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Poesía metafísica castellana siglos XV y XVI    
    Editora del fonograma:    
    Fidias, S.A.    
por Manuel Dicenta    

    Este poema forma parte del acervo de la audiovideoteca
    de Palabra Virtual

Coplas de Don Jorge Manrique por la muerte de su padre


Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte,
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado
da dolor,
cómo, a nuestro parescer,
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.
Pues si vemos lo presente,
cómo en un punto se es ido
e acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo non venido
por pasado.
No se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar
lo que espera
más que duró lo que vio,
pues que todo ha de pasar
por tal manera.
Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
e consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
e más chicos,
allegados son iguales,
los que viven por sus manos
e los ricos.

Dexo las invocaciones
de los famosos poetas
y oradores;
non curo de sus ficciones
que traen yerbas secretas
sus sabores.
Aquél sólo me encomiendo,
Aquél sólo invoco yo
de verdad,
que en este mundo viviendo
el mundo no conoció
su deidad.
Este mundo es el camino
para el otro, que es morada
sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
Partimos cuando nascemos,
andamos mientras vivimos,
y llegamos
al tiempo que fenecemos;
así que cuando morimos,
descansamos.
Este mundo bueno fue
si bien usásemos dél
como debemos,
porque, según nuestra fe,
es para ganar aquél
que atendemos.
Y aun aquel fijo de Dios
para sobirnos al cielo
descendió
a nascer acá entre nos,
y a vivir en este suelo
do murió.
Si fuese en nuestro poder
tornar la cara fermosa
corporal,
como podemos fazer
el ánima glorisa
angelical,
¡qué diligencia tan viva
toviéramos toda hora,
y tan presta,
en componer la cativa,
dexándonos la señora
descompuesta!
Ved de cuán poco valor
son las cosas tras que andamos
e corremos,
que, en este mudo traidor,
aun primero que muramos
las perdemos:
dellas desface la edad,
desque acaecen,
dellas, por su calidad,
en los más altos estados
desfallescen.

Decidme, la fermosura,
la gentil frescura y tez
de la cara,
la color y la blancura,
cuando viene la vejez,
¿cuál se para?
Las mañas y ligereza
e la fuerza corporal
de juventud,
todo se toma graveza
cuando llega el arrabal
de senectud.
Pues la sangre de los godos,
y el linaje y la nobleza
tan crescida,
¡por cuántas vías y modos
se sume su gran alteza
en esta vida!
Unos, por poco valer,
¡por cuán baxos y abatidos
que los tienen!
Y otros que, por no tener,
con oficios non debidos
se mantienen.
Los estados y riqueza,
que nos dexan a deshora
¿quién lo duda?
No les pidamos firmeza,
pues que son de una señora
que se muda;
que bienes son de Fortuna
que revuelve con su rueda
presurosa,
la cual no puede ser una,
ni estar estable ni queda
en una cosa.

Pero digo que acompañen
y lleguen hasta la huesa
con su dueño:
por eso no nos engañen,
pues se va la vida apriesa
como sueño.
Y los deleites de acá
son, en que nos deleitamos,
temporales,
y los tormentos de allá,
que por ellos esperamos,
etenales.

Los plazeres e dulzores
desta vida trabajada
que tenemos,
¿qué son sino corredores,
y la muerte, la celada
en que caemos?
Non mirando nuestro daño,
corremos a rienda suelta
sin parar;
desque vemos el engaño
e queremos dar la vuelta,
no hay lugar.
Esos reyes poderosos
que vemos en las escrituras
ya pasadas
con casos tristes, llorosos,
fueron sus buenas venturas
trastornadas;
así, que no hay cosa fuerte,
que a papas y emperadores
e perlados,
así los trata la Muerte
como a los pobres pastores
de ganados.


