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Soledad del alma

La flor delicada, que apenas existe una aurora,
tal vez largo tiempo al ambiente le deja su olor...
Mas, ¡ay!, que del alma las flores, que un atesora
muriendo marchitas no dejan perfume en redor.

La luz esplendente del astro fecundo del día
se apaga, y sus huellas aún forman hermoso arrebol...
mas ¡ay!, cuando el alma le llega la noche sombría,
que guarda el fuego sagrado que ha sido su sol?

Se rompe, gastada, la cuerda del arpa armoniosa,
a aún su eco difunde en los aires fugaz vibración...
Mas todo es silencio profundo, de muerte espantosa,
si dan un pecho amante el postrero tristísimo son...

Mas nada, ni noche, ni aurora, ni tarde indecisa
cambian del alma desierta la lúgubre faz...
A ella no llegan crepúsculo, aroma ni brisa...;
a ella no brindan las sombras ensueños de paz.

Vista los campos de flores gentil primavera,
doren las mieses los besos del cielo estival,
pámpanos ornen de otoño la faz placentera,
lance el invierno brumoso su aliento glacial,
siempre perdidas, vagando en su estéril desierto,
siempre abrumadas de peso de vil nulidad,
gimen las almas do el fuego de amor está muerto...
Nada hay que pueble o anime su gran soledad.



De: Poesías líricas de la Señora Doña Gertrudis
Gómez de Avellaneda


GERTRUDIS GÓMEZ DE AVELLANEDA




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