¡La carga ahora contra los Palacios!
¡La carga sí contra esa crestería de mármoles varicosos, de oxidados cobres, de roídos ladrillos amarillos que aquí, sobre las escalinatas, sobre los Templos, frente al Río y a espaldas de la ciudad cuitada, impone a todos insolentemente sus falsos títulos de nobleza, ganados con la intriga usurera y el cohecho oportuno; con la traición ventajosa o la clandestina simonía, y todos ellos chorreantes de la sangre leucémica del pobre!
Miremos de nuevo el teatro de nuestra audiencia:
Las escalinatas establecidas como escenario ineludible;
el Río hipócrita sirviendo de foso de orquesta;
los Templos de bambalina;
los Palacios cegando a la audiencia con las candilejas de la especulación y los alternos semáforos del crédito y el rédito.
Y en tal teatro, los simios actuando de bufones, intermediarios y coimes; las Vacas Sagradas mugiendo su papel de grande farsantes inocentes y de vacuas entelequias engañosas. Y vosotros, hombres de la gran audiencia, condenados a ser el inmenso coro que repita y amplifique las arteras palabras del consueta invisible en el foso de los Palacios;
Y ahora tengo que decir: ¡Oh creyentes, en los Palacios ya no moran los grandes dementes que con la espuela, el látigo, el fuego y la rueda os sometían!
Pasaron los caudillos, los khanes, emperadores y gobernadores. Se fueron con las aguas del Río los príncipes y capitanes que llevaban en su carcaj flechas embriagadas de veneno y que no sabían dominar la sed de sangre de sus espadas devoradoras.
Tampoco Kasyapa el Fraticida dejó herederos que nos explicaran el inefable misterio de las damas de Sigiriya; ni canta ya en sus logias Lorenzo la fugitiva juventud; ni elabora en sus estancias el VI Conde de Derby quejas de amor perdidas; ni desde su cámara se mofa el de Saint-Simon de la alta ralea real; ni edifican Pedro en el Neva y Sawai Jaising en el Rajasthan las más bellas ciudades del mundo; no hay ya en los Palacios emperadores T´ang para coleccionar las más hermosas cerámicas, ni emperadores Yuan para leer los largos rollos de pintura; ni delira en sus terrazas Luis de Baviera; ni hay príncipes en Mónaco que distraigan sus ocios con la absorta contemplación de los magníficos monstruos submarinos.
Pasaron todos ellos y ahora están allí, en esos mismos Palacios, los gerentes ahítos de poder y de dólares; los planificadores de vuestro conformismo; los pequeños magos de las relaciones públicas; los pregoneros de la mentira que ya no se atreven a salir a las plazas públicas entre un destemplado reteñir de clarines y un desinflado resonar de tambores, sino que solapadamente y por mano ajena deslizan en la yerta madrugada, por la hendidura baja de las puertas, la voluminosa y cotidiana tergiversación de vuestra vida, fabricada en las grandes rotativas según sus propias conveniencias: unas veces ostentando el horror del crimen y la desatada violencia para aumentar el número de sus morbosos lectores; otras ocultando las raíces del mal para que perdure y fructifique su hipócrita traición a la condición humana. Y mintiendo siempre, mintiendo siempre, mintiendo siempre con la bendición de los Templos y la subvención de los Palacios.
No busquéis en estos eco alguno de vuestra angustia, ni correspondencia a vuestra necia lealtad. Ya ni siquiera son los símbolos de un insensato orgullo patrio. Pues ¿qué podrían deciros hoy las siglas de los grandes monopolios internacionales, de los poderosos carteles y los ubicuos trusts que acumulan riqueza y poder mientras una erosión incontenible roe las pequeñas monedas y los pringosos billetes de los pobres? ¿Y qué podrían deciros los nombres, secos como disparos, de los nuevos señores alojados en los Palacios y acolitados por la codicia de los mezquinos merde de Dieu? ¿Qué os dicen esos nombres? ¿Qué os dicen aquellas siglas? Sino que toda la historia memorable del hombre, toda la crónica convulsionada de su angustia y su agonía, han venido a parar en este engaño: los Palacios habitados por ellos; los Templos manejados por ellos; por ellos usufructuadas las escalinatas; por ellos sacralizado el Río; los Simios alquilados por ellos en sus diputaciones; las Vacas Sagradas arreadas por ellos para vuestro desconcierto y vuestro engaño.
¡No más Palacios!
¡Sólo casas!
¡Sólo hogares para el hombre!
¡Acusa, acusa la audiencia!
8 de: El sueño de las escalinatas