Canto azuceno o anémona del frío, el curso procuroso y procuroso de la voz lidiada hace cima y cerco de su cisma, ya castillo que se pone asedio a sí mismo. ¡Gran cosa tuviera que ser el poema para fundar tal enclave torreado y arcifinio donde la guerra sin paz no gana!
Y el hombre de verso y versa cruza palabrabundo esa tierra de nadie nunca nada donde anida la voz su litigio, con la peleazón de los idiomatios (sílaba sin labio, boca al venablo) y con la tregua del polvo de lo que no cesa.
En tándem y hacia dónde, los artilugios del instante numeran las industrias de su cero en movimiento, las mudanzas de la guerra por el castillo, del castillo por su deseo. Que escaliba el rescoldo de su vértice, que encandesce la vena de su ángulo ambicierto. Cuando ese hombre vadea la tal tierra del eco de nadie. Cuando cruza ese hombre del hambre sígnea el erial de lo suyo: como decir que cruza en cruz, romero inerrante y quedo en sí, quiasma el más puro de la inmovilidad. El poetambre atraviesa sin andar, con pasos de lumbre desorillada. El poetardimiento enclava, más bien encrucija el botón versicolor de su éxtasis, polo unitivo y último. ¿Adonde podría no ir o sí ir en ese santiamén, en esa loma limbo o lumen lamiente? Quién sabe que quién sabe. Preguntas que cascan el hueso de la sangre.
Comoquiera él recorre el decidido valle, en cruz mutila y desnuda como centro, y va escogiéndoles la virginidad a los cuchillos. Ensoledado y ensálmico, eso sí, más solo que un televisor encendido en la noche vacía de una casa de solos. El puño del pecho estruja su abecedianto y estruja un talismán de cera. Él pasa o punza. Va como alma que lleva. Va y voz. Va como diablo que lleva alma, quiescente y atinado por la luz agujada de un di dilo dicaz, de un dios fulminatriz que habla en callando: silendios. Encalladura del silencio en el otro mar. Silencio, pues, que la palabra pide la palabra.
Y pagino y tinto, el dios pone el hito de su rayo, siempre ahora y solamente hacia. Y él todo muflones se calcula joya, se acopia hacina de cilicios. La gresca aquella se cntorrece. El dios aluza. Él, transverberado. Transverbado. El dios, sin dios. Él, ascua. Hosca.
Selección: Eduardo Milán y Ernesto Lumbreras