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Orillas del Sar (IV)

Tras de inútil fatiga, que mis fuerzas agota,
caigo en la senda amiga, donde una fuente brota
          siempre serena y pura;
y con mirada incierta, busco por la llanura
no sé qué sombra vana o qué esperanza muerta,
no sé qué flor tardía de virginal frescura
que no crece en la vía arenosa y desierta.

De la oscura Trabanca tras la espesa arboleda,
gallardamente arranca al pie de la vereda
La Torre y sus contornos cubiertos de follaje,
prestando a la mirada descanso en su ramaje
cuando de la ancha vega, por vivo sol bañada,
          que las pupilas ciegas,
atraviesa el espacio, gozosa y deslumbrada.

Como un eco perdido, como un amigo acento
          que suena cariñoso,
el familiar chirrido del carro perezoso
corre en las alas del viento, y llega hasta mi oído
cual en aquellos días hermosos y brillantes
en que las ansias mías eran quejas amantes,
eran dorados sueños y santas alegrías.

Ruge la Presa lejos..., y de las aves nido
          Fondons cerca descansa;
la cándida abubilla bebe en el agua mansa,
donde un tiempo he creído de la esperanza hermosa
beber el néctar sano, y hoy bebiera anhelosa
las aguas del olvido, que es de la muerte hermano;
donde de los vencejos que vuelan en la altura
          la sombra se refleja,
y en cuya linfa pura, blanco el nenúfar brilla
por entre la verdura de la frondosa orilla.


ROSALÍA DE CASTRO




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