☰ menú
 



Amor, ch′a nullo amato-amar perdona

No con lechos viscosos ni con instrumentales de tortura,
no con esas aviesas escaleras que te devuelven siempre
          al enemigo prometido,
ni con falsos paneles ni laberintos circulares,
y aun menos con la llama inextinguible que te devora
          y te preserva indemne
-¡ah la intolerable prestidigitación del escarmiento!-,
sino con aquel día que se adhirió a la dicha como un
          color, como una enredadera,
fabricaste tu infierno.
Es ese mismo día cortado a la medida de tu cielo,
ese que fue más breve que un temblor,
pero tan perdurable como un meteoro sobrenatural
          de paso en este lado.
Era un lugar de encuentro entre viajeros perdidos en
          la historia,
un salto de ascensión igual que una vorágine de luz
          hacia las nubes,
la exacta coincidencia de dos vuelos en una sola sombra
          sobre el agua.
Era como mirar el mismo panorama que miraría Dios.
¡Qué confluencia de soles sobre un instante único del
          mundo!
Ahora es piedra y sed.
Ajeno, el día que te envolvió en su piel ya no te incluye.
Nada te reconoce en esta cárcel que tal vez fue cristal
          y es hielo transparente,
y por más que te obstinas en amaestrar la noche tras-
          cendiendo el olvido
no consigues asir ningún objeto ni aciertas con tu paso
          en el tapiz.
Giras eternamente en torno de alguien que obstruye la
          salida.
Es alguien cuyos ojos no sirven para ver sino tan sólo
          para ser mirados,
un fantasma que viene de muy lejos sin ningún
          reclamo, sin ninguna respuesta,
obligado a volver por el amor que no perdona:
el inasible huésped de algún cielo o quizás el cautivo
          de un análogo infierno.


OLGA OROZCO




regresar