,
si te parece, primero.

          La mesa tenemos puesta;
lo que se ha de cenar junto;
las tazas de vino a punto;
falta comenzar la fiesta.

          Rebana pan. Bueno está.
La ensaladilla es del cielo;
y el salpicón, con su ajuelo,
¿no miras qué tufo da?

          Comienza el vinillo nuevo
y échale la bendición:
yo tengo por devoción
de santiguar lo que bebo.

          Franco fue, Inés, este toque;
pero arrójame la bota;
vale un florín cada gota
deste vinillo aloque.

          ¿De qué taberna se trajo?
Mas ya: de la del cantillo;
diez y seis vale el cuartillo;
no tiene vino más bajo.

          Por Nuestro Señor , que es mina
la taberna de Alcocer;
grande consuelo es tener
la taberna por vecina.

          Si es o no invención moderna,
vive Dios que no lo sé,
pero delicada fue
la invención de la taberna.

          Porque allí llego sediento,
pido vino de lo nuevo,
mídenlo, dánmelo, bebo,
págolo y voime contento.

          Esto, Inés, ello se alaba;
no es menester alaballo;
sola una falta le hallo:
que con la priesa se acaba.

          La ensalada y salpicón
hizo fin; ¿qué viene ahora?
La morcilla. ¡Oh, gran señora,
digna de veneración!

          ¡Qué oronda viene y qué bella!
¡Qué través y enjundias tiene!
Paréceme, Inés, que viene
para que demos en ella.

          Pues ¡sus!, encójase y entre,
que es algo estrecho el camino.
No eches agua, Inés, al vino
no se escandalice el vientre.

          Echa de lo trasaniejo,
porque con más gusto comas:
Dios te salve, que así tomas,
como sabia, mi consejo.

          Mas di: ¿no adoras y precias
la morcilla ilustre y rica?
¡Cómo la traidora pica!
Tal debe tener especias.

          ¡Qué llena está de piñones!
Morcilla de cortesanos,
y asada pro esas manos
hechas a cebar lechones.

          ¡Vive Dios!, que se podía
poner al lado del Rey
puerco, Inés, a toda ley,
que hinche tripa vacía.

          El corazón me revienta
de placer. No sé de ti
cómo te va. Yo, por mí,
sospecho que estás contenta.

          Alegre estoy, vive Dios.
mas oye un punto sutil:
¿No pusiste allí un candil?
¿Cómo remanecen dos?

          Pero son preguntas viles;
ya sé lo que puede ser:
con este negro beber
se acrecientan los candiles.

          Probemos lo del pichel.
¡Alto licor celestial!
No es el aloquillo tal,
ni tiene que ver con él.

          ¡Qué suavidad! ¡Qué clareza!
¡Qué rancio gusto y olor!
¡Qué paladar! ¡Qué color,
todo con tanta fineza!

          Mas el queso sale a plaza,
la moradilla va entrando,
y ambos vienen preguntando
por el pichel y la taza.

          Prueba el queso, que es extremo,
el de Pinto no le iguala;
pues la aceituna no es mala:
bien puede bogar su remo.

          Haz, pues, Inés, lo que sueles:
daca de la bota llena
seis tragos. Hecha es la cena:
levántense los manteles.

          Ya que, Inés, hemos cenado
tan bien y con tanto gusto,
parece que será justo
volver al cuento pasado.

          Pues sabrás, Inés, hermana,
que el portugués cayó enfermo...
Las once dan, yo me duermo:
quédese para mañana.



BALTASAR DEL ALCÁZAR






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