k


Dexemos a los troyanos,
que sus males no los vimos,
ni sus glorias;
dexemos a los romanos,
aunque oímos y leímos
sus estorias;
non curemos de saber
lo de aquel siglo pasado
qué fue dello;
vengamos a lo de ayer,
que también es olvidado
como aquello.
¿Qué se fizo el rey don Juan?
Los Infantes de Aragón,
¿qué se fizieron?
¿Qué fue de tanto galán?
¿Qué de tanta invención
que truxieron?
Las justas y los torneos,
paramentos, bordaduras,
e cimeras,
¿fueron sino devaneos?
¿qué fueron sino verduras
de las eras?
¿Qué se fizieron las damas,
sus tocados, sus vestidos,
sus olores?
¿Qué se hizieron las llamas
de los fuegos encendidos
de amadores?
¿Qué se fizo aquel trovar,
las músicas acordadas
que tañían?
¿Qué se hizo aquel danzar,
aquellas ropas chapadas
que traían?
Pues el otro, su heredero
don Enrique, ¡qué poderes
alcanzaba!
¡Cuán blando, cuán falaguero
el mundo con sus placeres
se le daba!
Mas verás cuán enemigo,
cuán contrario, cuán cruel
se le mostró;
habiéndole sido amigo,
cuán poco duró con él
lo que le dio.
Las dádivas desmedidas,
los edificios reales
llenos de oro,
las vaxillas tan febridas,
los enriques y reales
del tesoro,
los jaezes, los caballos
de sus gentes y atavios
tan sobrados,
¿dónde iremos a buscallos?,
¿qué fueron sino rocíos
de los prados?
Pues su hermano el inocente
que en su vida sucesor
se llamó,
¡qué corte tan excelente
tuvo, e cuánto gran señor
le siguió!
Mas como fuese mortal,
metióle la Muerte luego
en su fragua.
¡Oh juicio divinal!,
cuando más ardía el fuego,
echaste agua.
Pues aquel gran Condestable,
Maestre que conoscimos
tan privado,
non cumple que dél se hable,
mas sólo cómo lo vimos
degollado.
Sus infinitos tesoros,
sus villas ysus lugares,
su mandar,
¿qué le fueron sino lloros?,
¿qué fueron sino pesares
al dexar?
Pues los otros dos hermanos,
maestres tan prosperados
como reyes,
que a los grandes y medianos
truxieron tan sojuzgados
a sus leyes;
aquella prosperidad
que tan alto fue subida
y ensalzada,
¿qué fue sino claridad
que estando más encendida
fue amatada?
Tantos duques excelentes,
tantos marqueses e condes
e barones
como vimos tan potentes,
di, Muerte, ¿do los escondes,
e traspones?
E las sus claras hazañas
que fizieron en las guerras
y en las paces,
cuando tú, cruda, te enseñas,
con tu fuerza las atierras
e desfaces.
Las huestes innumerables,
los pendones, estandartes
y banderas,
los castillos impugnables,
los muros e baluartes
y barreras,
la cava honda, chapada,
o cualquier otro reparo,
¿qué aprovecha?
Que si tú vienes airada,
todo lo pasas de claro
con tu flecha.


