☰ menú
 



Duro brillo, mi boca

Como una grieta falaz en la apariencia de la roca, como un
sello traidor fraguado por la malicia de la carne, esta boca
que se abre inexplicable en pleno rostro es un destello ape-
nas de mi abismo interior, una pálida muestra de sucesivas
fauces al acecho de un trozo de incorporable eternidad.
          Casi no se diría con los labios cerrados. Más bien sólo un
error, un soplo de otra especie en la obra incompleta. Y de
pronto un desliz, un relámpago acaso, un salto animal que
descorre los bordes del paisaje sobre la sumergida inmensi-
dad, y se enciende el peligro y estalla la amenaza. Un lugar
de barbarie bajo el fulgor lunar.
          Dientes como blancura tenebrosa, verdugos alineados en
feroces fronteras al filo de la luz, amuletos de viva hechice-
ría erigidos en piedras para la inmolación; y en su sitial el
monstruo palpitante, el ídolo cautivo, la leviatán de felpa, esta
oficiante anfibia debatiéndose a ciegas desde su raigambre
hasta las nervaduras de su propio sabor, de mi dulzona insi-
pidez.
          ¿Quién hablaba de bocas celestiales para la eucaristía, pa-
ra el trasvasamiento con los ángeles?
          Me adhiero por mi boca a las posibles venas del planeta,
extraigo la sustancia de mi día y mi noche en las arterias de
la perduración, y sólo paladeo brebajes y alimentos adultera-
dos por el latido contagioso de la muerte.
          ¡Ah, me repugna esta voracidad vampira de inocencias,
esta sobrevivencia siempre colmada y siempre insatisfecha
bajo la mordedura de los tiempos!
          ¡Y esta risa, con retazos de huesos que iluminan la exhu-
mación a medias de mi cara final! ¡Tanto exceso en la fatua,
innoble alegoría!
          ¡Y tanta ambivalencia en esta boca, bajo el signo de la ca-
rencia y la embriaguez, bajo los dobles nudos ceñidos por el
amor y el aislamiento!
          ¿Aquí no empieza acaso ese maelström ardiente que a-
rrebata los cuerpos y trueca los alientos y aspira el corazón
de cada uno hasta el fondo de otro corazón, y que a veces
devuelve sólo un grano de sal, un jirón de intemperie en me-
dio del invierno?
           Y un poco más acá de lo visible, debajo de esta lengua
que celebra el silencio y escarba en la prohibida oscuridad,
¿no comienzan también las canteras del verbo, las roncas
fundiciones de la poesía, el acceso a las altas transparencias
que hacen palidecer la pregunta y la respuesta?
          Duro brillo, este oráculo mudo.


OLGA OROZCO




regresar