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La escuela autoritaria y cómo nació un repetable género de literatura

Duras son las bancas, y el profesor tampoco tan lúcido.
Con frecuencia se nota que improvisa. Que falsea
          tradiciones, héroes, anatomías
para salir del paso. Y si se murmura en los corredores --
          lo he oído --
que su papel es difícil, pues que se hubiera dedicado a
          otra cosa,
corsario turco, por ejemplo, pintor de santos de alcoba
          adulterina. No es disculpa.
Quedan los flancos del aula embadurnados (y a la salida los
          retratos de Rúnika en su horizonte de estaciones)
de rastros relucientes y ese platino es baba que derrochó el
          cornudo mentor
en su tentar incompetente de molusco. Alza en alto la pata,
          hermano conejo
(si de ti no se tratase, proteína de la niñez, preferiría
          callar);
no te agarren desprevenido. Que tengan la culpa, dado el caso:
"Son más largas mis orejas; mi desempeño exhala, por donde
          oler se quiera,
un pronunciado tufo vegetariano." Y sin embargo no se
          te aprecia
y el maestro se permite llegar trayendo al hombro una
          carabina
como si no viniese a impartir instrucción humanística
sino de caza o francotiro. Compartes el pavor, hermana
          marta,
animalesa de homogéneo traje sastre, suave al grado de que
          sirve para hacer suavísimos pinceles,
y eres el ser más fusilado en las florestas de Eurasia; te
          sientes aludida, con razón,
y maullando la sobada excusa de salir un momento a soplar
          el sacapuntas,
huyes y esperas nerviosa bajo los indalecios del patio
que, conclusa la clase, algún compañero enamorado te
          preste sus cuadernos
de ortografía insegura. (Mas con el amor no se juega; ojo.)
También tú, hermano dromedario, padeces con este
          profesor pelotudo,
sin darte tiempo a que le saques el aire a tu gaita
por un agujerito melodioso, lo cual requiere concentración
          y espacio.
De ahí que los discípulos se sublevaran todos. (Hay quien
          ejerce cuarenta y tantos años prosa o verso
sin emplear ni una vez el verbo sublevarse. Quien
          lea, entenderá.)



Selección: Eduardo Milán y Ernesto Lumbreras


GERARDO DENIZ




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