k


Aquel de buenos abrigo,
amado, por virtuoso,
de la gente,
el maestre don Rodrigo
Manrique, tanto famoso
e tan valiente
sus grandes fechos e claros
non cumple que los alabe,
pues los vieron,
ni los quiero fazer caros,
pues el mundo todo sabe
cuáles fueron.
¡Qué amigo de sus amigos!
¡Qué señor para criados
e parientes!
¡Qué enemigo de enemigos!
¡ Qué maestro de esforzados
e valientes!
¡Qué seso para discretos!
¡Qué gracia para donosos!
¡Qué razón!
¡Qué benigno a los sujetos,
e a los bravos e dañosos,
qué león!
En ventura, Octaviano,
Julio César en vencer
y batallar;
en la virtud, Africano,
Aníbal en el saber
y trabajar,
en la bondad, un Trajano,
Tito en liberalidad
con alegría,
en su brazo Aureliano,
Marco Atilio en la verdad
que prometía.
Antonio Pío en clemencia,
Marco Aurelio en igualdad
del semblante,
Adriano en la elocuencia,
Teodosio en humanidad
y buen talante.
Aurelio Alexandre fue
en disciplina y rigor
de la guerra,
un Constantino en la fe,
Camilo en el gran amor
de su tierra.
No dexó grandes tesoros,
ni alcanzó muchas riquezas
ni vaxillas;
mas fizo guerra a los moros,
ganando sus fortalezas
e sus villas;
y en las lides que venció,
cuántos moros e caballos
se perdieron,
y en este oficio ganó
las rentas e los vasallos
que le dieron.
Pues por su honra y estado,
en otros tiempos pasados
¿cómo se hubo?
Quedando desamparado,
con hermanos e criados
se sostuvo.
Después que fechos famosos
fizo en esta dicha guerra
que fazía,
fizo tratos tan honrosos
que le dieron aun más tierra
que tenía.
Estas sus viejas estorias
que con su brazo pintó
en joventud,
con otras nuevas victorias
agora las renovó
en senectud.
Por su gran habilidad,
por méritos y ancianía
bien gastada,
alcanzó la dignidad
de la gran caballería
del Espada.
Y sus villas e sus tierras,
ocupadas de tiranos
las falló,
mas por cercos e por guerras
y por fuerza de sus manos
las cobró.
Pues nuestro rey natural,
si de las obras que obró
file servido,
dígalo el de Portugal,
y, en Castilla, quien siguió
su partido.

Después de puesta la vida
tantas veces por su ley
al tablero;
después de tan bien servida
la corona de su rey
verdadero;
después de tanta hazaña
a que non puede bastar
cuenta cierta,
en la su villa de Ocaña
vino la Muerte a llamar
a su puerta,
diciendo:

"Buen caballero,
dexad el mundo engañoso
e su halago;
vuestro corazón de acero
muestre su esfuerzo famoso
en este trago;
y pues de vida y salud
fecistes tan poca cuenta
por la fama,
esfuércese la virtud
para sofrir esta afruenta
que os llama.
No se os faga tan amarga
la batalla temerosa
que esperáis,
pues otra vida más larga
de la fama gloriosa
acá dexáis.
Aunque esta vida de honor
tampoco no es eternal
ni verdadera,
mas, con todo es muy mejor
que la otra temporal,
perescedera.
El vivir que es perdurable
non se gana con estados
mundanales,
ni con vida deleitable
donde moran los pecados
infernales;
mas los buenos religiosos
gánanlo con oraciones
e con lloros,
los caballeros famosos
con trabajos y aflicciones
contra moros.
Y pues vos, claro varón,
tanta sangre derramastes
de paganos,
esperad el galardón
que en este mundo ganastes
por las manos;
y con esta confianza
y con la fe tan entera
que tenéis,
partid con buena esperanza,
que estotra vida tercera
ganaréis."

"Non gastemos tiempo ya
en esta vida mezquina
por tal modo,
que mi voluntad está
conforme con la divina
para todo;
y consiento en mi morir
con voluntad placentera,
clara e pura,
que querer hombre vivir
cuando Dios quiere que muera,
es locura.
Tú, que por nuestra maldad,
tomaste forma servil
y baxo nombre,
Tú, que a tu divinidad
juntaste cosa tan vil
como es el hombre;
Tú, que tan grandes tormentos
sofriste sin resistencia
en tu persona,
no por mis merescimientos,
mas por tu sola clemencia
me perdona."

Así, con tal entender,
todos sentidos humanos
conservados,
cercado de su mujer
y de sus hijos y hermanos
e criados,
dio el alma a quien se la dio,
el cual la ponga en el cielo
en su gloria,
y aunque la vida murió,
nos dexó harto consuelo
su memoria.



JORGE MANRIQUE






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